Por Lic. Andrea Queruz Chemes *
El fenómeno de la violencia tiene múltiples tratamientos y abordajes. Desde que fue posible reflexionar sobre la dinámica y particularidades de la violencia es posible su desnaturalización en la sociedad y su visibilización. Hoy es posible referirnos a distintos tipos de violencia, según -por ejemplo- su contexto de aparición, sea éste intrafamiliar, institucional, laboral, urbano etcétera o por el objeto destinatario -víctima- de aquélla, cuando nos referimos a la violencia contra los animales, de género, o sobre minorías sociales, entre otras. Sin lugar a dudas,las distintas “caras” de la violencia llevan a realizar intervenciones determinadas, según sea su especificidad, pero también ocasionan confusión respecto de qué entendemos por violencia. ¿Cuáles son los procesos sociales que le subyacen?¿Por qué, si se pretende prevenirla, cada vez se la legitima más? ¿ Cuáles son los factores que intervienen para su potenciación?
La violentia, vocablo latín que significa “fuerza”, es a su vez tomado del sanscrito en el que significa dominación. Significa profanar, transgredir y ultrajar. Sin embargo, lo que el concepto en sí mismo no explica es su carácter social y cultural. Aunque no parezca, existen formas de comportarse que resultan familiares y cotidianas sobre las que rara vez reflexionamos, que generan hábitos y que -a fuerza de repetirse- forman sistemas de creencias, prejuicios y estereotipos. Así, la violencia intrafamiliar no debía trascender del seno de la familia; de esta forma se podía suceder cualquier conducta abusiva sin que mereciera atención alguna.
La capacidad biológica de engendrar hijos de la mujer hizo que la sociedad la relegara a las tareas de crianza y domésticas, por una parte, y que, producto de la asimilación de ese mandato, la mujer misma se autoimpusiera ese rol. La repetición y reproducción social de ese estereotipo la privaron de otros derechos legítimos y la ubicaron en un lugar de sometimiento respecto del hombre. Asumida la lucha por protegerla en su condición de víctima se alcanzaron importantes avances en pos de restituirle sus derechos y resguardarla de la violencia.
Sin embargo, lejos de abordar el fenómeno de la violencia de una manera integral como producto de las interacciones humanas disfuncionales y estereotipadas, se cae en un reduccionismo equiparando “género” a “mujer” y ésta a “víctima”. Consecuentemente, las políticas de prevención de la violencia basadas en los derechos humanos atienden a parcialidades que refuerzan a la mujer en la categoría “víctima”, al hombre en la de “victimario”, el transgénero en lo anormal, etcétera. Esas categorizaciones -generalizaciones- gobiernan los grupos y las instituciones, influyendo nocivamente en las interacciones humanas basadas en la asimetría de los vínculos y en el respeto por el prójimo.
En los distintos operadores de la justicia también subyacen estos prejuicios. Resulta arraigada la creencia de que la mujer sólo agrede “por defensa propia o de sus hijos”, o que el hombre es “violento por naturaleza” o “¿qué mejor que la madre para garantizar la crianza adecuada de los hijos?”.
Si consideramos la primera posibilidad a rajatabla, estamos negando la posibilidad de que un hombre pueda encontrarse en una situación de víctima o -por lo menos- de desventaja respecto de su pareja y correr algún riesgo; pero aún peor, inhibirlo de realizar una denuncia por temor a que no le crean.
Si tomamos la segunda posibilidad, estaríamos diciendo que: 1) la violencia es una condición natural y biológica, por ende inmodificable, o que el ser hombre nació de un “repollo”, es decir, negando los procesos de aprendizaje y humanización que transcurren dentro de las interacciones familiares con el desempeño de roles adultos de distintos géneros, que guían el desarrollo de la personalidad de sus miembros, tanto con sus acciones como con sus omisiones.
Es sabido que no es papel de la justicia resolver la violencia social, pero sí es su responsabilidad regular los abusos en la administración de la ley de violencia -a tenor de los falsos positivos- que ocasiona víctimas tales como niños, padres y familiares que ven obstruidos sus vínculos por años, cuyo daño es difícilmente subsanable.
La posibilidad de prevenir el aprendizaje de la violencia antes que “desaprender” los estilos de relación basados en el ejercicio de ésta es uno de los ejes de acción. Sin embargo, existen escasas políticas institucionales que abordan la violencia como una problemática de todos, sin caer en el reduccionismo mencionado.
La capacitación en prevención de la violencia desde una perspectiva integral resulta imprescindible. Si bien las diferentes intervenciones provienen del sector privado, se puede pueden identificar las acciones llevadas a cabo por la Oficina Legislativa Nacional perteneciente a la legisladora Rodríguez Machado, que aporta capacitación para la prevención de la violencia.
* Psicóloga Judicial, multifuero y laboral
Muy buen artículo… El camino para prevenir la violencia es a partir de uno mismo…darse cuenta. Pagina en Facebook de la Oficina Legislativa de la senadora Rodríguez es Prevención de la Violencia Familiar y de Género