Por Luis R. Carranza Torres
Del ejercicio del derecho, pasó a mostrarlo en la pantalla chica y luego a reclamarlo para sí
Terry Louise Fisher, nacida el 21 de febrero de 1946, ha tenido una vida múltiple como pocas. Su vocación la ha llevó a estudiar derecho primero, en la Facultad de Derecho de la UCLA. Después de recibirse trabajó en la oficina del fiscal de distrito de Los Ángeles, antes de pasar al sector privado dedicada al entertainment law, el sector jurídico relacionado con los aspectos legales de la producción de contenidos audiovisuales, algo cercano a lo que entre nosotros algunas veces se traduce como “derecho del entretenimiento”. Tal elección se mostró, en el tiempo, como la punta del iceberg de una vocación mucho más profunda.
Durante el tiempo de su ejercicio privado de la profesión de las leyes, la pasión por la literatura la llevó a escribir dos novelas, publicadas ambas por la Warner Publishing Company. La primera, A class act, en 1976, a la que le siguió Good Behavior, en 1979. Luego de una década de práctica legal, Terry dejó la abogacía para dedicarse a escribir a tiempo completo.
Entonces, la televisión se le cruzó en su vida. Se inició en ella como guionista y productora de la serie policial de CBS Cagney & Lacey, en 1982, empresa en la que permanecería tres años. Luego, muchos años después, participaría coescribiendo el guión de las películas “de reunión” de la serie: The Return (1994) y Cagney y Lacey: together again (1995).
La serie era protagonizada por una pareja de detectives femeninos de la policía de Nueva York, toda una novedad por entonces. A la intriga por la investigación de un delito, clásica del género, se le sumó mostrar la distintiva perspectiva de la vida entre las dos mujeres: una soltera y dedicada a su carrera en la policía, apuntando a llegar a lo alto; en tanto la otra se conformaba con conciliar su profesión con ser madre y esposa.
Entre 1983 y 1987, Terry escribió para otras series y películas de televisión. Pero su producto más notable, cocreado con Steven Bochco, fue L.A. Law, la serie emblemática de abogados de la década de 1980 que marcaría más de un jalón en la categoría de los denominados “dramas legales” en la televisión.
Gran parte de ese suceso se debió a la mirada de Fisher quien, además de incorporar cuestiones sociales, puso los grandes problemas de la mujer en el horario televisivo central: los abusos y maltratos que eran moneda corriente en la machista sociedad californiana, supuestamente tan liberada respecto de todo. Fue una forma de ver las cosas que, combinando drama, humor y sarcasmo, cautivó a la audiencia.
Su salida de la serie, en noviembre 1987, fue tan dramática como un episodio de esa tira y tan legal como su pasado jurídico. Diferencias con Steven Bochco, sobre temas creativos, y con la 20th Century Fox que la producía, sobre dinero, la desvincularon del proyecto antes de que le fuera prohibido entrar al set y cesada en todas sus funciones.
La despedían como a cualquier otro en la industria de ese tiempo: con las manos vacías. Terry contestó judicializando el tema y presentando en los tribunales una demanda por 50 millones de dólares. Ironías del destino: no hacía mucho ella había discutido con Bochco la producción de un episodio sobre un equipo de escritores de Hollywood TV que se separaba y llevaba sus diferencias a la corte.
Contra lo que pasaba en aquel tiempo, su planteo llevó a negociar a sus antiguos empleadores, para evitarse tener que ventilarla en una audiencia de juicio. En un comunicado la Fox anunció el 5 de febrero de 1988 que se había arribado a una “resolución amigable de todas las disputas”.
Ella explicó respecto a dicho arreglo: “Yo era un abogado litigante, y el derecho procesal es divertido. Estaba empezando a meterme de nuevo en eso”, bromeó sobre la disputa legal. “Pero tienes que llevar el conflicto a cuestas contigo durante años. Te sientes tan atrapado; no puedes hacer nada creativo”. Algo así como que un mal arreglo es mejor que un buen juicio. Para no terminar con esa onda amigable, el acuerdo preveía una “orden mordaza” para que ninguno de los intervinientes pudiera revelar los detalles financieros de su acuerdo.
Aun así, Terry, a quien le gustaba poner el punto de vista femenino en todas sus series, no se privó de hacerlo en esa instancia de su vida profesional: “Una cosa que no quiero que sientan las mujeres es que no pueden enfrentarse a los grandes estudios porque te ganarán, eso fue lo único que me molestó “, dijo. “Algunas personas piensan que la industria de la televisión es un club de varones. Yo nunca lo pensé así, pero recibí muchas cartas realmente perturbadoras de mujeres que lo vieron de esa manera”.
Seguirían, en los tiempos por venir, otros trabajos en el medio. Ganó tres premios Emmy de siete veces que fue nominada. La serie L.A. Law seguiría siendo su “opus magnum”. Pero no pocos, pese a todo el deber de silencio impuesto contractualmente al respecto, recordarían que su mejor papel fue defender sus derechos en un mundo televisivo en que las mujeres eran, por lo común, relativizadas en sus logros.
Fue un momento paradójico en que la abogada, la productora, la guionista y la mujer se alinearon en una misma dirección. Como diría Borges: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que una persona sabe para siempre quién es”.