“El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos”.
Papa Francisco.
Para poder identificar con objetividad lo que muchos llaman “modelo”, debemos aclarar que las distintas “formalidades” que lo configuran fueron pergeñadas a lo largo de muchos años por dirigentes y corporaciones ganados por la corrupción y la especulación.
Dichas “modalidades” de alguna manera incidieron sobre la mayoría de los partidos políticos e instituciones, logrando prolongarle la vida pero no evitar la crisis terminal de una concepción y práctica política que han trastocado nocivamente los órdenes de la vida social e institucional de los argentinos.
En primer lugar, el “modelo” ha ido insertando durante varios años diferentes normativas que en el fondo no han resuelto los problemas estructurales de Argentina ni profundizado el sesgo democrático, resultando por lo tanto un régimen democrático falseado, menoscabando la participación y el protagonismo del pueblo en la definición y explicitación de las políticas públicas y ratificando como única alternativa de elegir los candidatos a cargos electivos por medio de los partidos políticos -hoy en plena crisis existencial-, dando lugar a un proceso que sólo admite los acuerdos de cúpulas.
Otro aspecto de este “modelo” son las medias verdades que de un lado o del otro no hacen más que dividir la sociedad, ya que tanto oficialismo como oposición ocupan el papel de parcialidades enfrentadas entre sí con el fin de aparentar marcadas diferencias pero en sintonía con el modelo preestablecido.
De esta forma, el simple cambio de gobiernos no asegura sustancialmente otro modelo distinto. Esto se refleja en el cortoplacismo de las políticas públicas, ya que nadie planifica y todos especulan con métodos y programas que mejor garantizan combatir los efectos de una crisis, pero que no resuelven esencialmente las causas que la originaron.
Esta tesitura permite que sigan existiendo los estigmas sociales, económicos y políticos, pero “administrados” y contenidos por dichos gobiernos.
De esta forma se profundiza aún más una degradación social sostenida por políticas públicas inadmisibles -pero “exitosas”- para condicionar permanentemente a millones de argentinos y supeditarlos al mérito dadivoso de los distintos gobiernos y amoldarlos a un denigrante “modelo de vida”.
Esta forma deshonesta de gobernar también se alimenta con un permanente endeudamiento funcional al capitalismo financiero internacional, gracias a la obtención de “créditos” que sirven para cumplimentar sus propósitos, acompañados de una economía desordenada, en la cual es mas fácil dibujar, ocultar o minimizar sus efectos, utilizando como prerrogativa escandalosa trasladar sus consecuencias al próximo gobierno y así sucesivamente para que al final la que paga los platos rotos sea la propia sociedad.
Por último, aunque existen otras “sutilezas” a tener en cuenta, destaco la falta de valores y virtudes esenciales.
Ante una crisis integral que afecta toda la sociedad, es lamentable que muchos dirigentes -apoyados en una actitud especulativa- armen sus discursos con propuestas exclusivamente materialistas que sin decir cómo las van a concretar, soslayan el trasfondo de los problemas fundamentales de Argentina, que son la consecuencia de una profunda crisis ética y moral.
Superar la crisis con el protagonismo social organizado
La sociedad debe superar la decadencia de este modelo que sólo se renueva entre los distintos grupos o fracciones partidarias. Se autoeligen para competir por el poder de administrar los recursos y el destino de los argentinos durante los mandatos que les sugieren sus tiempos en la carrera electoral, mientras a la sociedad como factor fundamental de una democracia le queda como única opción el recambio de las conducciones de las entidades públicas y privadas que, para peor, muchas han sido ganadas por el “modelo” y constituyen distintos matices de una misma sinfonía.
Como los dirigentes y los gobiernos pasan y el pueblo permanece, es fundamental que éste insista tenazmente sobre sus instituciones para que éstas asuman el compromiso de generar, mediante la concertación social, una discusión seria y consecuente que defina y establezca un modelo netamente argentino para el proyecto nacional que contenga las premisas fundamentales según nuestras cualidades, capacidades y actitudes humanas y los recursos estratégicos del país.
La profundidad de la crisis ha incidido negativamente en nuestra forma de pensar y obrar desatando un proceso de disgregación social e institucional, por lo que como única alternativa nos queda la voluntad y decisión de la comunidad nacional, imponiéndoles a las instituciones que de ella dependan el cumplimiento de la misión trascendente de servir al pueblo y no servirse de él, integrando credos y religiones, clases sociales y sectores nacionales.
Mientras la sociedad no asuma el compromiso de protagonizar este verdadero cambio de época nos acometerán modelos que en el fondo persiguen objetivos parciales y circunstanciales en desmedro de un proyecto trascendente que asegure la realización plena y justa de todos los argentinos.
* Arquitecto. Vicepresidente Segundo del Foro Productivo de la Zona Norte. Exministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba (1972-1974)