Por Nora Carranza / Abogada, mediadora
Como mediadora me preocupa el lugar en que los adultos colocamos a los menores en procesos de mediación familiar. Todos: padres, mediadores y demás operadores en conflictos familiares coincidimos en que el bien jurídico protegido es el bienestar de los hijos, pero generalmente los niños son los últimos en ser tenidos en cuenta al momento de decidir. A partir de la crisis de la relación de los padres se toman decisiones como cambiarlos de barrio, de colegio, de ciudad; se les imponen nuevas personas y costumbres, sin siquiera haber pensado en lo que ellos sienten o necesitan y sin respeto a su proceso de duelo por la ruptura familiar. Además, se somete a uno o ambos padres a una sobrecarga excesiva por regímenes de tenencia o visitas complicadísimos y poco prácticos, que también terminan perjudicando a los chicos: padres cansados, agobiados e irritados no son una buena ayuda para la estabilidad emocional familiar.
Mi criterio es que se debe introducir la menor cantidad posible de cambios en la vida cotidiana de los chicos y acompañarlos en ese proceso.
Generalmente trato que los papás piensen en qué sentirían o pensarían los chicos con respecto a lo que están decidiendo para ellos, aunque no estén presentes en la mesa. No pretendo que los menores resuelvan porque entiendo que son los adultos quienes deben responsabilizarse por sus hijos; pero sí que el acuerdo al que se arribe tenga en cuenta las necesidades y posibilidades de quienes terminan siendo víctimas inocentes de desacuerdos de los adultos.
Es increíble la cantidad de papás que cuando les pregunto “¿y los chicos que piensan?” se quedan mirándome sin saber qué responder. A muchos ni se les había ocurrido preguntárselo, o atribuyen las conductas o pedidos de los chicos a un lavado de cerebro del otro progenitor, sin hacerse cargo de su parte de responsabilidad. Cuando el discurso de los papás sobre las necesidades de los chicos es muy contradictorio y no pueden decidir, suelo entrevistar a los menores, quienes generalmente me dan vías de acción necesarias para destrabar el conflicto.
Trataré de mostrarlo en el caso siguiente, en el cual los nombres y circunstancias se cambiaron para resguardar la identidad de las partes intervinientes.
El caso: Marta (42) y Julio (46) llevan 15 años de casados; ambos son docentes, él universitario y ella secundaria. Tienen dos hijas, Luciana (11) y Agustina (7). Son personas muy religiosas. Han educado a sus hijas con principios morales muy rígidos. Julio comienza una relación con una discípula suya de la universidad. Cuando Marta se entera, le exige que decida por una de las dos. Él no lo comprende por qué, si está bien así, con su familia “perfecta” por un lado y su amante por el otro. Marta le exige retirarse de la casa, lo que finalmente Julio acepta de mala gana. El caso viene a mediación para tratar régimen de tenencia, visitas y alimentos de las niñas.
Marta sostenía que no se debía fijar régimen de visitas a favor del papá ya que las chicas no quieren saber nada con verlo. Están muy enojadas con él por lo que ha hecho. El discurso de Julio es que debería tener un régimen amplio y verlas libremente; que no quieren verlo porque la mamá les llena la cabeza en su contra y que debería sacar a sus hijas de la casa por la fuerza si ellas no quisieran ir con él. Ninguno de los dos modificaba su posición, por lo que les pedí hablar con las menores en forma individual con cada una.
Entrevista con Luciana: se muestra muy angustiada y dice que no quiere verlo a su papá porque no puede aceptar sus mentiras. Que les hizo creer que era una persona cuando en realidad era otra. Que no entiende por qué el papá cree que lo que está mal para todo el mundo, si lo hace él está bien. Con cosas que están mal se refiere a las mentiras, adulterio y sus gritos y malos tratos.
Entrevista con Agustina: se mostró espontánea y abierta al diálogo. Dijo textualmente: “Yo todavía no estoy preparada para ir a la casa nueva de papá con la mujer nueva y el bebé nuevo, quiero verlo a él solo por el momento…lo que pasa es que mi papá no escucha”.
Al preguntarle sobre cómo le parece que podemos hacer para que su papá escuche, responde: “Lo que pasa es que todavía no sé escribir muy bien.” Le sugiero la posibilidad de que yo escriba lo que ella quiere y leérselo al papá y accede de muy buen grado; propone que su papá las retire todos los sábados a pasar el día a ella y a su hermana solas, sin nadie más y diseñó un régimen de visitas de dos meses con idas al zoológico, al club, de pic nic al campo, etcétera.
Reuní a las dos hermanitas en privado y comenté con ambas esta propuesta de Agustina. Luciana estuvo de acuerdo. Luego, en privado, le expuse a Julio el planteo de las chicas; estuvo muy receptivo y lo aceptó de buen grado, pese a que tuvo que escuchar algunas cosas que no le gustaron mucho respecto a lo que pensaban ellas de sus actitudes como padre. Cuando hablé con Marta se mostró aliviada porque según ella no encontraba la forma de que sus hijas quisieran salir con el papá y además debía tolerar las permanentes acusaciones de Julio respecto al supuesto lavado de cerebro. Decidieron hacer un acuerdo conforme lo propuesto por las hijas para ir evaluando luego otras modalidades. No los vi más hasta que un año después encontré en la calle a Julio, con la “mujer nueva”, el “nene nuevo” y sus dos hijas; todos lucían felices.