domingo 22, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

¿Y si miramos a Haití?

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Por Silverio E. Escudero

Haití es uno de los laboratorios clandestinos en los que el capitalismo ha probado sus más abyectas recetas. Vive y muere en un laberinto creado en forma artificial en el que el Occidente blanco y racista busca acabar con la población negra.

En ese mundo plagado de confusión florece un clima de violencia atroz en el que las pandillas de Puerto Príncipe -armadas por los gusanos de Miami, las maras salvadoreñas, otras asociaciones delictuales y grandes empresas multinacionales- procuran alzarse con el control territorial de ese país. 

Lograrlo es una aventura plagada de peligros. Significa enfrentar las fuerzas residuales de los otrora ultra poderosos tonton macoutes quienes, en sus últimas apariciones, lucen un arsenal ultramoderno, mientras prometen matanzas más brutales que las cometieron cuando gobernaban François Duvalier (“Papa Doc”) y su hijo, ‎Jean-Claude Duvalier.

En medio de esa batalla sin fin los tonton macoutes avisan de su regreso. En numerosos pueblos y ciudades volvieron a encender el horror. Apedrearon y quemaron vivas “a familias de antiguos opositores de los Duvalier” cuyos cadáveres colgaron para amedrentar al resto de la población.

Un alto funcionario argentino, quien fue jefe de los Cascos Blancos en Haití, en la década de 90, explicó que el culto a los muertos vivos o zombis siempre fue administrado por los tonton macoutes a pesar de que “la creencia en los zombis tiene sus raíces en las tradiciones llevadas a Haití por los esclavos africanos y sus experiencias posteriores en el Nuevo Mundo. Se pensaba que el loa Baron Samedi los recogería de su tumba para llevarlos al más allá celestial en África (Guinea), a menos que lo hubieran ofendido de alguna forma, en cuyo caso serían esclavos para siempre después de la muerte, como un zombi eterno” (Rafael Agustí Torres, Zombis, bokors y tetrodotoxina: los misterios del vudú).

Más adelante, el casco blanco, en su interesante conversación, abundó en detalles que desconocíamos los argentinos: “Habitar en Puerto Príncipe es una locura. Quienes lo hacen deben evadir la muerte. La capital de Haití es uno de los lugares más peligrosos del Hemisferio Occidental. (…) Pocas personas se animan a hablar por miedo a las represalias de las bandas criminales que controlan la ciudad”. 

La vida -coincide la mayor parte de las agencias de noticias- es muy tensa en Puerto Príncipe. Levantarse. Salir sólo si hay que hacerlo, aunque la familia le ruegue que no salga o que tenga cuidado, reconoce Rosy Auguste Ducena, habitante de Puerto Príncipe, abogada y responsable de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH) y una de las pocas personas que acepta hablar con medios.

Inconformismo, hartazgo y poca esperanza en los anuncios de cambio, así como intervenciones internacionales, son algunos de los sentimientos más comunes de los habitantes de esta ciudad que cada vez caminan menos por sus calles, por miedo a ser secuestrados, sufrir una violación o nunca regresar.

France 24 recogió algunos testimonios que vale la pena conocer: Marianne, quien vive en la frontera con uno de los barrios más peligrosos de América Latina, Cité du Soleil, cuenta que más allá de las 17 no se puede andar en la calle. Ella, quien vende fertilizantes químicos, tuvo que vender su negocio para pagar por la liberación de su pareja, secuestrado por Grand Ravine, una de las pandillas que controla parte de la ciudad. “Una mañana él salió hacia el hotel en el que trabajaba y no regresó. Fueron muchas noches sin él. Algún tiempo después me contactaron, tuve que reunir 500.000 gourdes (3.270 euros, aproximadamente) si quería volverlo a ver”. 

Las crisis en Haití se suman incesantemente: el país caribeño no cuenta con un presidente elegido democráticamente desde 2021, tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse y la posibilidad de una transición democrática, bajo la batuta del primer ministro Ariel Henry, es cada vez más lejana. 

Con relación a ese crimen, ya son 40 los detenidos, la mayoría sin garantías procesales, entre ellos, 18 ex militares colombianos acusados de ser parte del comando que irrumpió en la residencia del mandatario. Sin embargo, poco se ha avanzado en esclarecer a los determinadores del magnicidio. 

En agosto de 2021 hubo un terremoto de magnitud 7,2, y las réplicas posteriores no sólo derribaron algunas de las vetustas edificaciones y casas de Puerto Príncipe y Los Cayos sino que también terminaron con la vida de casi 3.000 personas y profundizaron, aún más, las grietas sociales de hambre, pobreza y violencia urbana.

A las catástrofes naturales y humanas que azotan a este enclave caribeño, el pasado mes de octubre de 2022, un brote de cólera volvió a golpear a un país declarado en “crisis humanitaria” por el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y en el que 4,7 millones de personas se encuentran en hambre extrema y cerca de 100.000 niños, de acuerdo con Unicef, que padecen hambre aguda severa, son especialmente vulnerables a contraer esta enfermedad bacteriana y fallecer por esta causa.

Las Naciones Unidas advirtieron el jueves de una posible explosión de casos de cólera en Haití, país sacudido por la crisis.  

Asimismo, el aumento de precios en los alimentos y combustibles parece encender aún más el descontento social. La variación de precios se acerca a 40% durante el mes de diciembre de 2022. 

La violencia urbana campea por las calles de Puerto Príncipe, a mano de las seis alianzas entre pandillas que controlan la mayor parte de esta ciudad, cerca de 60% del territorio según la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH). 

“Hoy, en Haití, todos los indicadores están en rojo. El pueblo haitiano vive en una situación de negación de los derechos humanos, caracterizada por la violación sistemática de sus derechos a la vida, la seguridad y la integridad física y psicológica”, resalta Marie-Rosy Auguste Ducena, miembro de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos. 

Jimmy ha intentado abandonar Haití en dos ocasiones: viajó en 2016 a Ecuador y empezó un periplo desde el sur del continente con destino a Estados Unidos. Sus planes se frustraron en México, en la región de Tapachula, tras perder hasta su pasaporte y terminar deportado. En una segunda ocasión, en junio de 2022, intentó tomar una embarcación, con destino a Puerto Rico, desde República Dominicana, y fue interceptado en el camino por las autoridades costeras. “Mi familia vive en Miami, yo quiero llegar hasta allá y empezar una nueva vida. He vivido en Puerto Príncipe toda mi vida, pero no creo poder aguantar más. Perdí la esperanza de que algo cambie”. 

Él es parte de los más de 140 mil haitianos que han sido repatriados durante 2022. Es tiempo de seguir la pista haitiana. Lo haremos.

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