Fue diseñada por un equipo del Conicet-Universidad Católica de Córdoba, dirigido por Hugo Luján. Se publicó recientemente en la revista Nature Communications
En muchas personas, vacunarse desencadena miedos. Por temor a la jeringa suele aparecer la aversión a las inyecciones, la preocupación por la esterilidad de las agujas o hasta el fantasma de contraer una infección. Hugo Luján, doctor en Ciencias Químicas del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y director del Centro de Investigación y Desarrollo en Inmunología y Enfermedades Infecciosas (Cidie) de Córdoba, diseñó una solución para ello.
Se trata de una plataforma con la que se espera convertir cualquier antígeno en una vacuna de ingestión oral -mediante pastillas- y que podría reemplazar las inyecciones tradicionales.
El trabajo de investigación de Luján, docente y científico de la Universidad Católica de Córdoba (UCC), fue publicado recientemente en la revista Nature Communications.
Según informó la UCC, la vacuna de ingestión oral tiene una amplia gama de ventajas, como aceptabilidad, conservación y distribución.
“Uno de los aspectos fundamentales de este sistema es que resuelve la principal desventaja de las vacunas orales, que es su fácil degradación en el intestino a través de la digestión. En la producción de este importante descubrimiento fue fundamental el trabajo que Luján viene desarrollando desde hace más de veinte años en el parásito Giardia lamblia, un microorganismo que logra resistir la digestión intestinal mediante una cubierta protectora compuesta de proteínas con características particulares, las que también están presentes en otros microorganismos tanto parásitos como de vida libre que habitan ambientes hostiles”, sostuvo el comunicado de la UCC.
Agregó que las propiedades protectoras de esas proteínas son utilizadas para recubrir la superficie de partículas similares a virus (que se generan en el laboratorio, no son infectivas y a las que se les puede adicionar diferentes antígenos) para que estas vacunas orales resistan en el intestino y no sean degradadas.
“Estas partículas vacunales recubiertas por proteínas de Giardia son tan estables como el parásito -apuntó Luján- ya que soportan cambios de temperatura y pH, por lo que no requieren cadena de frío ni ninguna logística particular para su transporte y distribución.
Tampoco necesitan personal entrenado para su administración, evitan los riesgos asociados al uso de jeringas y agujas, no tienen gastos asociados al descarte de las mismas, son indoloras, además de ser fáciles de producir a escala industrial”.
La plataforma podría utilizarse en la generación de vacunas orales que combatan cualquier agente infeccioso puesto que generan una importante respuesta protectora en las mucosas, pero también contra células tumorales ya que generan una respuesta sistémica que destruye tumores experimentales en animales de laboratorio.
Antecedentes
Como es lógico, el surgimiento de este desarrollo tiene atrás una cadena de desarrollos previos y más de veinte años de dedicación al estudio de los mecanismos de adaptación de parásitos patógenos humanos y de animales. Para comprenderlo es necesario repasar primero cómo funcionan las vacunas tradicionales.
El mecanismo es muy simple: mediante una inyección, ingresa al cuerpo una cantidad pequeña de virus o bacterias que le “enseñan” al sistema inmunitario cómo reconocer, defenderse y atacar a los microorganismos -virus o bacterias- cuando eventualmente lo invadan.
En contraposición a las vacunas inyectables, la principal desventaja de las vacunas orales es que se degradan fácilmente en el intestino mediante la digestión.
Sin embargo, Luján y su equipo fueron pioneros en generar, en 2008, una vacuna oral contra la Giardiasis, enfermedad diarreica que afecta sobre todo a los países subdesarrollados, ocasionada por un parásito microscópico unicelular que vive en el intestino delgado de las personas y se transmite por las heces de una persona o animal infectado.
Un disfraz
¿Cómo llegaron a ese descubrimiento? El parásito Giardia lambia es particular porque tiene un mecanismo adaptativo denominado “variación antigénica”, que actúa como un “disfraz”.
Por medio de este proceso, el parásito tiene la capacidad de cambiar continuamente sus principales moléculas de superficie (llamadas “proteínas variables de superficie” o VSP), lo que le permite evadir la respuesta inmune del hospedador y por eso puede permanecer de manera crónica en el intestino de una persona o animal.
Por eso, también, Giardia era un parásito tan difícil de combatir. Luján logró, por primera vez, que el repertorio completo de VSP nativas purificadas fuera capaz de provocar una respuesta inmune protectora contra todos los posibles “disfraces” del parásito en forma de oral, que fue validada en el laboratorio y luego en animales domésticos, con resultados que permitieron al Conicet su licenciamiento a una empresa internacional.
Con ese desarrollo patentado, Luján se reunió con colegas de Francia y surgió una nueva idea: desarrollar vacunas orales para prevenir otros agentes infecciosos, adosándoles a los antígenos las proteínas VSP de Giardia, que por sus propiedades protectoras permitirían que las vacunas orales resistan en el intestino y no sean degradadas.
El equipo de Luján está conformado por colegas, con participación especial de las investigadoras Marianela Serradell y Lucía Rupil.