Cuando radio El Mundo de Buenos Aires y su red Azul y Blanca de Emisoras Argentinas ocupaba un lugar preponderante en la vida de los argentinos, el poeta Juan Ferreyra Basso invitaba a descubrir “el otro lado de las cosas”. Recordando aquellas citas obligadas que marcaron a millones de argentinos, procuraremos descorrer algunos velos y “ver” el detrás de la historia.
La fuente documental serán los apuntes que supe recoger de una serie de entrevistas ocasionales realizadas a un español admirador de Francisco Franco que, una noche, pasado de copas –contaba a voz en cuello- se habría propasado con doña Pilar, lo que motivó que el galán, valiente hasta temeridad, pusiera un océano de distancia antes que enfrentar la furia del Caudillo que había visto mancillado el honor familiar.
Don Manuel González –como se hacía llamar nuestro personaje- con todo su gracejo contaba historias fantásticas. Historias y relatos que lo ponían en posiciones expectables en la vida política y social de la península. Su siempre nutrido auditorio, pasmado ante tanto recurso dialéctico, pasaba del asombro a la incredulidad. ¿Estábamos frente a un eximio macaneador?
Las maravillosas tarde-noches del valle de Traslasierra, al abrigo y protección del macizo de Comechingones eran el escenario ideal para la confidencia y el chisme. Mis viejos libretones rebozan de nombres y hechos que conformaban una parte importante de la historia del siglo XX. Y otra vez la duda. ¿Se trataba de un fabulador que se aprovechaba de la ansiedad de quien quería descubrir las historias detrás de la historia? Dudas que en un atardecer de abril comenzaron a desmoronarse, cuando se manifestó admirador de José Millan-Astray.
El tono amical desapareció como por arte de magia. La polémica fue ardorosa. Los alfanjes y cimitarras fueron blandidos con destreza. Las vivencias de mi abuelo republicano fueron mi primera coraza.
Cuando todo parecía perdido, don Miguel de Unamuno concurrió en mi ayuda y discutimos las razones del desaforado grito de “Viva la muerte” y la consigna respuesta del rector de Salamanca: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia.
Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo- dice Unamuno señalando al obispo de Salamanca-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ‘¡Viva la muerte!’ y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más.
Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor (…) Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
La relación con don Manuel mutó; se tornó tensa, oscura. El preguntador, el historiador, el periodista abandonó las formas y el entrevistado armó su guardia. Los testigos tuvieron la impresión de estar en presencia de dos gallos de riña. La prudencia hizo que los nuevos encuentros a los que ninguno quería renunciar se realizaran en privado. “El horno no está para bollos”, explicaría nuestra anfitriona a los curiosos.
Los senderos volvieron a bifurcarse cuando narraba su periplo latinoamericano. Rafael Leónidas Trujillo abrió las puertas del averno más allá de los trazos grotescos con que describió al Líder Máximo, al Primer Maestro de la Nación, al Benefactor y Padre de la Patria Nueva. Guardaba para con “Chapita” tanta o más admiración que la que le dispensaban los dictadorzuelos latinoamericanos y el Caudillo de España por la Gracia de Dios.
Pese a esos encontronazos recorrimos la historia caliente de los ‘60. Mientras intentaba dilucidar -en 1983- el entronque del falangismo en la sociedad argentina, reapareció el fantasma del lenguaraz. Alguien susurro su nombre.
Don Manuel no era otro que El Cisne –Luis Manuel González Mata, el espía preferido de Francisco Franco-. El instructor de los servicios secretos más crueles de la historia latinoamericana. El planificador del asesinato de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, Las Mariposas.