viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Tiempos pandémicos y la “nueva normalidad”

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Es relativamente conocido para todos nosotros que los momentos socioculturales en los cuales nos toca vivir habrán de estar signados por lo que se conoce como los “signos de los tiempos”. Tal apreciación se refiere a cuestiones profundas, que naturalmente calan en las dimensiones antropológicas, filosóficas y trascendentes en las cuales dicho hombre se encuentra inmerso. 

Así, tales signos pueden estar materializados en una cultura de la maximización del consumo y del hedonismo, puede -por el contrario- tener una matriz en una idea de la contemplación o por el espíritu del capitalismo o, en su defecto, un ideal de beneficencia; por una cultura que exacerbe los derechos individuales o, por el contrario, una apertura a la dimensión social del hombre.

Mas de ello no quiero ocuparme ahora. No busco describir signos de los tiempos. En realidad aspiro a presentar algo que está en una escala menor, que nombro como las “pequeñas culturas” que una determinada presencia de época construye y la sociedad asimila; hasta que finalmente puede que quede internalizada en las prácticas y los usos corrientes de ese colectivo social. 

En alguna medida, los aspectos a los cuales nos estamos refiriendo se vinculan con lo que algunos autores han considerado bajo el concepto lato sensu de la “sociología de la moda”. Esto es, no viendo allí meramente una cuestión de vestimentas y presencias de la persona en la sociedad sino las diversas maneras como un determinado fenómeno de época ha logrado colonizar a las personas en modo evidente y, en la mayoría de los supuestos, puede que no exista siquiera disfrute por ello sino simplemente una circunstancia de inercia que, en la medida en que ella más se consolida, deviene más complejo discutir su asiento sociocultural.

No cabe duda alguna, desde nuestra mirada, que el suceso sanitario del covid-19 que asola desde finales del año anterior al planeta y que ha enfermado a 11.500.000 personas y matado a otras 550.000, también ha destruido económicamente a personas, empresas y fábricas; y en algunos casos ha sido tan severa su fuerza dañina que financieramente ha arrasado con países completos.

Semejante fenómeno sanitario bien permite hablar de que el tiempo que atravesamos y seguramente en el cual habremos de estar por varios años no puede ser nombrado más apropiadamente como de un “tiempo pandémico”; y como tiempo pandémico que es, ha prodigado un conjunto de comportamientos, prácticas, realizaciones y maneras de pensar, relacionarse, estudiar, trabajar, disfrutar del ocio y conjugar lo familiar con lo social, etcétera, que ha resultado completamente innovador. 

No quiero describir, por innecesario, la extensa lista de cuestiones que ninguno de nosotros jamás pensó vivir. Sin embargo, han sido vividas y posiblemente todavía nos falten de conocer algunas otras aún más graves.

Lo cierto es que el “tiempo pandémico” nos ha colonizado en muchas cuestiones, a veces por imperio de las normas que han resultado apropiadas para conducir sanitariamente la emergencia, y en otros supuestos porque, no habiendo imposición de ello, las mismas circunstancias de la realidad nos hacen creer que es lo más conveniente que sean de una manera novedosa.

Advierto entonces de que se encuentra absolutamente consolidado dentro del discurso, no sólo institucional sino también del habitual y societario en general, que hay en ellos una referencia a que cuando se empiecen a dejar atrás los efectos más graves y elocuentes de la pandemia, y entonces la baja de la marea descubra de nuevo la arena existente en la playa -o lo que quede de ella-, es cuando podremos reconocer la vastedad de la gravedad, la envergadura del daño, y entonces habrá que saber encontrar la manera y los instrumentos -junto con los recursos económicos- para enfrentar lo que por doquier se nombra como la “nueva normalidad”.

Sintagma éste al que en verdad no presté completa atención hasta no hace mucho tiempo, puesto que me parecía como de ocasión su evocación. Estaba en mi parecer muy lejos de ser dicho nombre el que conceptualmente registraría lo que habremos de experimentar en el terreno de la realización social cuando la pandemia se retire. 

Destaco entonces que detrás de la “nueva normalidad” se encierra un conjunto bastante heterogéneo de cuestiones, que mezcla los hábitos no sólo higiénicos y preventivos de las personas sino la forma de brindarnos los tratos sociales y afectivos, que se proyectan también en realizaciones de mayor vigilancia y control ciudadano. 

Las diversas y extravagantes maneras que parece que serán sugeridas para cumplir con las funciones laborales en el ámbito público y en el privado, como también las peligrosas intromisiones que en la libertad ambulatoria y la intimidad de las personas se habrán de producir, todo siempre en defensa de la lucha contra la pandemia, aunque ella haya quedado atrás. Siempre habrá interesados en que no se olvide el peligro latente de su rebrote. Y con ello por delante, al amparo del sanitarismo político, estará la ocasión para continuar haciendo lo que muchos Estados han encontrado con deleite biopolítico poder hacer: controlar.

Pero tampoco es ése ahora el problema sobre el cual quiero apuntar unas líneas. Vuelvo a señalar que es más simple como tópico, aunque con un efecto de gravedad notable. Pues sólo para tomar un ejemplo del fatigoso número que de ellos existe, días atrás un periódico nos traslada la información: “¿Qué hacer con el cubrebocas cuando salimos a comer en la nueva normalidad? Su uso pretende impedir la diseminación de microrganismos que se alojan en boca, nariz y garganta” (https://www.infobae.com/america/mexico/2020/07/05/que-hacer-con-el-cubrebocas-cuando-salimos-a-comer-en-la-nueva-normalidad/).

La pregunta que nos suscita ello es si resulta correcto hablar de una “nueva normalidad”. En realidad creo que bajo ningún aspecto es lo adecuado. Por lo pronto, la normalidad de las cosas y las prácticas de las personas está siempre en el marco de lo que ha ganado una cierta habitualidad para un conjunto, en principio, importante de individuos. 

Es parte de la normalidad que se cumpla con ciertos hábitos, por ejemplo respecto al trato social en general, lo que no implica que sean todos ellos igualmente uniformes sino que es cierto también que cada estrato social de hecho tiene normalidades que son comprensibles y aceptables en ese círculo, que serían juzgadas como anormales en otro. 

Para muchos de nosotros, cuando saludamos a una persona que nos acaban de presentar, lo “normal” es extender la mano, mientras que si a ella la conocemos y guardamos afecto, posiblemente le brindemos un abrazo. En otros ámbitos esa misma práctica es vista negativamente. Al menos así lo era, muchos años atrás, cuando visité Japón. No era para nada bien visto pretender estrechar la mano del interlocutor.

Entonces, de pronto deberíamos repensar si lo que nombramos como “normalidad” es simplemente la habitualidad con la cual cumplimos determinadas prácticas. Si es cierto, como la noticia copiada más arriba señala (comer públicamente con cubreboca) será una prueba de destreza interesante de sortear. 

Ahora, ¿es ello la nueva normalidad? 

Por lo pronto, más parece ser la idolatría a la anormalidad impuesta por la necesidad, pero creer que algo tan contranatural puede llegar a ser concedido como una “nueva normalidad” me parece que es tomar con poca seriedad las circunstancias emergenciales que, como tales, imponen algunas transformaciones graves y extrañas, pero que siempre son precarias.

Todos nosotros hemos tenido situaciones excepcionalmente graves en algún momento de nuestras vidas y ellas nos han llevado a realizar acciones también extraordinarias, extrañas y confusas. Pero cuando lo excepcional desapareció, las hemos visto sólo como anormales y no se nos ha ocurrido pensar que podrían integrar parte de nuestra normalidad y de allí a una “nueva normalidad”.

Que la sociedad pospandémica nos imponga algunas transformaciones profundas y otras no profundas, es cierto. Es muy probable también que muchas de ellas terminen siendo asimiladas como valiosas, aun cuando el fantasma de la pandemia se haya retirado. Entonces no será ninguna “nueva normalidad” sino la normalidad para un tiempo pospandémico. 

Todo lo otro será provisorio, lo que no quiere decir de unos pocos días. Será de varios meses quizás, pero escapa al pensamiento maduro decir que habrá cuestiones que aun siendo contrarias a lo natural serán la “nueva normalidad”. 

Naturalizarlo de esa manera mediante el lenguaje corriente es un primer síntoma alarmante por el cual se pueda creer que ciertas cosas -desde ya no es el cubrebocas para las comidas, ése es sólo el ejemplo- deben ser comprendidas como impuestas por integrar la “nueva normalidad”; aparece como un exceso. 

Será en todo caso la “singularidad de lo excepcional”. De lo contrario, parece propiciarse una consideración descalificante y humillante a los ciudadanos sin más

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