Por Sonia Lucía Zilbergerg / Abogada, mediadora
Frente a la enorme cantidad de temas que a diario nos sacuden dentro de la sociedad en la que vivimos, creo que los mediadores nos encontramos frente a un nuevo desafío. Cuando decidimos ser mediadores, de alguna manera fue porque estábamos quizás en la última de las necesidades de la pirámide y sentíamos que algo nos estaba faltando. Cada uno por un motivo diferente buscó ese algo y resolvió que estaba en la mediación. Al hacerlo, como en todas las elecciones, pusimos toda la intensidad en lograrlo.
A medida que fue pasando el tiempo, de mediadores todoterreno pasamos -al igual que en las otras demás carreras- a concentrarnos en el ámbito y/o especialidad más afín con nuestra personalidad; por eso cada uno eligió mediación judicial, extrajudicial, comunitaria, vecinal, escolar y nos fuimos dando cuenta en cuál de ellas podíamos tratar de agregar valor para los demás pero también para nosotros mismos. Quiero hacer hoy una breve introducción -que seguramente voy a completar en próximos artículos- sobre el conflicto en el ámbito social y público: cuál es el rol del mediador, las técnicas de abordaje, los involucrados, los factores de emergencia y poner un mojón en la idea de que así como tenemos especialización en familia, derecho penal, etcétera, algún día quizás logremos tener un mediador urbano.
Sin duda en el orden de lo social, político, los conflictos públicos alteran mucho nuestra vida y convivencia. En esta época signada por el individualismo, los movimientos sociales que se han generado nos obligan a pensar en traducir las preocupaciones privadas en temas de preocupación pública. Estamos acostumbrados a pensar más en el yo; tenemos que tratar de conjugar el nosotros. Las realidades sociales generaron exclusión, que se distingue de expulsión; la primera tiene componentes de pobreza, de desposesión material y cultural, es estar fuera; la segunda afecta desde otro lugar a todos (niños y adultos): éstos oscilan entre la desatención del Estado y la indiferencia de la sociedad, lo que lleva a la desigualdad, diferencia, desconexión. Entonces, como mediadores, tenemos que aprender a mirar los fenómenos que están alterando pacífica convivencia social y pública desde otro lugar, intentar llegar a una cultura de diálogo. Dentro de este panorama, los métodos de resolución pacífica de conflictos están en tensión que nos obliga a una reflexión responsable: es necesario ampliar el catálogo del derecho e incluir los métodos alternativos de resolución de conflictos porque los mediadores, como lo dijo Carlos de la Rúa, “somos administradores, delegados de diálogos y procesos de convivencia”.
Tendremos que procurar un nuevo contrato social en el cual se re-signifiquen los términos de equidad, justicia e igualdad para lograr un cambio dentro de nuestra sociedad que se encuentra en una etapa crítica. Ya no alcanza con intentar resolver un conflicto social o público a través de lo individual; es necesario poner las manos en las raíces para buscar allá en el fondo cuáles son los motivos que lo provocaron ya que “somos lo que somos y no lo que nosotros desearíamos haber sido”. Debemos buscar una construcción colectiva sobre estas bases, teniendo en cuenta que la sociedad civil es un mapa de las instituciones que pesan y definen el espacio público según su grado de articulación cultural, de poder económico y de tradición de gestión. Según Beatriz Sarlo, tenemos que seguir desarrollando nuevas formas de conjunción en la confianza social, reciprocidad y compromiso como manera de fortalecer la sociedad civil, aumentando el capital relacional.
El Estado y la sociedad civil en la gestión de lo público -éste referido al bien común considerado como el interés colectivo- nos llevan a la modificación de las condiciones actuales. Los mediadores pueden hacer aportes significativos produciendo aperturas que transformen lo imposible en posible.