martes 26, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Sicarios literarios

Por Luis Carranza Torres* y Sergio Castelli**
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En las postrimerías del siglo XIX, la palabra “trucho” probablemente fue nuestra contribución a la lengua castellana que más impacto haya tenido en el habla de los argentinos.

Por Luis Carranza Torres (*) y Sergio Castelli (**) – Exclusivo para Comercio y Justicia

El amigo Jorge Asís habla de toda una cultura de lo “trucho”, que parece ser parte —y esperemos que sólo eso: una parte— de nuestra idiosincrasia.

Los últimos hechos en materia de falsificaciones literarias parecen darle, como es frecuente, la razón. Hablábamos la pasada semana sobre el desbaratamiento de una extensa red de falsificadores de libros. Tan extensa, que incluía su propia competencia. Una banda rival, con la que, mutatis mutandi, se disputaban un mercado ilegal con maniobras que habrían envidiado sus colegas mafiosos de la época de la ley seca en los Estados Unidos.

También da para una película, cómo fueron siendo investigados, a partir de detectarse un libro falso en una firma de ejemplares de un autor en la Feria del Libro del pasado año en la rural de Palermo (Capital Federal). A partir de allí, se generó un intrincado juego de seguimientos de personas e intervenciones telefónicas, llevadas a cabo por un grupo de élite de la policía metropolitana de la ciudad de Buenos Aires.
Con cada nueva pieza de información, se expandía el cuadro de una actividad delictiva compleja, de actores múltiples, y extendida en cuanto a geografía, al punto de incluir operaciones incluso fuera del país.

Múltiples operaciones encubiertas en las típicas ferias de libros porteñas, tanto en Once como en Palermo, fueron la forma en que llegó a la investigación el dato clave: quién estaba detrás de esas impresiones casi perfectas, de un gran número de libros que tenían una gran demanda.

Y para sorpresa de fiscales y policías, el falsificador no era uno sino dos. Cada cual con su propia estructura de copia y pegue, con la logística y sofisticación técnica suficiente como para que el libro duplicado fuera prácticamente idéntico a la tirada de las editoriales.
Ambos rivales en tal especialidad delictiva literaria, convivían en una misma zona geográfica: el partido de San Martín, pegado a la ciudad de Buenos Aires, avenida General Paz de por medio.

La cosa entre ellos, distaba de prodigarse algún tipo de respecto “profesional”, o de ningún otro tipo. Al igual que en la década del 30 en Chicago con las bandas rivales en la producción de licor ilegal en Estados Unidos, lo suyo era una competencia sin reglas ni cuartel, en la que sobrevivía el más apto. Es decir, el más cruel de los competidores.

Entre las gentilezas que se prodigaron mutuamente, y que constan en la instrucción de la causa, se incluyen “tomas por asalto” de los aguantaderos en que se encontraban depositados los libros fabricados por el competidor, a fin de “caloteárselos” en propio beneficio. Para decirlo claro: un ladrón robando a otro ladrón.

Dejando a un lado las llamadas amenazadoras y los aprietes callejeros, también tuvieron calce en el enfrentamientos de ambas bandas, malas prácticas comerciales, al igual que suele pasar con sus contrapartes legales, es decir las editoriales de peso en el medio. Por imitación de ellas, ambos tuvieron en ocasiones, verdaderas “guerras de precios truchos”, en que los libros se remarcaban a la baja para quitarle al competidor un determinado lugar de distribución o venta al mercado.

Todo ello nos muestra un submundo que incluso pocos escritores de ficción podrían haber imaginado. Pero que el encarecimiento de los libros, ha traído aparejado, en una de las pocas consecuencias negativas que podían preverse, respecto de la pasión por la lectura.

 * Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.** Agente de la Propiedad Industrial.

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