Por Gustavo Orgaz (*)
Juan José Paso había nacido en Buenos Aires en 1758, donde su padre tuvo una panadería que llegó a ser tradicional. Ingresó al Colegio Monserrat el 7 de abril de 1774 y durante su estadía que se prolongó hasta el 15 de julio de 1779. Su familia pagó regularmente la cuota anual, no menor, que cubría la enseñanza, alojamiento y comida de cada alumno.
El colegio en esa época estaba en manos de la Orden de los Padres Franciscanos en razón de la expulsión que habían sufrido los jesuitas algunos años antes.
Durante la permanencia de Paso en el Monserrat, al menos en los primeros años, el rector era el padre Pedro Nolasco Barrientos, hombre de extrema severidad. Tal vez por eso, en 1777 se produjo una rebelión de parte del alumnado, hecho que la tradición ha recogido como la gesta de “los Caballeros del Rey”, encabezada por el alumno Mariano Pérez y Saravia.
El motivo de la revuelta era la mala calidad de la comida y el rigor de los castigos. Los conjurados echaron candado al convictorio y protestaron en la iglesia cercana.
Este episodio y algunos otros de extrema intolerancia acabaron pronto con el rectorado del padre Barrientos, reemplazado por el padre Pedro José Parras.
Cuando Paso egresó del colegio, se fue con los títulos de Licenciado, Maestro de Artes y Doctor. Al volver a Buenos Aires, alternó la docencia en el colegio de San Carlos con la atención del negocio familiar. Cuando los españoles le hicieron la vida imposible, se fue a estudiar a Chuquisaca de donde volvió como Doctor en Leyes.
Gran abogado, descolló en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. Frente a los españoles, reivindicó los derechos de Buenos Aires para dar a las provincias un gobierno patrio, con el argumento político “de ser la hermana mayor” entre las regiones del país y el fundamento jurídico de “la gestión de negocios ajenos” ante la imposibilidad de obtener un mandato expreso.
Integró la Primera Junta gallardamente, formó parte de dos triunviratos y de la Asamblea del año 1813, precursora de los derechos civiles y las libertades públicas.
El 9 de julio de 1816 leyó solemnemente en Tucumán el Acta de la Independencia que probablemente él mismo haya redactado. Ocupó diversas posiciones públicas hasta fechas cercanas a su muerte, ocurrida en 1833.
Así por ejemplo, formó parte del gobierno del General Martín Rodríguez en la Provincia de Buenos Aires y fue legislador bonaerense también. Llegó cerca del fin de sus días mediando entre Lavalle y Rosas, logrando la paz precaria aprobada en Cañuelas.
Tuvo Paso dos grandes condiciones que le permitieron ser protagonista de nuestra historia política: su rectitud a toda prueba, y su opinión, ajustada a las exigencias del momento por sobre los partidos y los hombres.
Un año después del egreso de Juan José Paso, el 4 de marzo de 1780, entró al colegio el joven Manuel Máximo Alberti, quien algunos meses más tarde debió interrumpir sus estudios por motivos de salud. Sin embargo, luego reanudó su aprendizaje graduándose de Doctor el 16 de julio de 1785, con el informe oficial que lo calificó como “un colegial excelente”, “muy hábil y aplicado en las Bellas Artes”.
A los 22 años se graduó en Teología y Cánones. Hecho sacerdote ejerció su apostolado en Maldonado, población histórica de la Banda Oriental, que luego sería cuna militar de Artigas y lugar de meditación y reposo de Charles Darwin en su periplo por América.
Integró la Primera Junta con entusiasmo verdadero y compartió con Mariano Moreno la redacción de “La Gaceta”.
Muerto Moreno permaneció fiel al ideario inicial de la Revolución, Cuando se pronunció contra la ejecución de Liniers y los contrarrevolucionarios de Córdoba, se le respetó la determinación de su conciencia y su convicción religiosa.
También en 1780, pero en octubre, cerca de fin de año, ingresó Juan José Castelli al colegio, donde se mantuvo hasta el mismo mes de 1785, yéndose a Buenos Aires por pedido de sus padres. En el informe que se produjo en aquel momento se dijo de él: “Uno de los jóvenes más hábiles y aprovechados que ha tenido la Casa desde su fundación”. Aunque con la advertencia: “Es docilísimo y acaso fácil de pervertir si se tiene malos lados”.
Tal vez estas prevenciones deriven del hecho de que en algún momento existió según la tradición, la llamada “Sociedad Secreta de los lectores de los libros prohibidos”, cuyos componentes solían juntarse a leer y debatir en el túnel que iba de la iglesia al Noviciado Nuevo. Este grupo se reunía también, cuando se daba la ocasión, durante los descansos en la Quinta Santa Ana o en la estancia de Caroya en los veranos.
Por lo que se conoce de algunos documentos de las autoridades del colegio, la desconfianza estaba puesta en los alumnos que pudieran acceder a tener en sus manos algunos libros de los países bajos o del norte o también los de autores “libertinos” franceses.
Lo cierto es que Castelli, después de algunos meses de licencia volvió al colegio en el verano de 1786 y egresó en julio del mismo año, con los grados de Bachiller, Licenciado y Maestro en Artes.
De acá partió nuevamente a Buenos Aires y de allá a Chuquisaca, para estudiar Leyes. En aquella Universidad, Castelli cultivó los libros prohibidos, temidos por sus antiguos maestros del Monserrat. Algunos de estos libros se los proporcionaba el padre José Antonio Medina, gran amigo de Moreno, acérrimo crítico de España y posteriormente uno de los miembros de la Junta Revolucionaria de La Paz.
De regreso en Buenos Aires con el título de abogado, Castelli fue un precursor de la Revolución de Mayo, junto con su primo Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes, los hermanos Rodríguez Peña, Domingo French, Antonio Berutti, Mariano Moreno y Juan José Paso.
Fue protagonista activísimo en la Semana de Mayo y brillante orador en el Cabildo Abierto del 22. Integró la Primera Junta con verdadera pasión.
Tal vez por su espíritu exaltado, le fue encomendada la durísima misión de disponer el fusilamiento de Liniers y los contrarrevolucionarios de Córdoba.
Después de aquel episodio tan dramático, Castelli llegó a nuestra ciudad en septiembre de 1810, precisamente el día en que el Colegio de Monserrat celebraba la función anual de su patrona. Allí visitó su antiguo colegio, la Universidad y el Convento de San Francisco pero ya no estaban muchos de sus viejos profesores, sino los religiosos criollos, también franciscanos Pantaleón García y Pedro José Sullivan, adictos a la Revolución.
Al dejar Córdoba, Castelli organizó el ejército revolucionario en Salta y en diciembre de 1810 derrotó a los españoles en la batalla de Suipacha quedando todo el Alto Perú bajo dominación de los patriotas.
En mayo de 1811 Castelli proclamó en Tiahuanaco la redención, la libertad y la emancipación del indio, como una manifestación más del espíritu de mayo.
Muy poco después se produjo el llamado “Desastre de Huaqui” y las fuerzas realistas recuperaron el Alto Perú. Los enemigos de Castelli en Buenos Aires lo convocaron para ser juzgado y para colmo de sus males sumó su última enfermedad, implacable y dolorosa por la que murió el 12 de octubre de 1812.
Fuentes consultadas
1) Alaniz, Rogelio. “Hombres y mujeres en tiempos de Revolución”. Javier Vergara editor Bs.As, 2014, pág 89/99.
2) Orgaz, Jorge. “Discursos Rectorales” (1958 – 1964 )Universidad Nacional de Córdoba, 1967, págs. 63/72.
3) Entrevista con el ex alumno, ex preceptor y actual docente del Colegio Nacional de Monserrat, profesor Hugo Eusebio.
(*) Profesor Universitario.