En una atroz guerra entre hermanos, Argentina marcó una gran diferencia humanitaria
Fue uno de los episodios internacionales más honrosos de la República Argentina. Un raro ejemplo de humanidad en medio de una guerra cruel.
Cuando en agosto de 1936 estalló la Guerra Civil Española, buques de nuestra armada de guerra fueron enviados a España, debido a los horrores que estaban ocurriendo con la población civil de ambos bandos en lucha fratricida. El primero en arribar fue el crucero ARA “25 de Mayo”, al mando del capitán de navío Miguel Ferreira, que llega al puerto de Alicante el 22 de agosto de ese año.
El “25 de Mayo”, junto a su gemelo, el “Almirante Brown”, eran producto del Programa Naval Argentino autorizado en 1926. Se habían diseñado conforme al concepto de crucero vigente en la Italia de las década de 1920 y 1930: veloces, con una protección mínima, pesadamente armados con una potente batería principal y abundantes defensas antiaéreas.
Contaban con una tripulación de 600 hombres, desplazaban 8.800 toneladas a máxima carga y su eslora era de 171 metros. El armamento principal lo constituían seis cañones dispuestos en tres torres dobles, de 190 mm, de 28 kilómetros de alcance. Seis calderas Yarrow y dos turborreductores le permitían una velocidad máxima de 32 nudos.
Se trataba, en suma, de unos de los buques más poderosos y modernos de nuestra flota de mar. Se buscaba, al destacar el “25 de Mayo” a España, proteger los intereses de los ciudadanos argentinos hijos de españoles, además de realizar una labor de protección y rescate de refugiados hispanos durante el tiempo de estadía en esos puertos. Se trató de la mayor, y acaso la única, tarea de carácter humanitario desinteresado llevada a cabo en dicho conflicto, con absoluta neutralidad.
El derecho de asilo es hoy un derecho internacional de los derechos humanos. Claro que por entonces, faltaba algún tiempo, y una guerra mundial nefasta, para que tal categoría pasara a integrar el derecho convencional del mundo. Existían, sí, tratados regionales como la Convención de La Habana de 1928, relativa al asilo, y la Convención de Montevideo de 1933, relativa al asilo político. Pero ellas no regían en España.
Otros países aceptaban en sus buques a asilados que tenían permisos de viaje otorgados por las autoridades, pero la única nación que recibía a aquellos sin papeles era la República Argentina. No los tenían porque eran perseguidos políticos de uno u otro bando. Como se ayudaba de modo imparcial, sin hacer diferencias entre ambos contendientes, a bordo de los buques argentinos convivían en calma quienes en tierra eran enemigos a muerte.
Gobernaba por entonces nuestro país el presidente Agustín Pedro Justo, quien además de general de división era ingeniero civil recibido en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su ministro de Relaciones Exteriores era Carlos Saavedra Lamas, quien negoció la paz entre Paraguay y Bolivia en la Guerra del Chaco, por lo cual obtuvo el Premio Nobel de la Paz. El primer argentino e iberoamericano en obtenerlo.
Las operaciones del ARA 25 de Mayo en pos de poner a resguardo a los refugiados de la guerra de ambos bandos, llevaron a acoger en Francia a 251 personas en tres viajes.
Fue reemplazado en dicha tarea, en noviembre de 1936, por el ARA Tucumán, un buque clasificado como torpedero, pero que tenía en realidad un tonelaje y armamento semejante a un destructor. Integraba la llamada “clase Mendoza”, construido para Argentina por el astillero J. Samuel White en la década de 1920.
Desplazaba 2.120 toneladas a plena carga, con una eslora de 102 metros. Era propulsado por dos turbinas de engranajes y cuatro calderas que le permitían alcanzar 36 nudos de velocidad. Su armamento principal eran cinco cañones de calibre 120 mm y seis tubos lanzatorpedos de 533 milímetros.
El “Tucumán” -pequeño, preparado sólo para una tripulación de 160 hombres- rescató a unas 1.240 personas más en 12 viajes, y llegó a llevar a bordo hasta 200 personas por vez.
El libro Heroísmo Criollo, de Clara Campoamor y Federico Fernández Castillejo, editado en 1939, que narra dichos sucesos, expresa sobre ambos buques: “Se acercan a los puertos de España (…) con toda clase de consuelos, materiales y espirituales (…) dan amparo y refugio al perseguido por el odio y no tienen otro fin que salvar vidas (…) no sólo reciben correcta y amablemente y dan asilo a la presunta víctima, van a buscarla, a salvarla, por todas partes, en todo momento, por todos los medios”.
No fue una tarea fácil, en no pocos casos. Los puertos estaban cerrados para evitar la fuga de opositores políticos y toda embarcación se vigilaba celosamente. Muchas veces se debió aguzar el tradicional ingenio nacional para subirlos a los buques. Hubo gente que abordó dentro de “cajones de verduras”, otros disfrazados con los uniformes de marineros argentinos o siendo rescatados directamente del agua. De ser atrapados, el destino más seguro era un paredón de fusilamiento.
Se trata, por ello, de una hazaña humanitaria tan gloriosa como injustamente olvidada por nosotros. No, en cambio, por los españoles: hasta el presente, varias calles en diversas ciudades llevan el nombre de estos dos buques de guerra argentinos. Con justísima y merecida razón.
Emocionante la actitud de las autoridades de aquella época donde la locura asolaba la Madre Patria, yendo como sus angustidos hijos en auxilio de sus hermanos.Gloria y Honor a esos heroes de la Paz.