En un extraño -para los occidentales- confín del mundo, al abrigo de las miradas curiosas de los periodistas, la región de Saada, en el noroeste del Yemen, cerca de la frontera con Arabia Saudita, desde hace 15 años es uno de los escenarios donde la vida vale menos que un centavo.
Producto de una guerra sin cuartel que protagonizan tropas regulares y guerrilleros “huthis”. Pese a los intentos de lograr la paz, el conflicto está empantanado, mientras los contendientes hacen gala de una brutalidad sin límites que ha generado decenas miles de muertos, heridos y desplazados.
Los “huthis”, según el arabista italiano Francesco Gabrielli, pertenecen a una rama del Islam conocida como zaidísmo, presente en las mesetas yemenitas, distinto del chiidismo duodecimano, dogma dominante en Irán y con fuerte presencia en Irak y el Líbano. Los zaidíes, descriptos como moderados en cuestiones relativas al dogma y a la jurisprudencia, ocupan un lugar importante en la historia de Yemen, comparten sus interpretaciones religiosas con los sunnitas del rito shaf’i que conforman la mayoría de la población del país.
Sin embargo, insisten en la especificidad de su identidad respecto a la ley islámica o la práctica religiosa. “La mayoría de la población, anota Pierre Bernin, se inscribe, en cambio, en el proceso de uniformización de las identidades religiosas impulsado por el sistema educativo y el Estado republicano (…) Esta convergencia de las identidades no impide, sin embargo, la creciente estigmatización de los zaidíes por parte de la corriente salafista, aliada circunstancial del poder.
En el marco del conflicto de Saada, las tensiones son entonces frecuentes y la guerra amenaza con transformarse en un enfrentamiento interreligioso. A fines de agosto de 2009, algunos medios de comunicación informaban que los combates entre los “huthies” y estudiantes del instituto salafista Dar Al-Hadith, fundado a comienzos de los años 80 por Muqbil Al-Wadi’i, habían causado varias víctimas. Una información que los “huthis” negaban en su sitio en Internet. En marzo de 2007, dos estudiantes extranjeros, uno de ellos francés, ya habían encontrado la muerte en enfrentamientos similares.”
El enfrentamiento -a tenor de los dichos de Bernin- es descripto por el gobierno como ideológico (en el que la República se opone a un grupo religioso extremista) y los “huthis” como la resistencia a la represión de una minoría religiosa. Pero más allá de las acusaciones recíprocas, como las afirmaciones del gobierno yemenitas respecto de un importante programa de reconstrucción lanzado luego del alto de fuego de julio de 2008, y de los rebeldes que sostienen que los combates y las provocaciones nunca cesaron, el conflicto está ligado a múltiples factores, que obligaran a retomar el tema para profundizarlo.
Fuentes europeas refieren que en la última quincena del pasado mes de enero, Yemen ha vuelto a ser noticia por el asalto al poder de los “huthis”. En realidad, actuó un grupo fundamentalista que se hace llamar Ansarullah, que literalmente significa Partidarios de Dios, pero en la calle se les sigue conociendo con el nombre del clan que inició y sigue liderando su revuelta. Bajo el propósito de mejorar las condiciones de vida de la minoría zaidí, sus dirigentes han transformado un movimiento evangelizador en la milicia más poderosa del país. Su demostración de fuerza en Saná, la capital, ha llevado a la dimisión del gobierno y del presidente, agravando la crisis yemení.
Ansarullah -explica el diario español El País- se inspira en el Hezbolá libanés. Además de una facción armada, también tiene parte de movimiento social y, como a aquél, se le achaca recibir ayuda de Irán. Su origen arranca de un pequeño grupo religioso, Juventud Creyente, fundado por los hermanos Mohammed y Husein al Huthi a principios de los años 90 del siglo pasado, con el objetivo de reavivar el zaidismo entre los jóvenes de su provincia, Saada, al norte de Yemen, en la frontera con Arabia Saudí. Los chiíes zaydíes, cuyo líder político-religioso gobernó Yemen hasta 1962, veneran como quinto imam a Zayd Bin Ali en lugar de a Mohamed al Baqer.
“La politización del grupo se produjo a raíz de la invasión estadounidense de Irak en 2003. Husein al Huthi explotó el sentimiento antinorteamericano que desató esa intervención para lanzar una revuelta armada contra el entonces presidente Ali Abdalá Saleh, quien apoyaba a Washington. El levantamiento se convirtió en una guerra abierta y el ejército mató a Husein en 2004. Sus seguidores continuaron la lucha, apoyados a partir de entonces por clanes perjudicados por la campaña militar. Saleh libró seis guerras contra los “huthis” hasta 2010.”
Expertos internacionales temen que con el Estado en ruinas y nadie a las riendas, el recelo que ha causado ese avance se multiplique. Por un lado, la comunidad internacional, con EEUU a la cabeza, teme que dé alas a Al Qaeda en la Península Arábiga, que ya ha encontrado un pretexto para transformar el enfrentamiento en un conflicto sectario. Por otro, su vinculación con Irán, con el que admiten buenas relaciones aunque ambos niegan que les provea asistencia, ya ha motivado que Arabia Saudita corte su vital ayuda financiera al gobierno de Saná, la capital de Yemen, agravando aún más los problemas del país árabe más pobre del mundo.