Por Silverio E. Escudero
“La ciudad es un obrador” ha dicho el administrador de esta ínsula fundada por Jerónimo Luis de Cabrera el 6 de julio de1573.
Seríamos injustos con los padecimientos de nuestros convecinos si recorriésemos las calles, plazas, parques y paseos con mirada complaciente. Sin anotar que, detrás de las grandes luces de las avenidas, la ciudad continúa oscura, las veredas destruidas, las cloacas desbordadas. Mientras proliferan, por nuestra irresponsabilidad como convivientes, basureros clandestinos que el municipio no logra combatir.
Otro tema de preocupación y de desidia son los cursos del brioso arroyo de La Cañada -tan coqueto con sus tipas añosas- junto al del benemérito Suquía -al que alguna vez le cantó Arturo Capdevila- transformados en una cloaca a cielo abierto. En la cloaca mayor de la ciudad.
Esta columna, cuando aborda los temas urbanos, sufre una profunda conmoción. Muda de aspecto, se mimetiza con su predecesora, la mítica “Desde las grietas de la ciudad”, que desde comienzos de la democracia se dio a la tarea de incomodar la vida de intendentes y concejales al preguntar lo que nadie quería que se preguntara. Actitud que le permitió ganarse los rugidos de furia del que se soñaba gobernador-intendente imaginando que sus sucesores, en un acto de suprema justicia, le levantarían una estatua mayor que la que él mandó a implantar en honor a Domingo Faustino Sarmiento.
Méritos, estaba seguro, tenía suficientes. Recuperar el Cabildo para la ciudad después de desalojar la Jefatura de la Policía de la Provincia, que lo venía casi usurpando desde tiempos inmemoriales, da tela para cortar. Operación que dio comienzo una mañana de sol cuando el intendente -en uso pleno de las atribuciones que le otorgaba la Constitución de la Provincia de Córdoba de 1923- se plantó en el centro de la Plaza Mayor -acompañado por su plana mayor y por un ejército de grúas e inspectores municipales- y ordenó llevar a los corralones municipales a casi un centenar de patrulleros y demás vehículos policiales que, habitualmente, mal estacionaban en el área central.
Ni las armas policiales amartilladas para proteger sus privilegios ni los ruegos, gritos y amenazas de la Casa de las Tejas detuvieron el impulso ordenador del inquilino del despacho más importante del Palacio 6 de Julio.
Más tarde fue tiempo de levantar algunas cobijas que intentaban ocultar los sueños de un faraón de pizza y fainá. Quedó enterrado para siempre el proyecto de un edificio puente que cruzaría el río Primero y sobre él se levantaría un edificio imponente con destino al funcionamiento de un Centro de Participación Vecinal. Era tan grande el desatino que resultó natural que los vecinos resistieran. Fue una experiencia maravillosa. Todos se levantaron contra el prepotente. Era Fuenteovejuna.
El intendente, cegado por su engreimiento y los cantos de sirena de su corte, llamó a una consulta popular. Cuando se vio sepultado por los votos -a pesar del poderoso aparato partidario que movilizó- frente a la prensa anunció, despertando sonrisas socarronas, que había votado en contra de sus propios intereses políticos.
El peronismo, luego de 16 años en la oposición comunal, arribó al Palacio Municipal. No llevaba como candidato a un hombre o mujer de su riñón. Lo buscó en las filas de sus tradicionales aliados e hizo que renunciara a la vicegobernación. La campaña electoral fue intensa. Los creativos usaron la imagen de un tractor amarillo como símbolo de una gestión que debía traccionar el progreso.
El intendente muestra una impericia sin igual. Pronto, los vecinos califican la gestión como la “peor de la historia”. Colapsan los servicios públicos, las calles y avenidas son el canal excluyente por donde circulan las aguas negras y las excretas; los baches reinan por doquier, 1.040 cuenta un concejal opositor. Las plazas de los barrios son un muladar y florecen -sin tan fragantes perfumes- los basureros clandestinos que los equipos técnicos del Centro de Estudios para una Ciudad Racional y de numerosas organizaciones no gubernamentales ubican en un plano que marca 543 puntos de conflicto…
El proyecto de digitalización municipal, que se anunció a grandes voces, naufraga. Aunque el intendente se mantiene rozagante en los estrados judiciales donde la concesionaria exige una cuantiosa indemnización que, casi sin patalear, debemos afrontar todos los vecinos.
Y por allí quedó, en la memoria de todos, la cuenta de gastos de la fastuosa fiesta que se realizo en el Antiguo Mercado de Abasto para anunciar la instalación de la sede Córdoba del Museo Nacional de Bellas Artes, que nunca llegó y el estudio de factibilidad de levantar en la zona circundante una especie de Puerto Madero cordobés.
La ciudad vivía un tiempo de zozobra. En las elecciones de octubre de 2003 es electo intendente un viejo actor de la política local. Orienta una nueva fuerza política que logra quebrar nuestro tradicional bipartidismo. Llega montado en una campaña electoral en la que el uso del humor intenta paliar lo lábil de la propuesta política urbana.
Propuesta que termina como en una ópera bufa cuando se desgrana -por graves problemas políticos internos- la “Comisión Investigadora de la gestión Kammerath” (Cigeka), que muestra una extrema pobreza conceptual en sus informe sobre presuntas irregularidades cometidas durante la gestión de su predecesor.
Si bien su actividad se centra en restablecer los servicios públicos inexistentes, puebla de empleados la estructura burocrática del municipio contratando a miles, que absorben -en materia salarial- ochenta por ciento del presupuesto oficial.
El señor intendente, que hizo una impúdica utilización de la imagen icónica de Jerónimo Luis de Cabrera, olvida sus obligaciones para con los vecinos y compromete el futuro de la ciudad en su pelea personal con el Gobernador de la Provincia de Córdoba. Pelea que le permite ser convincente a la hora de explicar los curiosos -¿convenientes?- incendios del Teatro de la Comedia y del Concejo Deliberante capitalino.
El quinto intendente que debe sobrellevar la ciudad es una enorme decepción. Sus relaciones interpersonales con su jefe político y los miembros del Poder Ejecutivo Nacional inciden en forma negativa en la gestión. Nuestras abuelas -a propósito de la Semana Santa- decían que es imposible estar en misa y repicar.
El “soldado” hipoteca el futuro de Córdoba. Es una época atroz. No puede conformar gabinete y cuando lo hace dura apenas un instante. Salvo la solución del problema de la basura, no hay otro hecho por destacar. Sus frases rayan lo ingenuo: “Las dos grandes peleas (con Luis Juez) fueron, primero, cuando Néstor Kirchner me recibió en la Casa Rosada después de las elecciones, y después, cuando Schiaretti vino a la Municipalidad en el primer día de nuestra gestión para recomponer la relación provincia-municipio. Ahí él rompe el grupo, sale a los medios a pegarnos. Ya después al año siguiente con el conflicto del campo se pasa para el otro lado, se sube a un tractor junto a Mario Negri durante la protesta. La verdad que fueron cosas muy duras porque uno siente la traición, así como la siente él, la siento yo, en términos personales, y ahí es cuando la política rompe amistades. (…) cuando se quiebra el Frente Cívico, me quedé sin gabinete, sin Tribunal de Cuentas, y goberné casi en absoluta soledad.”
La ciudad de Córdoba es poderosa. Ha resistido a todas las bandas que han pretendido asaltarla.
La ciudad es un obrador, insiste la campaña publicitaria. Sin embargo, la gestión en curso no se ha preocupado por la suerte del patrimonio artístico y arquitectónico de la ciudad. Siguen desapareciendo casas, obras y conjuntos relevantes sin que se sepa, a ciencia cierta, si permanecen en los depósitos municipales o han sido destrozados, robados o vendidos por los agentes municipales, como ocurrió con la escultura de metal en honor al Himno Nacional Argentino, salida del talento de Alejandro Pereskrest. O la cabeza de bronce del intendente progresista Ramón Gil Barros, en cuya gestión se construyeron los puentes Centenario y General Paz y se introdujo el tranvía eléctrico en nuestra ciudad.
El lugar de Gil Barros ha sido usurpado por una cabeza de cemento -monumento al brutalismo- del Obispo Salguero.