miércoles 27, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Ellas y ellos en la escuela

Por Gabriel Brener* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Manuel tiene 5 años, es domingo y va a la cancha con su papá, se detienen en un kiosco por una gaseosa, a él lo tienta una atractiva muñeca con los colores de su equipo y le pide a su papá si se la puede comprar. El kiosquero interrumpe su deseo y con su mejor sonrisa pedagógica señala que es para una nena. Ya en la cancha de su equipo del alma, subiendo con prisa los escalones de la popular, Manuel tropieza y se golpea una rodilla, y el grito de su llanto se confunde con el ensordecedor recibimiento del local. Aunque un testigo de su llanto lo palmea en la espalda y le agrega “¡vamos nene que los hombres no lloran!”, luego de un rato la impaciencia del empate se apodera de la hinchada y entonces el cantito: “¡A estos putos le tenemos que ganar!…”

Una escena de domingo, un padre y su hijo. Al día siguiente la escuela, preescolar, Manuel llega con su bolsita celeste, igual que sus amigos; las de las nenas son rosa. Las cuelgan en percheros diseñados por sus maestras, con leones para ellos y flores para ellas.
Lo masculino y lo femenino no es algo que venga dado. Se trata de una construcción que tiene mucha historia y que siempre está condicionada por el contexto, el tipo de sociedad y familia de pertenencia, y ciertas circunstancias políticas, sociales y culturales. Que un pibe vaya a la cancha con su papá, que la muñeca sea para una nena, que hay colores o animales para ellos y para ellas, son patrones culturales que van aprendiéndose.

En las escuelas existe lo que se conoce como currículum formal u oficial: un conjunto de conocimientos, valores, habilidades que la escuela tiene que enseñar. Podríamos pensarlo como una norma pública que el Estado tiene que garantizar a la población estudiantil. La Ley de Educación Sexual (2006) es un ejemplo de norma pública. Otro muy reciente que abarca a toda la sociedad es la Ley de Matrimonio Igualitario (2010). Aunque una como otra sean valiosos y necesarios puntos de partida, no garantizan por si solas el cumplimiento de dichas normas. Hay muchas escuelas que por razones religiosas o de otro tipo miran para otro lado, y de educación sexual, bien gracias. También hay jueces que se han resistido a casar personas del mismo sexo.

Pero así como hay cosas que se dicen, se votan, se convierten en leyes, hay muchas otras que no se dicen, de las que no se habla y suelen atar creencias, vivencias y formas de vida con mucha fuerza.

En la escuela también existe lo que se conoce como curriculum oculto, que refiere a diversos saberes, normas, valores, acciones que los adultos transmiten cotidianamente sin ser absolutamente conscientes de dicho pasaje. Y justamente en la condición tácita de dicha transmisión reside su mayor eficacia. Allí entonces se ponen en juego y ponderan las desiguales relaciones de poder entre varones y mujeres, padres y madres, pobres y ricos como una cosa natural.

Desnaturalizar el vínculo
La perspectiva de género permite justamente desnaturalizar el vínculo entre sexos, para reponer las condiciones políticas que hacen posible comprender las formas de construcción de lo femenino y lo masculino, las representaciones dominantes en cada caso y de cómo atraviesan nuestros modos de hacer y pensar.

En la historia, la iglesia, la familia, la escuela, los medios de comunicación -entre otros- han contribuido en la construcción de estereotipos de género mediante creencias, configuración de las relaciones sociales y de las formas de ejercicio del poder, estableciendo jerarquías a varones y a mujeres desde muy pequeños.

Frente a las luchas y conquistas de las mujeres, surgen discursos y acciones ligados a una nostalgia moralizante del tiempo pasado que disparan con estrategias victimizantes. Por un lado, plantean la victimización de la familia, de su crisis, del peligro de su disolución, cuando en realidad lo que no toleran es el protagonismo de la mujer en la vida social. Pero también hay quien victimiza a los “pobres muchachitos”. Basta recordar al diputado mendocino Rogelio Gil quien hace un par de años pretendía justificar los casos de presuntos abusos sufridos por un grupo de chicas en Potrerillos para el Día del Estudiante. “Lo que pasó no es tan así, los chicos tienen que huir de las chicas”, explicaba con ironía, agregando que él lo entendía como actitudes provocativas de las adolescentes.

“Robert Connell señaló que la tecnología y la ciencia occidental están culturalmente ‘masculinizadas’. Sostuvo que más allá del hecho de que la mayoría de científicos sean hombres, el sesgo de género se encuentra en el tipo de discurso impersonal de la ciencia y en las estructuras de poder de ámbitos académicos. “[1]
En el universo adulto de la escuela la proporción de hombres es muy baja, aunque al igual que en el mundo del trabajo mientras se va ascendiendo en la escala jerárquica se produce el efecto inverso.

Podemos plantear distintos modelos de masculinidad. Por un lado, la TV en la que prevalece un desfile de deportistas que se “luquean” como modelos publicitarios, periodistas deportivos que intentan lo mismo, conductores “exitosos” o superhombres que ganan cualquier batalla. Por otro lado, en el caso de los adolescentes, es muy fuerte el peso del grupo de pares, y en ellos suele cotizar alto la figura masculina del más fuerte, más agresivo, “el que más se la banca”. Y finalmente, otra fuente de masculinidad es la que considera lo masculino como todo aquello no femenino. Entonces cualquier gesto de sensibilidad, una caricia, un abrazo, su manifestación verbal se traduce en antivalor para ser hombre.

La perspectiva de género, la historia de lucha de tantas mujeres y su notable protagonismo, así como la ambición por construir una sociedad justa e igualitaria, quizás nos permita también explorar otras formas de construcción de masculinidades, que rompa con los estereotipos de modelos “exitosos” del mercado o de la más rancia tradición machista.
Que puedan multiplicarse los hombres comunes y corrientes que se animan a jugar de igual a igual, con quien fuere, ofreciendo a los más pequeños una masculinidad que pueda negociarse a gusto de cada quien, leyendo cuentos y diciendo te quiero.

[1] Faur, E., Masculinidades y desarrollo social. Arango Editores, 2004, Unicef, Colombia.

* Lic. en Educación (UBA) y Especialista en Gestión y conducción del sistema educativo (Flacso).

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