viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Tres a tener en cuenta a la hora de mediar

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 Por Lucas Raspall *

Sería bueno que lo entendamos de una vez por todas. Y me incluyo en esta convocatoria porque no estoy exento de recurrentes momentos de confusión, a veces extendidos largamente en el tiempo. Somos tres en uno: así como se lee.
Hace varias décadas, un investigador norteamericano llamado Paul Mc Lean propuso la “Teoría del Cerebro Triuno”, un modelo sencillo que ilustra bien lo que sucede en nuestro cerebro. Y aunque las modernas neurociencias nos cuentan que la cosa no es tan así, tan compartimentada o con aspecto de capas separadas e independientes, lo gráfico y sencillo de esta teoría sigue siendo muy útil para entender, en parte, cómo funcionamos. Este modelo muestra tres estructuras principales que fueron tomando lugar en la evolución con el paso de millones de años: el cerebro reptiliano, el mamífero y el humano, dispuestos como capas de cebolla, sumándose uno encima del otro. Diferente manera de encarar nuestro recorrido evolutivo…
Un lagarto. El cerebro reptiliano, en esta imagen triuno, sería la sede de los instintos más básicos y de ciertas funciones fisiológicas elementales, todo vinculado con la supervivencia: actúa, ataca, huye, se reproduce… de manera automática, sin detenerse a pensar en nada o a reparar en cuestiones morales. Cuando está activada esta “primera capa”, la más arcaica, básica e instintiva, sólo se pueden esperar reacciones impulsivas, genéticamente programadas, y nunca respuestas planificadas.

Se encienden los mecanismos vinculados a la supervivencia: no hay tiempo para meditar, para evaluar contextos muy finos o para reparar en detalles: huir o luchar.
En el cerebro reptiliano se juegan conductas vinculadas a la supervivencia. Sin sentimientos ni explicaciones: a todo o nada. No hay otra opción posible.
El impulso es muy difícil de detener, la reacción es muy poderosa y resistente al cambio; al cerebro reptiliano no le gusta (ni sabe) escuchar el consejo de las emociones, ¡y mucho menos el asesoramiento de la razón!
Un perro. La siguiente capa, el cerebro mamífero, ubicado donde hoy reconocemos al famoso sistema límbico, tendría que ver con las emociones: alegría, sorpresa, miedo, ira, tristeza, ansiedad, asco… todas estas pasiones tienen sede aquí. Mejorando el anterior sistema, aparece ahora el registro de sensaciones displacenteras y placenteras, girando la conducta en torno a dos premisas: la evitación del daño y la búsqueda del placer. Las emociones son siempre tendencias a la acción, marchando aprisa y esquivando el consejo de la razón. Se trata de respuestas rápidas que vienen programadas en nuestro cerebro, disponibles desde el primer día de nuestra vida. Al ser prefabricadas, no manejan muchas variantes ni consideran la totalidad de variables que se presentan en el entorno: son contestaciones biológicas relativamente fijas para un puñado de situaciones prototípicas.
Por más que nos cueste entenderlo somos seres más emocionales que racionales: las emociones son primarias, luego, las explicaciones le ponen palabras.

El sistema límbico –aunque el mundo emocional no se cierra sólo allí- cuenta con una reconocida vedette, la amígdala: la información que ingresa al cerebro pasa por esta estación y compara lo que está sucediendo con experiencias previas e imágenes que ya vienen en el archivo biológico. Si el peligro continúa y acorrala, entonces, de la mano del cerebro reptiliano, atacará. ¡200 millones de años de experiencia jugando juntos!
Una persona. Por último, el cerebro humano sumaría esa área propia del homo sapiens-sapiens, la corteza prefrontal, nacida hace tan sólo 150.000 años. Esta última capa es la casa del razonamiento, la planificación, la detención de los impulsos, la consideración de las reglas sociales, la cultura, el conocimiento y la regulación de las propias emociones, el descubrimiento de uno mismo como una persona, el reconocimiento y la valoración del otro. Nuestras capacidades cognitivas crecieron de manera exponencial desde el surgimiento de esta última capa.
Haciendo la pausa, la corteza prefrontal nos da la posibilidad de evaluar contextos, considerar alternativas y, finalmente, elegir: en esta capa reside la libertad de acción.
Éste es el más lento de los tres cerebros, dado que tiene que considerar una gran cantidad de información, por lo que muchas veces lo “madrugan” las otras capas a la hora de dar una respuesta o, mejor dicho, una reacción.
Consciente de esto, la evolución diseñó ciertas vías que lo conectan con las capas anteriores para pedirles tiempo. Técnicamente, esto se llama control inhibitorio, la detención del impulso.
En la mesa de mediación, siempre están presentes los “tres cerebros”.

* Médico psiquiatra

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