domingo 17, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Una antigua experiencia pakistaní de esterilización 

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Desaparecida de la agenda internacional, la esterilización de las poblaciones en el frente de batalla es considerada un arma más en el arsenal de la guerra. La reiteración de denuncias en torno a la guerra en Ucrania trajo la cuestión tímidamente a la primera plana de la prensa mundial. 

Tampoco ha dejado de ser un instrumento gubernamental para generar políticas de control demográfico o exterminio de las minorías raciales en todos los países del mundo. 

Los viejos manuales de geografía humana editados durante el siglo XX denuncian con severidad esas prácticas criminales que encuentran justificaciones en el maltusianismo, el determinismo biológico y la eugenesia, las cuales reaparecen en diferentes partes del mundo bajo figuras y modalidades remozadas. 

Los ejemplos se suman por miles. En Europa, mujeres gitanas han sido -y son- esterilizadas de manera sistemática. La guerra de los Balcanes fue una auténtica carnicería. 

Los japoneses se disculparon por la esterilización de miles de personas discapacitadas, y en Canadá mujeres indígenas siguen siendo esterilizadas en un programa de “blanqueamiento poblacional”. China, por su parte, encabeza las estadísticas mundiales.

El peruano Alberto Fujimori procuró exterminar a la población nativa que se resistía a la política extractivista que impulsaba su gobierno desde Lima. Miles de mujeres fueron internadas en campos de concentración y obligadas a someterse a tratamientos forzosos para no parir.

Colombia, Ecuador, Bolivia, Brasil, Paraguay y Argentina, según nos consta, han replicado el método sin que los gobiernos muestren interés por acabar con esa práctica criminal.

En 1982 se conoció uno de los primeros estudios sobre los efectos psicológicos y físicos sobre la esterilización femenina en un país en desarrollo, llevado a cabo por la Asociación para la Planificación de la Familia en Pakistán (FPAP), bajo los auspicios del Proyecto Internacional de la Asociación para la Esterilización de Voluntarias (Ipavs).

Los resultados del estudio -que hemos recuperado por ser el primero de su tipo- demuestran que pocas mujeres lamentaron haberse sometido a la operación y que pocas experimentaron efectos secundarios físicos, aun cuando algunas mujeres sufrieron trastornos psicológicos producto de la presión machista de la sociedad.

En el grupo que sirvió de control, hasta 13 por ciento de las mujeres que habían dicho que no querían tener más hijos resultaron embarazadas durante el siguiente año, a pesar de que la mayoría utilizaba algún tipo de anticonceptivo.

El estudio, que fue efectuado en la clínica modelo de la FPAP, en Lahore -la segunda ciudad más poblada de Pakistán-, analizó los efectos de la minilaparotomía (método de esterilización femenina mediante ligamiento de las trompas, practicado en 215 mujeres), en comparación con un grupo de control de 200 mujeres que concurrieron a la clínica y que estaban usando anticonceptivos, inyecciones, píldoras, pesarios o espuma anticonceptiva. Los dos grupos eran similares en edad, nivel de ingreso y número de hijos.

Al preguntarles antes de la operación por qué habían decidido ser esterilizadas, la mitad de las mujeres dijo que sobre ellas habían influido parientes o amigas que habían sido ya esterilizadas. De las encuestadas, 28 por ciento indicó haber recibido la influencia de trabajadoras en planificación familiar y ocho por ciento fue influido por sus esposos.

Resultó interesante analizar el factor religioso, habida cuenta de que Pakistán es uno de los países donde reina la ortodoxia musulmana. Pensó que la religión era favorable a la operación 62 por ciento, y sólo 17 por ciento analizó que estaba en contra de ella. La mayoría (74 por ciento de las encuestadas) dijo que sus maridos aprobaban francamente que se sometieran a la operación. Una cuarta parte de las mujeres admitió haber tenido, al menos, un aborto.

Según el informe que obra en nuestro poder, se intentó reducir al mínimo los problemas asociados con el estudio, siendo uno de los más importantes la dificultad de continuar la investigación.

Se ofreció a todas las mujeres que tomaran parte en aquél el transporte a casa en vehículos de la FRAP después de la primera entrevista, para aumentar la posibilidad de localizarlas un año más tarde.

La mayoría de las mujeres esterilizadas estuvo de acuerdo pero 50 por ciento de las que formaron el grupo de control no aceptó el ofrecimiento porque tenían trabajos que ejecutar o porque no deseaban que las personas de su entorno supieran que estaban concurriendo a una clínica de planificación de la familia. 

Por esta razón, si bien 83 por ciento del grupo de mujeres esterilizadas continuó el estudio, sólo lo hizo así 71 por ciento de las del grupo de control.

Hubo pocas complicaciones físicas debido a la breve operación, que duró un promedio de 12 minutos, bajo anestesia local, y cuatro meses más tarde sólo ocho mujeres informaron tener algún problema. Ambos grupos mostraron una mejoría notable en sus relaciones sexuales. Aun cuando las mujeres esterilizadas no informaron que tuvieran relaciones sexuales con mayor frecuencia, la última vez que las tuvieron fue en fecha considerablemente más reciente que en el caso del grupo de control. 

Hubo pequeñas diferencias entre los dos grupos, ya sea en sus niveles de felicidad, capacidad para trabajar o para salir. Pero mientras ambos grupos informaron que no observaron cambios positivos en sus sentimientos, como sentirse más felices, tranquilas, apreciadas y afectuosas, las del grupo esterilizado es más probable que hayan tenido sentimientos negativos tales como “hastío, sentimientos de culpa, confusión, ansiedad, tendencia al llanto”. 

Ellas también se clasificaron como “más masculinas”. La esterilización y la pérdida de la capacidad reproductiva parecen haber tenido algún efecto sobre su bienestar psicológico. No interfirieron en su vida matrimonial o en sus relaciones sexuales pero sí influyeron sobre cómo se sentían ellas mismas.

Después de un año, solo 2,2 por ciento de las mujeres “no estaban satisfechas” con haber sido esterilizadas, en tanto que otro 3,4 por ciento tenían dudas. Pero su arrepentimiento parecía no ser muy fuerte; y sólo una mujer había desanimado a otras en a que se sometieran a la operación. 

La insatisfacción no parecía guardar relación con la edad, la igualdad, el disfrute del sexo o la felicidad sino más bien con factores psicológicos negativos y temores o dudas antes de la operación. También influyó el perfil patriarcal de la sociedad.

Como era de esperarse, concluye el informe: “La diferencia más importante entre los dos grupos un año más tarde fue el temor al embarazo: el 8 por ciento del grupo esterilizado ya no lo sentía, en tanto que el 67 por ciento del grupo de control temía quedar embarazada”.

Lo que es interesante apuntar es que 14 por ciento de las mujeres esterilizadas aún afirmaba que temía quedar embarazada, aun cuando a ninguna le había sucedido tal cosa durante el año. Pero 14 por ciento del grupo de control quedó embarazada contra sus deseos.

Las señoras tienen la palabra. Cuarenta años después de esta experiencia, ¿qué tienen que decir para educarnos?

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