La acción más importante y trascendente del ser humano es la comunicación, la utilización de la palabra como herramienta que posibilita hacer y lograr objetivos que siempre están vinculados con otro. Pensemos que proyectar un trabajo, un viaje; una declaración de amor; comprar una casa; una negociación y un conflicto…, todo está atravesado por la comunicación. Por lo tanto, dependiendo de la capacidad de comunicarnos con efectividad serán los resultados que obtengamos. Nuestras conversaciones construyen nuestro mundo y por lo tanto lo que somos hoy.
Somos responsables de la construcción cotidiana de nuestras vidas y de la comunicación que utilizamos con los otros. Aun respecto de aquellos hechos que de manera trágica e inesperada irrumpen en nuestra existencia, la pregunta que asoma tal vez como salvadora de angustia, y libertaria, es: ¿qué hago yo con esto? ¿de qué manera elijo afrontarlo? De la respuesta que nos demos y de nuestro accionar, nos vamos constituyendo como sujetos. Venimos a este mundo precedidos por palabras ajenas que, de alguna manera, marcan el camino que seguiremos; aunque no es determinante, ya que con nuestras propias palabras y conversaciones tendremos la posibilidad de transformarnos y transformar.
Las conversaciones tienen así un poder de cambio y el espacio de mediación es uno entre tantos otros a los que la ciudadanía puede recurrir para comunicarse. Es un servicio para que cada persona participe convirtiendo algo de su realidad.
A partir de esta idea preliminar me gustaría reflexionar respecto de lo que es un “compromiso”, entendido como un nudo conversacional que, según Oscar Anzorena, requiere de dos actos lingüísticos: el ofrecimiento, con su correspondiente aceptación, y el pedido, también con su correspondiente aceptación. La responsabilidad de cumplimiento corresponde entonces a diferentes personas.
¿Qué se evidencia cuando pedimos? ¿Qué es lo que queda al descubierto?.. Pues una falta, una carencia, querer que algo cambie, que solo no se puede, que necesitamos al otro.
Pedir, para algunas personas, genera con frecuencia emociones negativas que implican formular una solicitud de forma inadecuada, no logrando el resultado deseado. O también sucede que no se pide excluyendo al otro de su humanidad y excluyéndose en consecuencia. Será conveniente valorar los costos/beneficios cuando decidimos no pedir y vamos con esa actitud esquivando las relaciones más cercanas.
La primera disposición que se necesita para pedir es hacerse cargo, responsabilizarse de que necesitamos algo de lo que carecemos. Esta capacidad subjetiva de reconocer la falta propia es quizá la que más necesita ser reflexionada para sacarnos ese imaginario decadente del ”yo lo puedo todo, del yo lo sé todo, yo lo tengo todo”. No sea cosa que nos pase como el cuento del emperador, de Andersen
En tal sentido es habitual escuchar: “Yo no necesito nada de ella/ él”; “yo no pido nada a nadie porque después seguro te pasan la factura”; “no pido porque me da vergüenza”; “antes muerta que pedirle un centavo”, etcétera. Esto indica que la imposibilidad de pedir radica en el temor a ser rechazado, porque se escucha el rechazo del pedido como un rechazo hacia nuestra persona. Entonces, esta manera de escuchar ocurre en individuos con una dificultad en su autoestima. Lejos de ser una fortaleza, es una carencia. Pensemos que en el pedir no se diluye toda la persona.
Lo segundo es que pedir tiene como consecuencia conectarse con el otro, hacerlo partícipe de mi realidad, de mi mundo y por lo tanto puede ser la vía de acceso a un compromiso que tiene como finalidad generar una nueva realidad. Cuando pedimos bien generamos en el otro emociones positivas que lo hacen sentir incluido en la realidad del interlocutor, ya sea en un negocio, en la familia, en la amistad. Según la escuela de negociación de Harvard, la expectativa básica que se activa es la de sentirse afiliado (como perteneciente). Los negociadores hábiles no se avergüenzan de pedir. Saben el efecto positivo que tiene este acto comunicacional.
Dependiendo del contexto del pedido será la formalidad requerida, y lo que es fundamental a tener en cuenta es que cuando pedimos debemos ser claros, detallando las características concretas de lo que necesitamos. De manera que nuestro interlocutor no lo escuche como mera expresión de deseo, para que pueda ser claro y preciso él también en la posibilidad de asumir o no la responsabilidad del cumplimiento. Si logramos pedir concreta y adecuadamente, un mundo de posibilidades puede abrirse.
Por temor a quedar expuestos se realizan los llamados pedidos solapados, por ejemplo: “qué lindo sería ir a cenar”… en lugar de decir claramente “quiero ir a cenar, ¿vamos?”. Luego pretendemos que el otro escuche esto como un pedido y cuando la respuesta no es la que esperamos se produce un conflicto y un resentimiento que se va acumulando: nos enojamos con el otro por no aceptar lo que nunca pedimos.
Para concluir:
1 – Pedir bien es ser claro con las acciones y condiciones que esperamos que el otro realice.
2 – El poder que tiene el pedir es la conexión que hacemos con nuestro interlocutor.
3 – Y, por sobre todas las cosas, es no empobrecernos y llenarnos sólo de vanidad en un narcisismo decadente.
* Abogada, mediadora