Estará por verse cómo se desarrollan los frentes tanto internos como externos para Donald Trump. En las últimas semanas hubo movimientos de un probable juicio político antes de la campaña del año próximo
Por Gonzalo Fiore Viani
Especial para Comercio y Justicia
La renuncia del ya ex secretario de Seguridad Nacional John Bolton a la administración Trump pone en evidencia lo que ya se sabía desde hace tiempo: mientras el presidente no es partidario de iniciar ningún tipo de conflicto armado, sus funcionarios de línea dura piensan diferente.
El lobby militar estadounidense en las últimas décadas se ha convertido en un monstruo prácticamente incontrolable. Sin embargo, Donald Trump le ha propinado algunas pequeñas derrotas. Su acercamiento de posiciones con Kim Jong Um, de Corea del Norte, su intención de arreglar el conflicto con Irán antes de que pase a mayores e incluso un probable cambio de política exterior respecto de Venezuela ponen a Trump en una situación extremadamente compleja puertas adentro.
Si bien sigue sosteniendo un importante núcleo duro que podría permitirle la reelección en 2020, el establishment político, mediático y la oposición del Partido Demócrata vienen haciendo mella en una imagen debilitada desde el día uno del comienzo de su presidencia.
Por ahora, Trump parece empeñado en ser el único presidente estadounidense en no iniciar ningún conflicto armado desde el demócrata del sur Jimmy Carter, quien perdió la re elección frente a Ronald Reagan en 1980. Ya en la campaña que lo llevó a la presidencia en 2016, el neoyorquino hizo hincapié en que Hillary Clinton apoyó la invasión a Irak de 2003. Además de criticar duramente la política intervencionista del gobierno de Barack Obama en Siria y la mal denominada “primavera árabe”.
Trump ya había contradicho a John Bolton en varias ocasiones, especialmente en lo concerniente al acuerdo con Corea del Norte, a la política conciliadora con Irán e incluso un acuerdo con los talibanes para terminar con el dilatado conflicto en Afganistán. El presidente está convencido de que el intervencionismo militar de Estados Unidos en Medio Oriente sólo sirvió para despilfarrar miles de millones de dólares, miles de muertes evitables y un desprestigio de la imagen estadounidense en el mundo del cual el país aún no puede recuperarse.
Para un hombre como Trump, quien le da una importancia al “show off” como pocos políticos en el mundo, esto es imperdonable. Parte de “volver a hacer grande a Estados Unidos” se relaciona con devolverle su prestigio como país que vela por la libertad y los derechos del “mundo libre”. Como un revival del slogan “América para los americanos”, el magnate parece decidido a desviar la mirada de lugares donde Estados Unidos fracasó, para seguir concentrado en el frente interno pero también en América Latina. Consciente de que a un vasto porcentaje de su electorado no le importa en lo más mínimo qué suceda en Afganistán o Irán, países a los que ni siquiera podría ubicarlos en el mapa, Trump prefiere seguir apelando a los sueños del interior profundo rural y de las ciudades industriales venidas a menos, su base electoral prácticamente inamovible.
Bolton aseguró que Estados Unidos “estaba listo para atacar a Irán” y acusó a Trump de preferir no hacerlo. El presidente entiende que desencadenar un conflicto con una de las potencias más importantes de Medio Oriente sólo podría acarrear más caos aún a la región. Debido a su importancia como exportador de petróleo, las consecuencias de un conflicto con Irán serían impredecibles para los precios del crudo y para la economía mundial.
Tras su salida, Bolton no criticó la política referida a Venezuela del gobierno que formaba parte. Acusó a Cuba de “tener entre 20.000 y 25.000 tropas” en ese país; convencido de que “el día que se vayan, el régimen de Maduro cae antes de medianoche”.
Es importante recalcar que no hay pruebas fehacientes para corroborar estas afirmaciones. Si bien los intereses rusos, chinos y cubanos son claramente reales en Venezuela, la política intervencionista estadounidense y sus constantes sanciones económicas no han dado los resultados esperados ni siquiera para Washington. El mismo Trump confesó que fue “mal asesorado” sobre la situación del país caribeño. Por lo que no cabría descartar un futuro cambio de política al respecto.
Estará por verse cómo se desarrollan los frentes tanto internos como externos para Donald Trump. En las últimas semanas hubo movimientos de un probable juicio político que podría ponerlo en jaque antes de la campaña del año próximo.
Por otro lado, si hoy fueran las elecciones, pocos dirigentes son capaces de hacerle frente de cara al electorado. Con un estilo particular y siempre polémico, ha sabido interpelar al estadounidense del interior profundo, ese que se sentía absolutamente abandonado por el establishment liberal o progresista.
Construyó un “enemigo público” en la inmigración mexicana y centroamericana sin necesidad de iniciar un conflicto armado con ningún país. A su vez, no tuvo problemas a la hora de cultivar una buena relación con alguien que a priori parecía ser un adversario seguro: Andrés Manuel López Obrador. Trump suele tener una lógica binaria por la cual prefiere ver todo en términos de ganadores y perdedores, ganancias y pérdidas. Quizás esto lo lleve a evitar conflictos que considera inútiles para su propia supervivencia y para la de su país.