Por María Soledad Dottori (*)
Para transformar la realidad, es necesario conocerla.
Otoño, tiempo de recolección de la cosecha gruesa en los campos de la Pampa Húmeda Argentina. Transitan las rutas camiones, camionetas y caravanas de máquinas trilladoras, tolvas y tractores que invitan a pensar sobre el inmenso movimiento productivo que esta actividad genera en vastos sectores de la economía del país. Durante dicho trayecto, ninguno de aquellos vehículos es conducido por mujeres, quienes tampoco son visibles en el trabajo del campo. ¿Por qué parece que la principal actividad productora de nuestra provincia esté solamente a cargo de varones?
La Región Centro es el eje en el desarrollo de las actividades agropecuarias argentinas dado que, por sus condiciones geográficas de clima y suelo, es una zona de excelencia donde la producción de granos, cereales y oleaginosas es un fuerte elemento dinamizador, que a su vez genera una gran actividad en las industrias alimentarias y de maquinaria agrícola. Córdoba posee 30.372 empleos relacionados con el sector agrícola ganadero.
Según las proyecciones de población del Indec, la Región Centro está integrada por más de ocho millones de habitantes, con una participación de 49% de hombres y 51% de mujeres, aproximadamente. El dossier “Mujeres Agropecuarias Argentinas”, elaborado por dicho instituto, condensa interesante información sobre todo el territorio argentino para poner en contexto la participación de las mujeres dentro de la producción agropecuaria. Se destaca que de 210.664 Explotaciones Agropecuarias, sólo 20% está dirigido por mujeres y, llamativamente, Córdoba registra el índice más bajo de intervención femenina con relación al resto del país; así, de un total de 15.774 explotaciones de nuestra provincia, sólo 14% (2.270) está gestionado por mujeres.
A escala global, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), en los países en desarrollo, las mujeres representan 45% de la mano de obra agrícola pero menos de 20% de los propietarios de tierras en el mundo es mujer. El prejuicio considera que la mujer “acompaña al hombre” y está arraigado. En la mayoría de los casos, el sueldo de los peones rurales está a favor del hombre pero trabajan tanto uno como otra.
Para Marisol Andres, investigadora de la ONG Grow, en Argentina, las principales industrias reproducen la histórica división sexual del trabajo que asigna roles según estereotipos de género construidos culturalmente; así, en los trabajos asociados a la fuerza y a la masculinidad predominan los varones; si todavía existen industrias tan masculinizadas, es porque se combinan distintos factores que contribuyen a mantener el status quo; persiste lo que se denomina “congruencia de rol” que son preferencias de género para cubrir determinadas áreas, tareas y posiciones. Por otra parte, una serie de prohibiciones legales aún vigentes incide en la contratación de mujeres en determinados sectores; por ejemplo, para la ley 20744, de 1976, está prohibido ocuparlas en “trabajos que revistan carácter penoso, peligroso o insalubre”. Estos preceptos creados con intencionalidad protectoria, actualmente implican en su aplicación un potencial perjuicio y un trato desigual, porque poco tienen que ver con la actual realidad laboral y social de las mujeres. Por último, la construcción cultural de los roles de género hace muy poco probable que las personas se postulen a actividades que no son las tradicionalmente asociadas a su género, si no reciben un estímulo externo.
Consecuente con estos datos, tampoco las mujeres aparecen representadas en los distintos espacios públicos de toma de decisiones ni en el gremialismo del sector agrícola ganadero; así es que ninguna de las principales asociaciones gremiales relacionadas con esta actividad, Sociedad Rural Argentina, Federación Agraria Argentina (FAA) o Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), cuenta a una mujer entre sus dirigentes.
Pese a los datos estadísticos y a lo que parece, en las familias productoras cordobesas siempre hubo mujeres: son tamberas, tractoristas, mujeres que administran y organizan la contabilidad entre ollas y mamaderas; hay mujeres propietarias que arriendan su herencia, veterinarias, agricultoras, claramente ellas también son protagonistas en el desarrollo de esta trascendente actividad; lo que no tienen es la visibilidad y el reconocimiento. Es imprescindible fomentar emprendimientos liderados por mujeres, acortar la brecha de género en el acceso al empleo rural, al uso de las maquinarias y a la tecnología que hoy posibilita prescindir de la fuerza física que otrora parecía ser la razón de la exclusión natural de la ocupación femenina en el sector; promover políticas públicas como el acceso al crédito y a la capacitación que las impulsen a asumir su labor de modo independiente; fortalecerlas, decirles que ellas también pueden producir del mismo modo que lo hicieron sus padres, que lo hacen sus parejas o lo hacen sus hermanos.
(*) Jueza de Control