Por Estela Hawkes y Claudia Arias *
En esta profesión que hemos “abrazado” con mucho entusiasmo y deseos de poner nuestro granito de arena para ayudar a las personas a resolver sus conflictos de la manera menos confrontativa, nos encontramos con nuevos colegas con quienes comenzamos a trabajar adaptándonos a nuestras maneras y saberes para llegar, junto a las partes, a una solución que sea útil para ellas y para los terceros involucrados; en este caso, como los define el nuevo Código Civil y Comercial (CCyC): “Adolescentes adultos”.
El legajo de mediación pedía tratar el tema “Responsabilidad Parental”. El día de la audiencia nos esperaban Juana y Antonio. Sentada junto a ella, una joven de unos 16 años. Los invitamos a pasar a la sala de Mediación, quedando la joven en la sala de espera; les explicamos nuestra tarea como mediadores y formulamos algunas preguntas, cuya respuesta confirmó nuestras intuiciones: era gente de campo.
Ella, de origen criollo, y él, “gringo”. Habían vivido 25 años en el noroeste de Córdoba, hasta hacía cuatro años, cuando se separaron y ella vino a Córdoba y él volvió a su zona de origen. Tenían tres hijos: Mariana, la menor, quien había quedado en la sala y por la que se había iniciado el trámite, y los dos mayores varones, Pedro (22) y Mario (18).
Esta situación implicaba una fuerte connotación cultural, ya que en estos casos habitualmente los hijos varones son los que “reciben” las tierras, las trabajan y perciben todo su producido, relegando a las hijas mujeres a realizar las tareas de la casa y a trabajar en labores no relacionadas al campo; este caso se parecía mucho a esas realidades.
Al explorar sobre las necesidades, encontramos que Juana le pedía a Antonio que colaborara con los gastos de Mariana, que estaba cursando un secundario para adultos y que -si bien “no era de mucho salir”- le gustaba ir al cine y tomar una gaseosa, pero que a ella, con lo poco que ganaba, no le alcanzaba para darle esos gustos. Los dos hijos varones estuvieron “presentes” en las conversaciones en la mesa de Mediación.
También supimos que Pedro, quien vivía con su papá, ayudaba a Juana a pagar el alquiler. Le pedimos a Antonio que nos dejara a solas con Juana, quien confirmó que él seguía manteniendo a Mario, pagando la cuota del colegio técnico al que concurría como interno y todos sus gastos de movilidad, tal como lo había hecho con Pedro.
Y después se animó a decir: “Pero ahora tiene nueva pareja y otra hijita pequeña… por eso se ‘olvidó’ de Mariana”. Al conversar luego con Antonio nos explicó que ellos eran 11 hermanos y que los varones no habían tenido oportunidad de estudiar porque desde pequeños los habían hecho trabajar en el campo; por eso quería algo mejor para sus hijos; que Pedro estaba ya trabajando muy bien en una fábrica y esperaba lo mismo para Marito.
A Mariana la veía poco pero que sabía que estudiaba y que era una chica muy buena, nada exigente. Ahora él formó una nueva familia con Teresa y tenían una hijita de dos años. Que había “heredado” de sus padres una pequeña porción de tierra –aún sin papeles-, en la que tenía algunos animalitos, y que su nueva pareja lo ayudaba con el cuidado de los animales mientras él trabajaba en un taller.
Pedro vivía con ellos y era Teresa quién se ocupaba también de su ropa y de la cocina, reconfirmando nuestras hipótesis sobre el tipo de personas que teníamos en la mesa y sus realidades.
Con la oportunidad que nos brinda el nuevo CCyC le preguntamos a Mariana si quería decirnos algo y la recibimos. Era muy tímida y su rostro se iluminaba al hablar de las películas que le gustaba ver y la “aventura” que para ella significaba salir e ir al cine con sus amigas. Sabía que su papá no tenía un trabajo tan bueno como antes y que -además- tenía una nueva hermanita, y que le gustaría que el papá le pagara esos “extras” y le comprara un poco de ropa.
Hicimos pasar a Antonio para que hablara con ella, le transmitimos lo que nos había dicho y allí mismo acordaron el día en que se juntarían para hacer algunas “compras”; también le entregó dinero para que fuera al cine, comiera algo con sus amigos y cargara crédito en su celular.
A la segunda reunión, entraron los tres juntos a la sala. Mariana estaba feliz con su ropa nueva, y al preguntarle si sabía algo sobre los “Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes” nos respondió que sí, que habían estudiado y trabajado mucho el tema con un profesor en su colegio.
Juana también estaba contenta porque había logrado, además de la pequeña ayuda económica para Mariana, que el papá volviera a encontrarse con su hija. Hicimos el acuerdo por una cantidad que cubriera esos “pequeños” gastos de Mariana y el compromiso de una compra de ropa en cada estación del año.
Antonio, además ,continuaría solventando los gastos de Mario hasta que terminara el colegio. Y se comprometió verbalmente a -que luego de su finalización- mejoraría la ayuda a Mariana para que también tuviera oportunidad de terminarlo y buscar así “mejores horizontes” con un título en la mano. No fue un caso “difícil”: no había violencia ni reclamos entre los progenitores, y pudimos “trabajarlo” de manera distinta gracias a las disposiciones del nuevo CCyC.
(*) Mediadoras