La psicóloga cordobesa Natalia Sánchez Hümöller considera la complejidad de la práctica profesional en estos contextos. Advierte que las “demandas de los internos siempre están atravesadas por lo institucional y lo jurídico” y que la reinserción social es difícil porque de parte del “Estado y la comunidad no se hace demasiado”.
Por Luz Saint Phat – [email protected]
¿Qué aportes pueden realizar las disciplinas de salud mental para reflexionar y trabajar con las personas privadas de la libertad?
Natalia Sánchez Hümöller (foto), licenciada y profesora de psicología y estudiante de derecho, posee experiencia laboral en contextos de encierro.
En conversación con Comercio y Justicia, la especialista señaló que las “demandas de los internos siempre están atravesadas por lo institucional y lo jurídico” y que la reinserción social es difícil porque de parte del “Estado y la comunidad no se hace demasiado”. Aun así, Sánchez Hümöller destacó que los dispositivos para el trabajo piscológico, en muchos casos, posibilitan que “los sujetos se detengan a pensar por primera vez en aspectos de su historia”.
-¿Cuáles son las particularidades que tiene la práctica profesional de la psicología con personas privadas de la libertad?
-En primer lugar, es necesario indicar que el trabajo es de claro corte asistencial y está enmarcado en la Ley Penitenciaria 24660, referida a la pena privativa de libertad. Entonces, las prácticas que existen en las áreas de intervención de servicio médico, psicología y servicio social tienen que ver con lo que estipula esa normativa. La participación de los internos o las internas en los espacios de salud mental es voluntaria, salvo en casos en los cuales la Justicia -habiendo realizado una pericia- indique la frecuencia y la modalidad de los tratamientos. En general, existen pocos casos en los cuales los internos manifiestan voluntad de realizar una especie de abordaje psicoterapeútico, porque sus demandas siempre están atravesadas por lo institucional. Así, los profesionales de salud tienen jerarquías y roles institucionales que muchas veces tiñen el trabajo que se realiza con quienes acuden al servicio. En cuanto a los motivos de consulta, muchos están relacionados con que las personas puedan salir un poco del contexto de encierro o, en el caso de las mujeres, angustia ante el distanciamiento emocional de los hijos.
– ¿Qué diferencias se plantean entre esta práctica y el trabajo que se realiza en un consultorio o en un hospital?
-En las cárceles, la gente que está privada de la libertad, además de estar ahí en contra de su voluntad, ha cometido un delito. Entonces, la cuestión judicial atraviesa el trabajo. Toda la tarea está signada por los años de condena del interno y el tipo de delito, entre otras variables. Es un espacio donde se mezcla lo jurídico con lo psicológico.
-¿Qué tipo de problemáticas subjetivas son más recurrentes entre estas personas?
-De acuerdo con las estructuras clásicas, podríamos decir que no se ve tanta neurosis en estos contextos. En general, hay cuestiones de mayor precariedad simbólica y fenómenos del orden de lo antisocial. En muchos casos, la situación se agrava porque existe el consumo problemático de sustancias, se presentan historias de marginalidad, de abandono, de maltrato y de abuso en todo sentido. Así, como podemos decir que la población es usualmente joven de entre 18 y 35 años y de clase social baja -porque así de selectiva es la captación del sistema punitivo-; también predominan historias de vida atravesadas por la violencia, por la indiferencia afectiva, por los abusos, por la falta de la circulación de la palabra y por la dificultad para angustiarse, ya que se registran otros mecanismos de defensa. Quizás entre las mujeres se presentan mayores posibilidades de abordaje porque -por una cuestión cultural- surgen más los sentimientos y las emociones.
-¿Que posibilidades y desafíos tienen hoy las cárceles en cuanto a los derechos humanos?
-En mi experiencia en Córdoba, he podido observar modificaciones respecto de la utilización de las medidas de sujeción. Actualmente casi no se registran, salvo en las situaciones estrictamente necesarias cuando la persona resulta una amenaza para sí misma o para terceros y bajo la supervisión del personal médico, que son los autorizados por la ley para disponer de este tipo de medidas. Lo mismo pasa con la aplicación del castigo de aislamiento. Obviamente, se supone que esto no tiene un impacto positivo en la salud mental de los internos, pero es necesario considerar que existen situaciones límite en las que no quedan muchas opciones. Respecto de este tema, me parece que -así como una parte de la sociedad tiene una actitud condenatoria y solicita más castigo para los internos- también existe otra parte de la comunidad que quizás tiene una idealización de estos individuos. Pero estando allí, en situaciones de extremo peligro, a veces las alternativas son limitadas.
-¿Qué puede aportar la psicología que se practica en las cárceles al momento de pensar o planificar la reinserción de las personas en la sociedad?
-Siempre es necesario apelar a que en algunos casos se pueden lograr modificaciones interesantes y beneficiosas para la vida de las personas que están en prisión. Hoy, después de algunos años de trabajar en estos contextos, pienso que aunque existen situaciones estructurales que difícilmente cambien, lo más grave es que el Estado y la comunidad no hacen demasiado para reinsertar a una persona que ha estado privada de la libertad. Estas subjetividades usualmente transitan historias de ruptura de vínculos y situaciones de violencia que no necesariamente se modifican. Entonces, cuando están libres vuelven a eso.
En otros casos, sucede una transformación y es necesario apostar a que las personas puedan acomodarse en su vida fuera de la cárcel. Existe también hoy una cuestión clave relacionada con los derechos humanos y el trabajo, que es el certificado de conducta. Hoy, si una persona está privada de la libertad y cumple su condena, durante diez años esto figura en sus antecedentes. En mi opinión esto constituye una doble condena. No obstante, creo que hay muchas cosas que se pueden trabajar en el servicio y, en algunos casos, las personas pueden detenerse a pensar por primera vez en aspectos de su historia, en conflictos presentes y pasados. En este espacio, los individuos pueden empezar a responsabilizase de las consecuencias de sus actos y comenzar a ser sujetos activos de sus vidas. Y es importante no perder ese norte en la práctica diaria.