Su prédica la ha llevado a chocar reiteradamente contra un régimen inflexible
Por Luis R. Carranza Torres
Shirin Ebadi ha sido la primera mujer en varios aspectos: como jueza en su país o la primera musulmana en recibir el Premio Nobel de la Paz, en el año 2003. Obviamente, ha sido también la primera iraní en obtener el Nobel, hombre o mujer, en todas las categorías que se concede. Ha pagado y sigue pagando un precio por ello.
Su ejercicio de la abogacía ha estado marcado por la defensa de los derechos humanos, particularmente de mujeres y niños como por la prédica a favor de la democracia.
Shirin Ebadi nació en el norte de Irán. Su padre fue uno de los primeros catedráticos de Derecho Comercial y notario. El fuerte sentido de la justicia en que se la educó la llevó a estudiar derecho primero en la universidad y entrar en la magistratura luego. Fue una de las primeras mujeres juezas del país, siendo entre 1975 y 1979 presidenta de la Corte de Teherán.
Luego de la revolución islámica de 1979 en que, entre otras cosas, cesó a las mujeres de todo cargo judicial, ella se dedicó a la práctica privada del derecho. Eso, luego de un tiempo de forzado impedimento, en que se dedicó a escribir, pues las autoridades revolucionarias también habían cerrado el Colegio de Abogados y no se concedían nuevas matrículas.
Luego de obtener la habilitación para ejercer, se inició como abogada en juicios por asesinato y divorcio, para luego asumir también la defensa en casos con implicaciones políticas a escala nacional, respecto de relevantes personalidades de la cultura y la política iraníes perseguidos por las autoridades, así como en numerosos casos de maltrato infantil.
En 2003, a los 56 años, recibió el Premio Nobel de la Paz en el Ayuntamiento de Oslo, en reconocimiento por sus esfuerzos en favor de los Derechos Humanos. Lo hizo vestida con un traje color champaña y desafiando a los fundamentalistas islámicos al acudir a la ceremonia sin velo.
Al dar su discurso, lo hizo en su lengua materna, el persa. Fustigó: “Muchos musulmanes, bajo el pretexto de que la democracia y los derechos humanos, no son compatibles con las enseñanzas del islam y su tradición, justifican gobiernos despóticos”, abusando del texto sagrado. También se refirió a que los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos servían de pretexto a otros países, incluidas las democracias occidentales, para “violar principios fundamentales y el derecho internacional”, mencionando el caso de los detenidos en Guantánamo.
Luego del Premio Nobel, fue reiteradamente amenazada y en agosto de 2008, la agencia estatal de noticias iraní difundió un artículo acusándola de ser un agente de “Occidente”, de defender a homosexuales y agentes de la CIA, de aparecer sin cubrirse el pelo en el extranjero, de poner en entredicho el sistema penal islámico y de haberse secretamente convertido al bahaísmo. De todo, lo último era lo peor para el particular sistema de su país, por constituir un acto de apostasía que se castiga con la pena de muerte.
Su Centro de Defensores de Derechos Humanos fue cerrado por la policía en diciembre de 2008, lo que suscitó condenas internacionales. Fue asimismo acosada por partidarios del gobierno en su domicilio y su estudio, debiendo exiliarse luego de las controvertidas elecciones presidenciales iraníes de junio de 2009.
La falta de éxito en sus gestiones a fin de que los gobiernos occidentales tomaran en cuenta la grave crisis de derechos humanos que se desarrollaba en su país la llevó a denunciar una indiferencia en la materia, más allá de las condenas de palabra en tal sentido.
En represalia por ello, las autoridades iraníes le embargaron sus bienes y posesiones, le confiscaron incluso la medalla y el diploma del premio Nobel, la enseña de la Legión de Honor francesa y un anillo recibido de una asociación de periodistas alemana. Ello en concepto de “impuestos impagos” por haber recibido el Nobel, así como por dar “discursos en países extranjeros”.
Ebadi es tenida por una persona carismática, de elegancia en el vestir, cuya mirada y palabras transmiten firmeza, confianza y esperanza. Musulmana practicante, ha dicho más de una vez “respeto las leyes de Irán y actúo en el marco legal establecido”, procurando una nueva interpretación de la ley islámica que esté en armonía con la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad religiosa y de expresión. Se ha expresado en el sentido de que la política debería estar separada de la religión y que “el Islam no está en contra de la democracia”, siendo contraria a todo tipo de extremismo, tanto en el Islam como en otras religiones.
En un momento en que los fundamentalistas de occidente quieren ver al Islam como algo diabólico, la figura de Shirin Ebadi, entre otras, nos recuerda una verdad que pasa por obvia: no se puede separar las naciones o religiones del mundo en buenos y malos. En todas existen personas moderadas y otras extremistas, algunas justas y otras, decididamente perversas. Como se explica en la parábola del trigo y la cizaña de Jesús, reverenciado tanto por cristianos como musulmanes: crecen juntos en un mismo campo por lo que debe cuidarse de, al quitar la cizaña, no arrancar también el trigo.