Fue una innovadora mirada televisiva. Mostró lo legal desde una arista impensada, cautivando audiencias por una década.
Las series televisivas sobre abogados son, al presente, una producción habitual en la pantalla chica. Artísticamente derivan de las series policiales y proliferaron en la última parte del siglo XX. Pueden encuadrarse en el género dramático, de suspenso o resultar comedias. Pero en general centran su hilo narrativo en el desarrollo de un juicio.
“J.A.G.” en su título original en inglés, o “Justicia Militar” entre nosotros, fue una de las series legales más originales en el ramo. Llegaría a tener una audiencia mundial cuasi fanática por 10 años, repitiendo fenómenos socioculturales televisivos como La ley del revólver, en los 60, Viaje a las Estrellas, en los 70, o Baywatch en los 90.
Enmarcada en los cánones de las tramas de acción, romance y drama legal, trataba los aspectos jurídicos desde la perspectiva del ámbito militar y de las crisis internacionales entre los distintos Estados.
Producida por Donald Bellisario, quien se asoció para ello con la Paramount, fue transmitida desde 1995 a 2005, primero en la cadena NBC y luego en su rival CBS. Buscaba con sus historias sobre abogados militares explotar para la pantalla chica el interés de la época demostrado en películas como Top Gun o Cuestión de Honor. De paso, ahorraba costos aprovechando los descartes fílmicos de las películas del género bélico.
J.A.G. es el acrónimo de “Judge Advocate General”. Juez General Delegado sería su traducción literal. No tiene una correspondencia exacta en nuestro derecho pero respecto algunas cuestiones puntuales podría asimilarse al auditor general de las fuerzas armadas. Se trata del más alto cargo jurídico militar en Estados Unidos, que es ocupado por un abogado castrense de la máxima jerarquía a quien el presidente de Estados Unidos encarga vigilar el cumplimiento de la ley, así como investigar sus violaciones y disponer el pertinente juzgamiento. Existe uno por cada rama militar, resultando una mezcla, en versión castrense, del pretor romano y de ciertas funciones que tiene, en lo civil, el fiscal General de Estados Unidos. Responde a la concepción de que dentro del mando militar que la constitución de EEUU le otorga a su presidente, se encuentra la función de impartir justicia, la que efectiviza nombrando a estos funcionarios técnicos para que la lleven a cabo en su nombre.
La serie retrataba las vicisitudes que se suscitaban en dicho organismo en la Marina de EEUU, con motivo de los diversos casos judiciales o incidentes internacionales en que se actuaba. Como toda trama que retrata lo militar, pudo haber quedado atrapada en la clásica disputa entre belicistas y pacifistas. Pero gran parte del suceso de la serie residió en conformar a unos y otros. También, que luego de 2001 y el atentado a las Torres Gemelas pudo mostrar mundialmente tanto el punto de vista favorable como el desfavorable que implicaban políticas como la doctrina del intervencionismo unilateral estadounidense o la de “guerra defensiva preventiva”.
Repitieron, para ello, un concepto que había sido ensayado en el cine con buen éxito, cuando se trataba de contar sobre temas polémicos y que técnicamente se denomina “middle point of view”. Supone caracterizar los personajes y las escenas con rasgos tanto de uno como otro modo de pensar. Hay que tener una tremenda creatividad para lograrlo sin que termine en un mamarracho que no entienda nadie. No deja de ser un mérito haber satisfecho por 10 años a la audiencia respecto de temas tan álgidos en su época como la presencia de la mujer en las fuerzas armadas, el acoso laboral, el debido proceso en tiempos de guerra, la lucha contra el terrorismo o la intervención en terceros países por parte de EEUU.
Los personajes eran garantía de éxito: el idealista, la rubia ingenua, la morocha conflictuada, el “garca” -sea propio o de los contrarios-, la autoridad paternal, el desilusionado que vuelve a creer, la femme fatal que, al final, no consigue que “le den bola” y el ideal estadounidense de familia, así como fantasías masculinas y femeninas varias sobre cómo se divierte uno en la vida. Todo ello en clave legal y con uniforme. Un mix de “subordinación y valor” con una gran dosis de aventura y discusiones sobre lo legal de situaciones internacionales diversas, sobre todo de las que se generan a los balazos.
Los temas legales eran tratados en versión simple, pero no se cuidaban de presentar ambas caras de la moneda, aunque no siempre en igualdad de ponderaciones. Pero si eso atrajo a mucho público letrado, el grueso de la audiencia quedó atrapado, por diez temporadas, en el histeriqueo entre el guapo abogado naval y la bella oficial jurídica de los marines, a ver si concretaban o no de una buena vez.
Al éxito en la pantalla siguió el apoyo oficial. El Departamento de Defensa de Estados Unidos quedó tan encantado (y deseoso de aprovechar) la buena publicidad para el frente castrense que le dio su apoyo oficial, otorgando un acceso a instalaciones militares y equipamiento. Por otra parte, tan popular era entre las diversas jerarquías de las fuerzas armadas que la Armada y el Cuerpo de Marines de Estados Unidos dejaron de lado su tradicional política de exclusividad para apoyar en conjunto la serie.
Llevó a la pantalla temáticas jurídicas, sobre todo de derecho internacional, que no habían tenido espacio antes. Y demostró una vez más que el éxito en la tele no está dado por tocar una temática en particular sino en cómo se la narra de manera audiovisual.