La convocatoria del papa Francisco a construir otro orden global y humano avanza en reformas profundas.Un imperativo también vigente para Argentina y su realidad económica y social
Por Gonzalo Fiore Viani
En su bendición urbi et orbi, Francisco fue tan claro como contundente. Lo que expresó en su discurso ante una impactante plaza de San Pedro vacía, también les resultó familiar a quienes conozcan más o menos la doctrina justicialista. El papa aseguró que nadie se puede realizar de manera individual sin el marco de una comunidad organizada que se realice a su alrededor.
Nuestras falsas seguridades se desmoronan ante las contingencias que no podemos controlar. El ser humano debe entender necesariamente que para sobrevivir en el futuro, como sociedad, tiene que dejar de ser lobo del hombre y empezar a ser su hermano. Francisco viene insistiendo desde hace mucho tiempo, incluso antes de ser papa, en la necesidad de un nuevo sistema; en un capitalismo que soporten los pueblos, que no destruya el ambiente, que no deje a miles de millones de seres humanos fuera, que no mida a las personas por su capacidad de producción o consumo. Quizás, como bien exigen los pueblos, ésta puede ser la oportunidad de pensar en un proyecto de desarrollo integral, que incluya a todos y contemple “las tres T”: techo, tierra y trabajo.
Para ello, es necesario avanzar en reformas concretas y profundas que incidan en lo que autores como Mark Fisher han denominado el “realismo capitalista”. Un sistema que parece no admitir grietas por donde se filtren nuevas alternativas. No se sabe muy bien si fue Fredric Jameson o Slavoj Zizek quien escribió que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Probablemente sea necesario un escenario que mediante las pantallas se parece bastante al fin del mundo para imaginarse de una vez el fin del capitalismo existente. El revoque que cubre las grietas del sistema comenzó a caer junto con el “maquillaje de los estereotipos con que nos disfrazamos”, como dijo Francisco.
Un hombre a quien, a su vez, los conceptos de centro y periferia no le son ajenos, el papa es consciente de que la pandemia impactará de manera extremadamente diferente en países del primer mundo o de América Latina. Sin embargo, el desborde de los sistemas de salud de los países centrales también ha puesto al descubierto que la ausencia del Estado es un grave problema que afecta todo el planeta.
Durante las Pascuas, el papa les envió un mensaje a los movimientos sociales argentinos. En una carta con un claro contenido político, cargó contra quienes especulan en momentos de crisis pero también contra quienes sostienen privilegios antes, durante y después de la pandemia.
Preocupado por las consecuencias económicas de la cuarentena, pidió pensar en quienes tienen viviendas precarias y no pueden quedarse en la comodidad de sus hogares. Algo sumamente necesario en estos tiempos en que es fácil, desde sectores de la clase media, caer en cierta épica de la cuarentena “ombliguista”, que deja de lado las necesidades de los sectores más postergados.
Francisco pidió pensar en “un salario universal” para aquellos trabajadores de la economía popular a quienes la “cuarentena se les hace insoportable”. Bergoglio siempre estuvo preocupado por la situación de las periferias, y vuelve a ponerla en la centralidad al recordar que allí nunca llegan las supuestas bondades del mercado y ni alcanza la presencia protectora del Estado.
Desde el comienzo mismo de su pontificado, tuvo que enfrentarse a un panorama geopolítico como el que hacía mucho tiempo no se veía en la historia de la humanidad: un mundo extremadamente multipolar, fragmentado, enfrentado a cuestiones morales de una importancia monumental.
¿Cuántos seres humanos provenientes de las economías más pobres o de países en situación de conflicto deben acoger los países centrales? ¿Cómo es posible alcanzar una comprensión total del otro para de esta manera no caer en la trampa del extremismo? En plena cuarta revolución industrial, ¿es posible la transformación del sistema capitalista a favor de las mayorías que van cayendo a los márgenes?
Bergoglio decidió poner estas preguntas al frente de su discurso a partir del minuto cero, cuando se refirió a sí mismo como un papa proveniente del “fin del mundo” e incomodar al poder económico, a gran parte de los dirigentes políticos o incluso a muchos de los mismos católicos que no estaban acostumbrados a enfrentarse de una manera tan frontal con la base moral misma de la Doctrina Social de la Iglesia.
Francisco se refirió, en un pasaje particularmente conmovedor de un discurso ya de por sí histórico, a como “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas seguridades con las que habías construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.
Más allá de cómo le resuenen a cada uno estas palabras y cómo incidan en su propia agenda personal, debemos reflexionar en el impacto que tiene esta tempestad en lo colectivo y en lo político. Es, claramente, un gran momento para, de una vez por todas, debatir cuestiones que parecían inamovibles en el capitalismo tardío de la era pos Reagan/Thatcher:
el regreso a un Estado de bienestar que comprenda las particularidades del nuevo mundo del trabajo en el siglo XXI; la instauración de una renta básica universal para el sector que quedará fuera del mundo laboral debido a la automatización; la necesidad de tener sistemas de salud públicos, gratuitos y con financiamiento.
Esta pandemia no va a terminar con la humanidad pero sí depende de la humanidad comenzar a terminar con las inequidades que genera el capitalismo realmente existente. Construir, a fin de cuentas, un capitalismo que incluya a todos, urbi et orbi.