martes 26, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Un hombre de muchos mundos

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Pensador, teólogo, político, poeta, traductor,funcionario real, profesor de leyes, juez y abogado, encarnó como pocos los valores del humanismo y la libre expresión de las ideas

Por Luis R. Carranza Torres

En rigor de verdad, su nombre era Thomas More, pero se lo conoce mejor entre nosotros por su nombre castellanizado de Tomás Moro. También, en algunos documentos, pueden encontrarse latinizado como Thomas Morus.
Como se le diga, resulta una persona bastante particular, que dejó su huella en varias actividades, desde la política a la literatura y, en lo que hace al ámbito jurídico, cumpliendo funciones en todos los lados de la práctica legal.
Las cuestiones por el derecho le venían de familia. Era el mayor de los hijos de sir John More, mayordomo del Lincoln’s Inn, uno de los cuatro colegios de abogados de la Ciudad de Londres, jurista que posteriormente, nombrado caballero, se desempeñó como juez de la curia real.
La educación de Thomas fue esmerada aunque no continua. Tras dos años en el Canterbury College de la Universidad de Oxford estudiando escolástica y retórica, se marchó sin graduarse y, sólo por la insistencia paterna, en 1494 se dedicó a estudiar leyes en el New Inn de Londres primero y, posteriormente, en el Lincoln’s Inn.
Su fama pública nació no por el derecho ni la política sino por escribir poesías en tono irónico. Tal actividad lo llevó a trabar relación con otros pensadores de la época, como Erasmo de Róterdam o John Skelton.
Hacia 1501 ingresó en la Tercera Orden de San Francisco, viviendo como laico en un convento cartujo hasta 1504, dedicado a los estudios religiosos. Luego abandonó la vida ascética para volver a su anterior profesión jurídica. Llegó a ocupar el puesto de su padre, como pensionado y mayordomo en el Lincoln’s Inn, donde dictó conferencias entre 1511 y 1516. También llevó adelante gestiones comerciales entre grandes compañías de Londres y Amberes. Asimismo, por la época desempeñó el cargo de vicesheriff de Londres y fue elegido juez y subprefecto en la ciudad. Al enviudar de su esposa Jane Colt, quien le había dado tres hijas, se casó con Alice Middleton, una viuda siete años mayor que él y que tenía una hija.

Luego de una embajada comercial en Flandes comienza a escribir, de atrás para adelante, su obra más conocida: Utopía, en versión corta del título, o Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, en la versión extendida. Primero dio forma a su segunda parte y luego a la primera, siendo publicada en Lovaina en 1516. Un año después daría inicio a desempeñar diversos cargos para el rey Enrique VIII: se lo nombró primeramente Master of requests, presidiendo el tribunal real que se encargaba de los pleitos con los pobres y sirvientes bajo protección real. Luego pasó a ser miembro del Consejo Real. Enrique VIII le confió diversas misiones diplomáticas en países europeos, incluyendo una a Calais, desde agosto a septiembre de 1517, para resolver problemas mercantiles.
En 1524 fue nombrado “High Steward” (censor y administrador) de la Universidad de Oxford y luego en la de Cambridge. Finalmente, en 1529 asume como Lord Canciller, la segunda posición en el reino luego del mismo rey, siendo el primer laico después de varios siglos en ocupar tal cargo.
Con motivo de la crisis entre Inglaterra y el Papa por la negativa de este último a anular el matrimonio del rey con Catalina de Aragón, Moro no firmó en 1530 la carta de nobles y prelados que solicitaron al Sumo Pontífice la anulación del matrimonio real. En 1532 renunció a su cargo de canciller, por su distinta postura sobre la crisis con el papado. Dos años después se negó a firmar el Acta de Supremacía que representaba un repudio a la supremacía papal, por ser contraria a sus ideas. Dicha acta establecía una condena a quienes no la aceptaran y el 17 de abril del mismo año Moro fue encarcelado hasta ser juzgado y condenado a ser decapitado el 6 de julio de 1535. Una más de las muertes de ese rey inglés, Enrique VIII, quien pasaría a la historia por el detalle superficial de sus ocho matrimonios, cuando en realidad debería ser tristemente recordado como uno de los gobernantes que asesinó a más amigos y consejeros suyos en el gobierno.
Su juicio se inscribe dentro de los procesos célebres de la historia, por dos causas: los valores implicados en el juzgamiento y la farsa judicial llevada a cabo para matar a un hombre con la apariencia de sustentarse en un fallo “de justicia”.
El “hombre para todas las horas”, como lo llamó su buen amigo Erasmo, era por entonces el abogado más culto y talentoso del reino, admirado además por su integridad y honorabilidad moral. Nunca Moro aspiró a martirio alguno ni buscó su propia muerte. Todo lo contrario, le repugnaba el crimen de traición del que se lo acusaba. Por ello se defendió magistralmente y, aun cuando se trataba de una sentencia que estaba escrita de antemano, su figura creció a los ojos de todos y encaramó en la posteridad, superando los conflictos políticos y religiosos de su época, la defensa de valores universales del ser humano. Considerado santo tanto por la iglesia Católica como por la Anglicana, para los católicos el juicio fue sólo un simulacro de proceso en que Moro defendió su fe y su adhesión a la iglesia y al Papa, sabiendo que perdía la vida por ello. Pero también, para los no católicos e incluso no creyentes, representa una defensa de la libertad de expresión y de conciencia, frente al despotismo absolutista.
Antes de ser condenado, se definió a sí mismo como “un buen servidor del rey, pero primero de Dios”. Todo un resumen de una vida múltiple e intensa.

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