viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Una escuela sin escucha, ¿promueve la convivencia?

ESCUCHAR

Por Lorena Flores y Matías Maccio*

Analizamos el contexto y nos preguntamos el porqué de la falta de compromiso de los actores que participan en una institución educativa en promover conductas de escucha activa y espacios de gestión pacífica de conflictos reales. Entre aquellos actores se encuentran estudiantes, docentes, administrativos, directivos y todo aquel que por diferentes circunstancias participa en ella.
¿El poder del diálogo está subestimado? Lo que se percibe en dichos espacios es que la violencia recrudece al mismo ritmo que lo hace en su periferia, en la misma sociedad. Cada vez hay menos lugar para el diálogo, lleva tiempo, y parece que no estamos dispuestos a invertir ese valioso insumo (el tiempo) en este tipo de prácticas…

En la “sociedad del cansancio”, como la piensa Byung-Chul Han, sólo se concentran energías en
obtener la maximización del rendimiento humano; en esta ecuación no hay espacio ni tiempo para pensar o considerar la existencia de otro. La misma existencia es negada, no hay un “entre” –tú y yo- o un “nosotros”; sólo yo. Y después…, también yo. Éste es el mensaje que percibirían las pibas y los pibes a quienes les “exigimos” o de quienes esperamos que aprendan a convivir dentro del ámbito de la comunidad educativa.
Quienes están inmersos en este medio han sido informados y formados en torno de la resolución ministerial N°149/10 que hace las veces de marco contenedor para la redacción de los Acuerdo Escolares de Convivencia (AEC, por sus siglas). Éstos, con el formato de contratos de adhesión –en su mayoría- focalizan sus líneas de acción en normas que regulan la relación entre las personas que comparten el espacio educativo, el cuidado de lo que es de todos y el cuidado de uno mismo.
Mediante las otrora “sanciones” –que hoy deben tener un fin educativo- se intenta generar una respuesta que aspira a ser la adecuada frente a la impulsividad y a la propia agresividad. Lo cierto es que en pocos o ninguno de los denominados AEC se prevén métodos, prácticas, dispositivos que permitan el acceso a una real y genuina restauración o instancia de resolución pacífica del conflicto. Decimos acceso y trazamos un paralelismo con los servicios de “justicia” para la sociedad adulta, la que en el contexto de las Reglas de Brasilia del año 2008 debe garantizar el ingreso a métodos pacíficos, de bajo costo y rápidos, que ofrezca unos “primeros auxilios” a las personas en conflicto. Nuestra ley 10543 ratifica esta línea cuando declara de interés público la mediación para cualquier tipo de controversia proponiendo por ejemplo la Mediación Prejudicial Obligatoria.

En el rol de mediadores vemos una puerta abierta esperando ser cruzada por cambios que promuevan una nueva mirada, que no busque eliminar ni evitar el conflicto, sino transformarlo usándolo como un elemento de evolución (William Ury). Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a ser educados para la paz, y ello nos interpela a emprender el camino primero en la familia y luego en la escuela, sobre el ejercicio de la tolerancia y la escucha.
Si en esta segunda “familia”, como suele ser llamada la institución educativa, se utilizaran las herramientas de mediación ¿se podría aspirar a generar convivencia? ¿Y que ésta sea de calidad? ¿Podremos fomentar actitudes colaborativas en lugar de confrontativas?
Apelamos a que las autoridades educativas propicien espacios y momentos en donde todos puedan ser escuchados y escuchar, que pueda ser utilizado para dar lugar al protagonismo de los intereses o necesidades, en donde se puedan expresar adecuadamente los sentimientos y reconocer los del otro. Este planteo requiere resignificar el enfoque del “poder” con el que se vinculan la mayoría de los sistemas de control del conflicto, mediante los cuales no se está logrando una convivencia auténtica.

Siguiendo a Carlos Romero
Giménez, para ello, se requiere: “Tolerancia en el sentido no de concesión graciosa paternalista y misericordia al otro, al que se domina, sino en el sentido de aceptar aquello que es diferente. Una actitud intolerante está reñida con el establecimiento de relaciones armoniosas o de convivencia porque rechaza al otro, ya sea en su totalidad o en algunos aspectos esenciales en la vida de relación”.
Sin embargo, lo habitual por estos tiempos es la intolerancia. Basta repasar las redes sociales para ver una muestra de esta sensación, que alimenta la violencia y la necesidad de ejercer el poder. Todos insumos que apagan el caldero donde se cultiva la perseguida paz social.
Sólo la educación –cual salvavidas- mantendrá en flote la formación integral de los niños, niñas y adolescentes, a quienes aprender a comunicarse sin violencia permitirá recrear –a futuro- una sociedad inclusiva, que ilusiona, que inspira.

* Mediadores

Comentarios 1

  1. Pablo Román says:

    Excelente nota! Por una sociedad cooperante e inclusiva, que ilusione e inspire.

    Abrazo!

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