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Romain Rolland, la Paz como credo y como bandera

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Por Silverio E. Escudero

La idea de estimular el debate sobre las consecuencias históricas y políticas de la Revolución Rusa ha generado algunos importantes porfías que seguramente serán motivo de nuevas reflexiones. Tema presente en un profundo intercambio que se debe inscribir en la sempiterna discusión que provoca la Revolución de Octubre en el campo marxista, entre los que se aferran a antiguas proclamas cuajadas de utopías hasta la propia división en el campo revolucionario que reta a los partidarios de la revolución permanente con los que sostienen la visión burocrática de la “Revolución de Estado”, que dicen, al menos, asirse a las enseñanzas de Lenin.
Desde la vereda de enfrente, desde la acera de las derechas, salvo excepciones, se mostraron carentes de elementos de juicio. Optaron por el insulto, los agravios y las amenazas. Ignorar, como pretenden, la existencia de la Revolución Rusa no cambiará el decurso de la historia. Se parecen en demasía a quienes encendieron la hoguera que dio muerte a Giordano Bruno sin tener en cuenta su impacto en el mundo de las ideas.
El intercambio que se produjo en torno a nuestras afirmaciones, aparecidas en esta columna, fue importante. No mueve por cierto el amperímetro; sin embargo, es preciso dejar constancia de ello. Creció como también el apasionamiento con el correr de los días. Porfía que dejó el universo de las redes sociales y el mundo de los correos electrónicos para transformarse en encuentros personales no buscados. Experiencia rica, por cierto, que permitió vibrar con intensidad frente a cada una de las aportaciones. Como la de un anónimo comensal que -interrumpiendo su cena familiar- me entregó una servilleta garrapateada con una recomendación, una consigna: “No se olvide de Romain Rolland”, mientras, con una sonrisa, recibía el regaño de su mujer.

El desafío que planteaba era de tono mayor. Entusiasmaba. Recorrí con atención los tres tomos de su Diario de los Años de Guerra 1914/1919, sin demasiado éxito. De pronto se hizo la luz. Rolland escribió al periódico sueco Politiken una carta en la expresa: “Admiro la enorme energía creadora y organizadora de los soviets rusos, dirigidos por unos cuantos hombres ingeniosos. Acabo de escribir en un periódico francés: ‘El cerebro del mundo trabajador reside en Moscú’. A esto tengo que añadir que estoy convencido de que sólo una revolución comunista puede lograr éxito, tanto por motivos económicos como morales, de los que voy a enumerar algunos. Independientemente de todos los argumentos marxistas que conducen a la resolución, existe en Rusia un motivo al que los marxistas puros no le dan le debida importancia, pero al que yo atribuyo un valor enorme, y es el carácter casi puramente religioso, el entusiasmo místico, que anima a una parte de la clase obrera rusa. Estos hombres tienen fe. Si no creyeran que su esfuerzo ayuda y sirve al mundo entero, no se sacrificarían con tanta abnegación desde hace años. Este sentimiento místico revolucionario ha faltado hasta ahora a los pueblos de Europa Occidental y, principalmente, al pueblo francés, cuyo entusiasmo ha sido aniquilado en todas las revoluciones traicionadas y fracasadas desde hace 150 años. Muy a menudo, más de lo debido, se conforma la agitación revolucionaria con un movimiento sindical para aumentar los jornales; pero no se puede alcanzar nada grande, nada duradero, sin una idealidad fuerte para el bien común, sin el apasionado espíritu del sacrificio por el porvenir de la Humanidad. Pero es muy probable que los pueblos varíen y se eleven influenciados por las numerosas provocaciones y pruebas que las clases trabajadoras tienen que sufrir por parte de la reacción triunfante.”

¿Romain Rolland (RR)? ¿Quién es Romain Rolland? ¿Qué representa en estos tiempos de tanta falsedad ideológica y de falsificación de la historia? Este francés imprescindible -pese al olvido al que lo han sumido las nuevas generaciones de la mano de intereses oscuros- fue un infatigable defensor de la paz, de la libertad y de la condición humana. Tanta molestia causó en vida que todas las potencias coloniales y los nuevos imperialismos pusieron precio a su cabeza crecía en su lucha antibélica, antiarmamentista…
Sostener su ideario tiene sus costos. RR lo sabe hasta el hartazgo. Las afrentas se renuevan casi de continuo a lo largo y ancho del mundo. Los partidarios de un presidente argentino recientemente fallecido destrozaron el monolito y las placas conmemorativas que recordaban su paso por la República Argentina, en su vano intento de frenar la guerra entre Bolivia y Paraguay. Lo hicieron, según rezan las leyendas que dejaron pintadas en la zona, como una muestra más de su profunda ignorancia y su atroz desprecio por la historia y la paz.
Pese a ellos, y a todos los que los imitarán en el futuro, diremos junto a Emile Masson: “Romain Rolland seguirá hablando, de cuando en cuando, como lo ha hecho hasta ahora”, a pesar de que muchas veces no encontró en los medios intelectuales el eco que él esperaba.
A pesar de que: “No hay palabras que llegaran tan profundamente como las suyas, en estos últimos tiempos. La desgracia quiso que no encontrara –en agosto de 1915- tribuna en Francia; la voz lejana de Le Journal de Genève no llegaba a todas partes. Y, además, hubiera sido menester que a esa voz se unieran todos los que, entre los artistas y los intelectuales, no han caído en la zanja patriotera. Algunos hay, forzosamente. Ayer supe que Steinlein es uno de ellos. ¿Quiénes son los demás? ¿Dónde están? ¿Quién se dedicará a reunirlos? (…) Todo se enlaza; los movimientos, aun los más lejanos, influyen unos en otros. Así como los llamamientos de R. Rolland fueron de gran ayuda para nosotros, obreros, sindicalistas, creo que si hubiésemos podido reunir nuestras fuerzas internacionales en minoría, R. Rolland hubiese podido más fácilmente hallar eco, tanto en Alemania como aquí. Cuando yo encaraba el despertar de La Vie Ouvrière, en su forma semanal, emití la idea de ofrecer a R. Rolland un lugar tan amplio, tan enteramente libre como lo deseara.”
Rolland, que fue Premio Nobel de Literatura en 1915, por ello sostiene desde cada una de sus tribunas que “los pueblos y las razas” no deben enfrentarse violentamente. Sólo hay un pueblo y una raza, la compuesta por todos los seres humanos, que son hermanos, y que son víctimas, en las guerras, del manejo de las élites, las cúpulas de los ejércitos y los predicadores interesados de las fronteras y las patrias pequeñas. Según escribió en su celebérrimo Manifiesto Antibélico, “por encima de los intereses que llevan a las guerras, hay que colocar al Espíritu que no está al servicio de causas de banderías, a la Verdad sin prejuicios de castas, a la Humanidad que, como el Pueblo, es única y universal.”
Hoy el pacifismo parece ser un artículo exótico. La sociedad en pleno así lo refleja a tenor por cierto del clima de extrema violencia que baja desde las alturas del poder y, permite. No hemos podido reunir fuerza suficiente para frenar la violencia institucionaliza; mucho menos el proceso guerrero en marcha instrumentado por gobiernos que prefieren rearmarse hasta los dientes a combatir la pobreza, las enfermedades y el analfabetismo…

Ahora mismo cuando hay más de cien frentes de guerra abiertos o larvados en muchos lugares del planeta (África, Asia, Oriente Medio, América Latina, Oceanía, el Este europeo, a los que hay sumar el terrorismo internacional, la piratería y el sarampión secesionista), y no se alzan voces que representen un genuino compromiso con la paz.
Fue, según Stefan Zweig, “la conciencia moral de Europa”. Su entrega por la causa de la justicia hizo que mirase esperanzado los cambios que se dieron en Rusia y se transformara en partícipe en conferencias por la paz, y embajador de los escritores franceses en ese país. No obstante alzó la voz, cuando vio peligrar la libertad levantó su voz.
Su prestigio ante Stalin salvó la vida de miles de personas, entre ellas las de Mijaíl Bulgakov, Víctor Serge, Evgen Zamiatin, Boris Pasternak, sin obviar sus continuadas denuncias a los infames procesos de Moscú.

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