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Uno de cada cuatro trabajadores es cuentapropista o emprendedor. Un informe señala que el desarrollo de este segmento es crucial para aumentar el empleo en general.
En Argentina, aproximadamente, uno de cada cuatro trabajadores es cuentapropista o un pequeño emprendedor que tiene habilidad, vocación y permanencia en su actividad productiva. El desarrollo de este segmento es crucial para aumentar el empleo de los jóvenes y las mujeres y requiere solucionar distintas dificultades de acceso a mayores mercados, a créditos, a innovación y cambio tecnológico, a capacitación y formación.
Al menos así lo asegura un reciente informe realizado por la Escuela de Economía de la Universidad Católica Argentina (UCA) que postula, entre otras cosas, que para que esto suceda “se debe facilitar la formalización de los pequeños emprendimientos y de sus trabajadores, algo que bajo las normas actuales -enfatiza el estudio- es de cumplimiento imposible”.
Números reales
Los trabajadores por cuenta propia y los pequeños emprendedores no conforman un universo pequeño, aunque sí extremadamente variado.
Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec –que cubre un universo de aproximadamente 25 millones de habitantes- ellos representan 24 por ciento de la población ocupada en los grandes conglomerados urbanos del país.
El aspecto de interés que surge de la EPH es el alto número de pequeños empleadores. Según la investigación, 75 por ciento de los empleadores identificados por la encuesta son muy pequeños dadores de empleo que no alcanzan a superar cinco trabajadores. Otro 22 por ciento tiene entre seis y 25 trabajadores y sólo una minoría marginal de cuatro por ciento serían empleadores con más de 25 trabajadores.
Por su parte, completa la UCA, los datos de la AFIP confirman esta presencia muy masiva de los pequeños dadores de empleo. Lo anterior refleja que en el mercado laboral argentino la gran mayoría de los empleadores son pequeños emprendedores con hasta cinco trabajadores.
Niveles elevados
De los 2,1 millones de cuentapropistas, aproximadamente 18 por ciento es profesional universitario, es decir, trabajador con elevados niveles de capital humano y, en la mayor parte de los casos, con razonables niveles de capacidad de generación de ingresos.
Sin embargo, el 82 por ciento restante es cuentapropista no profesional, es decir, técnico, comerciante, persona con conocimiento y habilidades para diversos oficios (electricistas, plomeros, gasistas, jardineros, albañiles, arreglos en general), taxista, remisero, mecánico o vendedores por cuenta de terceros, etcétera.
En lo que respecta al nivel de ingreso de los empleadores y de los cuentapropistas, el informe destaca lo siguiente: 40 por ciento de menor nivel de ingreso de la población total tiene un ingreso per capita familiar promedio de aproximadamente 705 pesos mensuales, mientras que en el mismo segmento socioeconómico los empleadores tiene un ingreso per capita familiar promedio de 919 pesos mensuales y de los cuentapropistas con capital de 909 pesos mensuales. Es decir, a igual segmento de la distribución del ingreso, los empleadores y los cuentapropistas con capital tienen un nivel de recursos económicos del hogar que sería 30 por ciento superior al promedio de la población en el mismo estrato socioeconómico.
Según estudio de UCA
Propuestas para promover emprendimientosEl informe señala que, desde el punto de vista social, es importante consensuar una agenda de políticas que apunten a potenciar la creación de empleo por parte de los pequeños empleadores y los cuentapropistas. Para que esta mayor generación de empleos implique también una “mejora en la calidad” de los puestos de trabajo es crucial implementar políticas para elevar la productividad de los pequeños emprendimientos.
Tanto la posibilidad de aumentar la productividad como la multiplicación en el número de empleos dependen decisivamente de superar “las dificultades de acceso”. Esto es, de la posibilidad de que los pequeños emprendedores puedan conseguir entrada a mercados más amplios, al crédito, al cambio tecnológico, a la innovación, a la capacitación, a la formación de los recursos humanos, etcétera. La puerta de entrada a cualquiera de estos factores de crecimiento productivo está trabada por las deficiencias en los diseños de las regulaciones laborales e impositivas para las pequeñas empresas.
En el tema laboral, una de las grandes paradojas regulatorias es que las microempresas tienen regímenes especiales y simplificados para el pago de los impuestos (monotributo nacional y provincial), en consideración a su pequeño tamaño y baja productividad, pero no reciben igual consideración para su vinculación con sus trabajadores.
En esto se les aplica el régimen general de la Ley de Contrato de Trabajo y el convenio colectivo sectorial; es decir, rige el mismo dispositivo legal que se aplica a las grandes empresas. Esta falta de consideración por la debilidad administrativa y financiera de las microempresas hace que la formalización de trabajadores en el segmento más pequeño del tejido productivo sea impracticable.
En la cuestión impositiva, los pequeños dadores de trabajo y los cuentapropistas suelen comenzar siendo monotributistas, pero la falta de actualización de los límites en un contexto inflacionario hacen que este sistema se vuelva muy restrictivo. Con muy poco que crezca el negocio, el pequeño emprendedor supera el límite legal del monotributo y para regularizarse debe –al igual que con la normativa laboral– pasar a contribuir en el régimen general.
Esto implica liquidar y pagar IVA, Ganancias, Ganancia Mínima Presunta e Ingresos Brutos, para lo cual debe contar con sistema administrativo complejo, de créditos, débitos, retenciones, percepciones, imputaciones, que sólo puede realizar contratando un profesional de ciencias económicas especializado en la temática impositiva.
