Dice un tango que veinte años no son nada. Y así es, para la vida de las personas. Trescientos años, en cambio, suponen mucho. Y más para una institución.
Un 3 de agosto de 1713, el marqués de Villena recibió en su palacio madrileño situado en la plaza de las Descalzas, a ocho personas que concordaban con él en la idea de “hacer un diccionario de la lengua española”, constituyendo a tal efecto una academia “que se compusiese de sujetos condecorados y capaces de especular y discernir los errores con que se halla viciado el idioma español con la introducción de muchas voces bárbaras e impropias para el uso de la gente discreta”.
El monarca de la época Felipe V, impulsor también de la Biblioteca Nacional, segundó la idea, imprimiendo el apoyo real. En la primera década de su fundación, le asigna como ingreso, la suma de 70.000 reales de vellón procedentes de los impuestos que gravaban al tabaco.
Una vida institucional que abarca tres centurias tiene mucho para decir. Pero nos quedamos, por cuestiones de espacio, con su último gesto de rebeldía colectivo. En pleno siglo XX, el gobierno republicano de Azaña quiso disolverla y la dictadura de Franco, dominarla. Se las ingenió para no darles el gusto a ninguno de los dos. Con el “Caudillo” dio una lección de verdadera objeción de conciencia colectiva, cuando a Franco nadie le objetaba nada. Al expulsar éste, decretazo mediante, a varios académicos en el exilio por no avernirse con el régimen, la Academia mantuvo sus sillones vacantes. Vuelta la democracia, cuatro décadas después, recibió al único superviviente del grupo: Salvador de Madariaga. Una rara lección de dignidad, que prestigió su historia reciente.
La “Docta Casa” celebra sus trescientos años de meter mano a la lengua española, con la publicación en octubre de este 2014, de la edición número 23 de su espléndida obra primigenia y central: el Diccionario de la lengua española.
Desde la versión anterior, se le han incorporado unas 4.680 palabras, y dado de baja otras 1.350. Ello lleva a una obra cuyos números abruman: lo integran unas 93.111 palabras, las cuales tienen incorporadas unas 195.439 nuevas acepciones, existen 140.000 enmiendas respecto de la edición anterior y se han comprendido 18.712 americanismos de la lengua a lo largo de sus dos tomos y 2.320 páginas.
Aun así, se trata de una carrera destinada a ir en rezago del desarrollo del propio idioma. Las palabras surgen del uso mucho más rápido que cualquier intento por aprehenderlas.
Por ello, el Diccionario de la Real Academia dista de ser un espejo de la lengua. Se trata únicamente de un reflejo de lo principal y más asentado de ella, lo cual no es poca cosa.
No son pocos sus logros, tanto de la Academia como de su principal “hijo” literario. Pero tampoco son menos los desafíos de la hora. Según un estudio de la misma Real Academia, en un idioma como el nuestro, que abarca unas 200.000 palabras, los jóvenes de hoy utilizan en promedio para comunicarse en el día a día, solo 240.
Pero la Real Academia, tan conservadora en apariencia, y tan agitadora y rebelde en la realidad de las cosas, persistirá para bien de todos en esa actividad suya que se propuso hace ya tres centurias: la defensa de la unidad del idioma español.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. ** Agente de la Propiedad Industrial