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Santiago de Compostela

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Ciudad hecha de piedra y de leyenda. Fue necesaria tanta piedra para edificar tanta leyenda. Ciudad de leyenda-historia o de historia-leyenda. No hay nada comprobable, científicamente hablando, que haya dado pie para lo que constituye la esencia y el sentido de la existencia de Santiago de Compostela

Por Edmundo Aníbal Heredia (*)

Ea leyenda-historia dice que el Apóstol Santiago llegó cerca de allí, desde el mar, a la desembocadura del río Ulla, con la misión de llevar el cristianismo a lo que era considerado el finis terrae, el fin del mundo según lo conocido hasta entonces. Para conservar un testimonio ante los siglos, los lugareños del pueblo de Padrón decidieron conservar la piedra que sirvió de amarradero para su barca.
La leyenda dice también que, cumplida su misión, Santiago regresó a Palestina y allí fue decapitado por Herodes, el esbirro del emperador romano. Agrega la tradición que sus discípulos decidieron llevar su cuerpo a tierras españolas y lo enterraron en un bosque, en el lugar en el que hoy se levanta la magnífica Catedral. Ese extremo de Europa era entonces la Hispania romana, contra cuyo imperio, allá en el Asia Menor, se había levantado el maestro del Apóstol creando una nueva religión.
La leyenda se mantuvo con los siglos, sin que pudiera mostrarse más testimonio material que la piedra del amarradero; hasta que otra piedra extraña fue encontrada y los devotos quisieron que se la reconociese como la lápida de su enterramiento. Pero ésta no ha permanecido para satisfacer la exégesis pertinaz de los investigadores.

Se llegó así a la Edad Media, cuando el rey cristiano Ramiro I, en plena batalla contra los moros dijo ver a su lado en el campo de la lucha a un jinete montando un caballo blanco y causando estragos entre los infieles con su espada. El rey vio en él al Apóstol -y todos le creyeron- y así una nueva piedra fue colocada para construir la leyenda. Esta segunda leyenda creó a su vez otro personaje, el de Santiago Matamoros, que entonces se levantó, a semejanza del Santiago de los orígenes, contra la dominación de un enemigo que portaba una religión extraña.
También desde entonces fue Santiago el patrono de la lucha contra los moros, ahora con la imagen de un valiente soldado. Esa imagen de un compañero de Cristo, que en su vida humana se dedicó al apostolado y que en su otra vida se consagró a sostener la fe cristiana con las armas en la mano, constituye una composición compleja de los elementos religiosos y culturales de la España medieval, cuando los cristianos luchaban precisamente contra un enemigo que encontraba fortaleza y valor en la inspiración de un líder religioso que predicaba la defensa y expansión del Islam con el uso de la fuerza.

No hacía falta más. Sólo dos piedras, una subsistente y la otra desaparecida, y la visión enfebrecida de un rey cristiano fueron justificativos suficientes ante los ojos de los devotos para juntar miles y miles de bloques de piedra y decidir la construcción de la Ciudad Santa. Y vinieron los peregrinos desde la Europa interior, y trillaron su camino con posadas y ermitas y santuarios, construyendo así el Camino de Santiago. Y desde entonces se sucedieron las ofrendas, premios y consagraciones del Vaticano, de entidades culturales y organizaciones de turismo, tanto que los diplomas no cabrían en los inmensos muros de la Catedral.
Pero la investigación histórica no tiene ni cómo comenzar ante la endeblez de las pruebas que intentan dar verosimilitud a la leyenda. Los historiadores no pueden hacer nada para desbaratar una historia tejida por la tradición y tienen que reconocer, mal que les pese, que la historia no es una ciencia de realidades comprobables, porque las creencias de los hombres, basadas en su imaginación -o en sus anhelos o en sus ambiciones-, llega a tener tanta o más realidad que los hechos reconstruidos con la más estricta de las heurísticas.

Hoy la piedra sostiene la leyenda y poco importa si no hay documentos o testimonios suficientes. Podrá llover todos los días durante los siglos de los siglos en Santiago de Compostela y el agua sólo logrará lavar las piedras de los edificios y de las calzadas, para darles más brillo y tersura. Y cuando algunas de ellas sean horadadas por la lluvia persistente, serán sustituidas por otras.
Pero la historia-leyenda también tiene sus relatos. Porque es también evidente que la llegada de los europeos a América y su voluntad de traer aquí al cristianismo debió recibir el poderoso influjo de lo que Santiago Apóstol, Santiago Matamoros y Santiago de Compostela -Ciudad Santa-, significaban para el mundo cristiano. Porque desde 1492 la ciudad de Santiago de Compostela cedió el paso para que el finis terrae pasase a ser América y ello constituyó un nuevo desafío que estimuló la continuación de la tarea de evangelización hacia el nuevo confín del mundo. Porque así como los primeros cristianos lucharon contra el Imperio Romano y luego los españoles contra los árabes musulmanes, así también los soldados españoles enfrentaron la resistencia de los indios, a los que consideraron infieles, autoimpulsados por el grito de ¡Viva Santiago!

Curiosamente, la misma historia se repitió así en los tres continentes: en el Asia Menor, en Europa y en América. La idea de un Santiago Matamoros blandiendo con fiereza la espada no sólo templó los ánimos y calentó la fe de los cristianos para expulsar a los devotos del Islam sino también para sustentar la actitud de conquistadores y frailes en su invasión al continente americano y para justificar con bases religiosas la dominación colonial justificándola por practicar sus habitantes creencias paganas. En esa conquista cuyas armas eran la espada y la cruz estaban asociados Santiago de Compostela y Santiago Matamoros.
Hoy la ciudad es tan sólida y tan monumental que no se podría asegurar si ella es la que sostiene la leyenda o ésta a aquélla. Mientras una de las dos conserve firme su existencia servirá de suficiente garantía para que no se extinga la otra; si un terremoto destruyera la ciudad, seguramente la leyenda hará que se reconstruya con tanta magnificencia como la de la actual. Y si un cisma -o una herejía o una revolución del pensamiento- intentara destruir la leyenda, la ciudad de piedra será capaz de reconstruir la historia, porque las piedras apiladas con tanta maestría ya constituyen prueba suficiente de la verdad de la leyenda.

(*) Doctor en Historia. Miembro de la Junta Provincial de Historia.

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