Me preocupa más estar libre y vivir encerrado que estar encerrado literalmente. Con motivo de su visita a una unidad penitenciaria de máxima seguridad, un juez de Ejecución Penal se dirigió a los estudiantes de la carrera de Abogacía, diciéndoles, que a partir de empoderarse en los saberes de la ciencia del derecho “pasarán a ser hombres de derecho, muchachos…”. Y agregaba: “Hay que cambiar el paradigma”.
“¿Hombre de derecho?”, me dije. “¿Cambiar el paradigma? ¿En la cárcel? ¡Eso sí da risa!”, reflexioné. Me puse a pensar y camino derecho, levanto papeles, junto tapitas que se llevan al Garrahan, con retazos de tela confecciono peluches y títeres que fotografío y regalo, separo residuos en origen, armo una huerta orgánica, germino semillas, planto árboles, reflexiono, interactúo, me comunico… todo ajustado a derecho.
¿Cuántos delitos cometiste hoy? Hace más de una década que no cometo uno. El hecho del que fui partícipe ya es inexistente, fue trabajado en las distintas etapas del tratamiento penitenciario.
¿Que el tratamiento con todos no es efectivo? Eso es cierto, pero no lo inventé; cuando nací ya estaba enchufado.
Por mi parte, me consta que he contribuido a que hoy no sea lo que fue, en que se ajuste un poco más a derecho, aun sin conocer al “derecho”.
La responsabilidad
Humildemente me adentro en los saberes de lo justo, lo equitativo, la buena fe, la honestidad, la solidaridad, el compañerismo. ¿Cómo no serlo en la desidia? Escribo con la derecha o con la izquierda, y en la computadora ¡con las dos!
¿La responsabilidad? Soy responsable. ¿De qué? De mí mismo. Me pongo fuerte y actúo. ¿Como la ley de la selva? ¿Cuáles son las leyes de la selva? No sé. Todo no lo sé.
Fui condenado a reclusión perpetua. Han pasado nueve presidentes, cuatro mundiales y tres papas. Mi papá me decía que “con boludos no se gana ninguna guerra…”; y eso que no sabía del derecho internacional humanitario.
Tenía 21 años. Corría el año 2001. En una audiencia con la abogada defensora oficial, me refutaba -o intentaba hacerlo- diciendo: “Usted tiene que entender que la situación política del país…”, mientras luchaba a capa y espada el control constitucional de una norma.
Coercionan mi conducta, corrijo mi conducta, pero… ¿para quién o para qué? No cometo ni una contravención desde hace años, incluso alfabetizo.
Con la confección de escritos judiciales por el empleo del art. 89 del Código Procesal Penal se logran muchas más libertades que por las defensorías oficiales. He llegado a enviar innumerables cantidades de materiales jurisprudenciales, doctrinarios e incluso fallos plenarios de tribunales superiores de aplicación obligatoria a los tribunales inferiores, que suelen no conocer.
Mi cuerpo siente el paso del tiempo, siempre digo que cuando “encané” tenía flequillo y más muelas. Hoy las articulaciones se hacen notar.
La sociedad no sabe cómo mejorarse y lo que no le gusta lo esconde tras altos muros, fieles testigos de familias destrozadas. ¿Indemnización? Eso es para ricos.
Me encuentro en el centro de la putrefacción, y cuento con una computadora, con un Servipack 2 (estamos en 2015). Pero el ojo por ojo, diente por diente, uña por uña, está más vigente que nunca. Logré salir a cursar a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales desde la cárcel, algo revolucionario en el mundo. Me siento afortunado. Es duro en ciertos aspectos, como hechos de transición, gajes del oficio de la filosofía de la libertad, trofeos de guerra, resistencia, pruebas para la paciencia y omisión a cumplimientos judiciales.
Soy un ser muy político. Se han conformado centros universitarios en diversas unidades penitenciarias, realizando campañas electorales para disputar cargos electivos, incluso estuve encabezando listas. ¡Para cambiar el mundo hay que empezar por uno mismo!
Encontrarse a derecho
El mundo cambió en más de una década. ¿Resocialización o inclusión? Da igual. Nadie sabe de eso y el que lo sabe, seguro tiene acciones de esta empresa.
Dos rayitas (II) es positivo (+). A los 34 años, la vida me enseña a ser padre. Y ¿cómo será eso? No sé, pero de seguro lo haré bien, con buena fe será esta convención de amor. El nombre no se negocia. Lo vengo practicando desde hace mucho tiempo. Tengo el corazón enamorado. Pero a la vez siento angustia y egoísmo. Mi compañera entra en escena. Todo es demasiado… Me llevó una solicitud de conmutación de pena al gobernador.
Sueño que me encuentre a “derecho.” Me siento un “hombre de derecho”. Tenía razón el juez: me enseñó la fórmula. Entendí lo del cambio de paradigma. La justicia, después de 13 años y medio, sigue sin llegar, por lo menos en lo que concierne a la equidad.
El departamento Técnico Criminológico, aconseja, recomienda cambios progresivos. Mientras todo pasa, yo sigo en máxima seguridad. La libertad no me asusta. La indiferencia, sí. La discriminación, sí. ¿El patronato? Bien gracias. Cerrado por mantenimiento.
Estoy hasta las pelotas. Trabajar en las unidades penitenciarias es más caro que no hacerlo: no se gana ni para el jabón (literalmente hablando).
Sé que he pecado. Me arrepiento. Prometo evitar todas las ocasiones próximas de pecado.
* Omar Randone cumple una condena a reclusión perpetua en la Unidad Penitencia 9 de la Provincia de Buenos Aires, centro al que la Asociación Pensamiento Penal concurre con motivos educacionales. Además, es estudiante de la Carrera de Abogacía en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata y miembro activo del Centro de Estudiantes Universitarios Santo Tomás de Aquino de dicha unidad.