El psicólogo y escritor cordobés Kike Bogni dicta talleres de creación en institutos de menores, en el marco del proyecto “Hagamos libros”. Con los cuentos coleccionables Fulbazo recorrió varias escuelas, animando a los adolescentes a ser escritores y poetas.
Kike es ante todo un militante del trabajo en equipo. La literatura es para él una excusa para contribuir al desarrollo de las personas y para apostar al encuentro con otros. Dice ser escritor, pero en verdad es más bien un jugador de fútbol encubierto que, como buen enganche, no puede estarse quieto en la cancha.
Bogni jugó en Talleres y ahora la descose con Sarajevo Football Club, en la Escombrera, un predio ubicado en barrio Cofico que recuperó junto a otros escritores y artistas futboleros de alma, como él. Escribe y dicta talleres de creación de libros en institutos de menores en el marco del proyecto “Hagamos libros”. De allí ha surgido una serie de libritos, confeccionados con material reciclado, escritos por jóvenes cordobeses que encuentran en la literatura un espacio para crecer como individuos capaces de transformar su mundo.
Kike trabajó junto a Derecho a la cultura (UNC), taller de libro objeto; también trabaja con jóvenes alojados en institutos de menores y en el albergue municipal Sol de Noche; es integrante de la feria Libros Son. Con los cuentos coleccionables Fulbazo recorrió varias escuelas, animando a los adolescentes a ser escritores y poetas. Lo agarramos en un descanso para hacerle algunas preguntas.
-¿Cómo empezó Fulbazo?
-Lo ideamos con un amigo en el 97, el Borro, que es quien dibujó los dos primeros cuentos escritos por mí. También colaboraron luego artistas plásticos, quienes recurrieon a distintas técnicas. Se trata de un libro-álbum coleccionable, de 28 páginas, y Carlos Ferreyra, de Recovecos, lo edita. Con Carlos nos conocimos gracias al fútbol. Fue una época de 2005 de juntarnos a jugar al fútbol con escritores de Rosario, de Buenos Aires… Emanuel empieza a sacar los cuentos en La Voz, en Diccionario, se empezaron a conocer. Vimos de encararlo juntos, hablamos con la gente del Archivo Provincial de la Memoria. El primer cuento es del Mundial ’78, sobre violencia en el fútbol, entonces servía para el trabajo con escuelas -hicimos dos mil ejemplares-. La presentación se hizo en 2009. Vino la murga de Totoral, hicimos fútbol, hicimos asado, fuimos al centro vecinal, hubo kermés, tocaron cinco bandas y terminamos a las diez de la noche.
-La literatura parece ser una excusa…
-La verdad que sí. En un momento Javier Quintá y Diego Vigna leyeron uno de los cuentos. Después de eso me fui a Lelikelén, ahí frente a la terminal, a hacer el taller y rápidamente me di cuenta de que los chicos conectan rápidamente con experiencias de ellos. De Fulbazo se desprende otro proyecto que trabajo con José Artime, que se llama “Hagamos libros”, que es el proyecto que trabajamos en institutos de menores. Es un ambiente difícil porque tenés que tratar con la policía todo el tiempo, pero estamos armando un “quilombito” bárbaro. El año pasado los guardiacárceles terminaron con varios libros, no pueden creer que los chicos escriban.
-¿Cómo es eso de producir libros con material de recicle?
-Hace varios años que laburo produciendo libros a partir de reciclar basura. Entonces laburo con etiquetas de puchos, cajas de tetra-brick, cartón. Nace de la necesidad de hacer mis libros después de pasear por las editoriales. Descubrí la posibilidad del libro-objeto, de que el libro podía ser algo más que hojas encuadernadas. Al trabajar con grupos en extrema pobreza, fue ver también cómo de la extrema necesidad se generan recursos genuinos. El libro-objeto implica el hacer juntos, elegir los materiales y construirlo.
-¿Qué tiene el fútbol que no tiene la literatura?
-Bueno, Galeano dice que el fútbol es la fiesta del cuerpo. La cabeza en un punto funciona también, pero yo hace más de treinta años que estoy en el fútbol y lo que pasa cuando termina un partido es único. Particularmente yo me he hecho muchos amigos en el ambiente de la literatura, pero muchos más en el fútbol. Por el apasionamiento que te da, que la literatura también te da, pero no pasa de ahí. El fútbol te da la posibilidad de intercambiar con otro, la cuestión de equipo, que en lo literario es más difícil. Me parece que es una buena excusa la consigna del fútbol para ponerse a escribir con otros, como algo colectivo. Con los adolescentes buscamos a veces otras formas de escritura, mediante la narración oral. Esto permite cuestionar el fútbol y también la literatura. Es poder acceder al derecho de publicar un libro, sentir que lo que nos pasa puede ser interesante para otro.
-¿Qué pensás que puede lograr la literatura en Córdoba?
-Lo que me viene llamando la atención desde el primer trabajo de Bella Vista que te contaba. A mí me llama la atención lo rápido que se pueden modificar algunas cosas. Aluche, que es psicoanalista, dice que ‘la salud mental es poder pasar a otra cosa’. El año pasado empezamos en abril a trabajar en el Complejo Esperanza y en septiembre estábamos con pibes esposados en la Feria del Libro de Córdoba en el Cabildo, leyendo sus poemas. Pibes que no habían escrito nunca. Nos tuvimos que cambiar de sala porque la gente no entraba. Lograr que un chico leyera ahí y el día después de estar cosiendo el libro se lo diera en la visita a su mamá. Mucha gente dice que la literatura no va a cambiar el mundo. A mí me parece que sí. La literatura tiene la posibilidad, sí, de entretener, pero genera cuestiones revolucionarias. Las cosas se mueven.
Camilo Blajaquis,
La venganza del cordero atadoDe “pibe chorro” a poeta; de César González a Camilo Blajaquis; de la revista “Todo piola”, en prisión, a este su primer libro de poesía, en libertad. ¿Irá, por este camino, de canillita a campeón? En realidad, no lo sabemos, pero tampoco nos interesa adónde “llegue”, porque como dicen que dijo Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada. Lo conocí cuando César estaba alojado en el Instituto Correccional de Menores Agote cumpliendo una pena por delito grave y explicaba en una entrevista cómo la literatura política -en la que se inició leyendo nada menos que a Rodolfo Walsh y a Jorge Masetti- le salvó la vida. Comenzó a escribir adoptando el seudónimo de Camilo, en homenaje a Camilo Cienfuegos, el comandante cubano compañero del Che, y Blajaquis, como recuerdo de uno de los militantes sindicales asesinados en Avellaneda, hecho narrado en ¿Quién mató a Rosendo? Por mi parte -nobleza obliga confesar-, lo que más me impactó en esa oportunidad fue ver la ilustración de la publicación de la entrevista consistente en una fotografía de César en la biblioteca del penal, con mi libro Los Perros en sus manos; porque esa fotografía de Camilo Blajaquis leyendo uno de mis libros más apreciados supera cualquier satisfacción, me hizo sentir que valió la pena escribir y editar ese libro sólo para eso, para que lo leyera un joven víctima de la injusticia social, quien además afirma que la literatura lo rescató para la vida. (Prólogo de Luis Mattini a La venganza del cordero atado).