Por Armando S. Andruet (h)*
Existen magistrados que han quedado dominados por una comprensión con poca dimensión empática. Ellos fortalecen los aspectos endogámicos de la justicia
Reconocemos inicialmente que son varias las ocasiones en las que nos hemos referido a la ética judicial. En esta ocasión, preferimos obviar las consideraciones teóricas y especulativas, como también alguna voluntad de intentar convencer al auditorio de la importancia de la ética judicial. La modesta pretensión es sólo la de llamar la atención acerca de lo poco que hemos sido escuchados durante tantos años y lo mucho que se pudo hacer y ya se perdió la oportunidad de hacerlo. Algo así como publicitar el fracaso del esfuerzo.
De cualquier manera, como la figura mítica de Sísifo, seguiremos subiendo esta piedra de la ética judicial para llegar a la cima, y ella, antes de ese logro, caerá y entonces volveremos a intentarlo. No porque seamos los únicos que podamos cargar con dicha piedra, pues nos hacemos cargo de innumerables defectos éticos que hemos podido tener. Aunque con la diferencia de que cuando los hemos podido reconocer, nos han pesado en la conciencia moral y más aún, sabiendo que ya era tarde para restañar la acción.
Sin embargo, la mayoría de los jueces no siempre piensa en la afectación que sus defectos morales causan en la ciudadanía, y por ello se concluye que las virtudes públicas todavía no integran el abecedario judicial corriente. Por todo ello es que queremos traer la atención respecto a las actuaciones que, en concreto, en el ámbito institucional nacional, se están cumpliendo para la generación de mejoradas gramáticas éticas en el Poder Judicial federal, en tiempos cuando no son pocas las voces que miran críticamente a dicho Poder Judicial.
A estos efectos es valioso recordar que el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación ha implementado un ambicioso proyecto que se conoce como “Justicia 2020”, en el cual el Eje Institucional se vincula con nuestro tema, al indicar: “Reforzar la lucha contra la corrupción, impulsando políticas activas en materia de ética pública y transparencia en la gestión, potenciando la capacidad institucional de promover denuncias”, y luego en el Eje Justicia y Comunidad se apunta: “Avanzar en la implementación, modernización y actualización de los códigos de ética profesional y judicial”.
Dichos objetivos e iniciativas, loables sin duda, han tenido un eco poco significativo para cerca de los 10.500 individuos que están inscriptos en dicho programa on line “Justicia 2020”. No pasando de ser unas 20 personas las que requieren los temas de nuestro interés. Naturalmente, es una medida relativa la que estamos dando, pero no por ello es despreciable.
Sin embargo, dicha constatación de desaliento no parece ser de igual valencia si se hace un seguimiento cuidadoso de la cantidad de opiniones críticas y también negativas que se han publicado en diferentes medios respecto al rol entusiasta, proactivo y orgánico que en su mayoría los jueces federales del edificio ubicado en la calle Comodoro Py de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) vienen cumpliendo. Y, según indican dichas informaciones, ello es en oposición a las sinergias que tiempo atrás ponían sobre ese mismo conjunto de causas dichos jueces y que en general versan ellas sobre la temática de la corrupción pública-política.
Sobre la práctica judicial de no avanzar con causas penales mientras el investigado es gobierno, hay que señalar que no es una variable reciente del Poder Judicial argentino sino que tiene rasgos reiterados y por lo tanto han sido materia ya de estudio por diversos politólogos extranjeros y nacionales. Por ejemplo Gretchen Helmke, de la Universidad de Rochester, en Nueva York, nombró ello como la “defección estratégica” y señala que “cuando un gobierno en ejercicio comienza a perder poder y debilitarse (los jueces) se ven estimulados a incrementar sus medidas contrarias al gobierno a fin de poner distancia con respecto a él”. En similar perspectiva, Roberto Gargarella, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ha señalado que “los jueces tienden a acercarse al oficialismo en los momentos de plenitud y a alejarse en su ocaso”.
Por nuestra parte, con menor academicismo y mayor pragmática, sugerimos que hay una desconsiderada comprensión en varios jueces, a quienes se atribuye dicha defección, de algo que podría ser nombrado como “republicanismo judicial”, en el cual la ética judicial es una columna imprescindible para su desarrollo. Pues con ello queremos inicialmente señalar que la ética de los jueces no es sólo la adecuación de su conducta a un cierto código público de comportamiento sino que es haber alcanzado dicho juez un proceso de internalización de que es él una pieza clave para la promoción y fortalecimiento de la misma República.
Con ello habrá de advertir que la dimensión de lo político y del bien común no se pueden disociar de la práctica judicial, para lo cual tendrá que asumir esa magistratura que el camino de dicho cumplimiento es riesgoso e impuesto de sinsabores públicos y privados. Porque, por lo general, lo público, para ser también lo común de los ciudadanos, puede que ingrese en algún conflicto con lo particular de alguno de ellos.
De esta manera, el sinsabor de la vida judicial no es un posibilidad estadística, es por definición un resultado demostrado como real y no deben sorprender entonces las diversas maquinarias -desde psicológicas hasta físicas- que se pueden poner en marcha para bloquear el desarrollo de las prácticas judiciales republicanas.
De allí que existan jueces que han quedado dominados y bloqueados por dicha comprensión conceptual y entonces están fuera del republicanismo y habitan otro continente judicial, el que corresponde al “autismo judicial”. Allí están quienes trabajan de jueces atentos a los horarios y los días, ansiosos por encontrar en todo tiempo una respuesta correcta desde las normas aunque lacere toda justicia. Serán jueces con poca dimensión empática, fortalecerán los capítulos endogámicos judiciales y, por ello, el distinto será también el disidente del sistema.
Huelga señalar que si bien no necesariamente dicho modelo autista judicial promocionará implícitamente cierta fidelidad a la doble moral, es más posible que ello ocurra. Y así será frecuente que las virtudes públicas que exhiban dichos jueces sean el vestido que cubre los profundos vicios privados que prodigan, y que los ciudadanos -en primer lugar- y los medios -secundariamente- se cuidan de ignorar, olvidar o silenciar.
La transformación natural de un continente a otro será difícil y por ello habrá que forzarlo desde una mutación civilizatoria ética. Y que sea el resultado de una gestión cooperativa de ciudadanos responsables y de instituciones de gobierno judicial que, como tales, quieran asumir el desafío de propiciar una refundación pragmática de la ética judicial en tiempos del Bicentenario de la República y que, dicho sea de paso, tan bajo eco ha tenido a nivel de reflexión antes que de imagen y espectáculo.
La vida de los jueces al amparo de un republicanismo judicial, puesto que ése es el continente correspondiente y no el de un escape disidente romántico, entre otras cosas habrá de favorecer que los “riesgosos heroísmos judiciales” de hoy se conviertan en la “esperada valentía” del mañana. Como también ayudará a que la “temeraria actuación judicial” del presente sea la “fortalecida práctica judicial” corriente del futuro.
Por último, hay que señalar que el republicanismo judicial no espera de los jueces cosas no humanas pero requiere de ellos que se pongan a una altura de mayor esfuerzo que los otros ciudadanos. Por ello, deben saber los jueces republicanos que están privados de algunas cuestiones (las mismas que los jueces autistas no respetan) pero están fortalecidos para hacer otras que los demás ciudadanos están impedidos de hacer y que los jueces autistas están deslegitimados moralmente de reflejar pero legalmente investidos para poder hacerlo.
Al fin de cuentas, hay que decir que no se trabaja de juez sino que se vive como juez. A veces vivir es hacerlo en la tensión similar a la que el arquero prepara el instrumento de arquería, sabiendo el tirador que sin esa tensión la flecha no alcanzará el blanco o equivocará su centralidad.
Por ello, la tensión del vivir judicial sólo se explica por esa aspiración posible de hacer blanco en la centralidad de la justicia.