ESCUCHARPor José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*)
Podríamos agregar a San Petersburgo en tiempos de su mentor Pedro I, aunque ciertamente Estambul es hoy la única metrópoli situada entre dos continentes -apenas separados por el Bósforo-. Edmundo de Amicis, en su apasionada “Constantinopla”, cronica deslumbrado: “Aquí pueden realizarse todos los caprichos: puede encenderse el cigarro en Europa y verter la ceniza en Asia.”
Turquía ensambla mares (Egeo, Negro y Mediterráneo) y continentes: genuino punto de intersección entre Asia, Europa y África. La Tracia (3% de su territorio) se asienta en Europa, y el resto yace en la asiática Anatolia. Comparte fronteras con Armenia, Azerbaiyán, Bulgaria, Georgia, Grecia, Irán, Iraq y Siria. Por ubicación e interculturalidad, sintetiza una paradójica identidad: musulmana para Occidente y occidental para Oriente. En algún punto comparable con la singularidad del istmo panameño –génesis sudamericana, realidad (artificiosa) centroamericana, reminiscencias caribeñas, influencia norteamericana – integra un lote de países difíciles de enmarcar en las referencias geopolíticas actuales.
Europa
Los años de vinculación entre Turquía y la Unión Europea (UE) se cuentan por décadas. En 1959, solicitó su incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE, nacida en 1957). En los casi sesenta años que cumple su larga marcha hacia la UE, la pretensión experimentó distintos estadios. En 1963 Turquía firmó un acuerdo con la CEE, para la creación de una Unión Aduanera que se sustanciaría recién en 1995 (a raíz de ello, Turquía es el quinto socio comercial más importante de la UE y ésta el primer socio comercial de aquella); paso trascendental para su candidatura a la adhesión en 1999. En 2005, el Consejo Europeo abrió negociaciones formales para su incorporación, considerando cumplido el criterio político -posesión de instituciones estables que garanticen la democracia, el Estado de Derecho y los DD. HH.-. La decisión fue posible luego que el gobierno turco firmara tratados internacionales referidos a DD. HH., suprimiera la pena de muerte, sancionara una ley antiterrorista, prohibiera el trabajo infantil, y aceptara un plan propuesto por la Organización de las Naciones Unidas para dividir a Chipre en dos Estados, el turco-chipriota y el greco-chipriota, y así impulsar una posible solución al conflicto. En plena efervescencia expansionista de la UE (2004 representó la mayor ampliación de su historia con el ingreso de 10 países, sumados Bulgaria y Rumania en 2007) y con un contexto político y económico radicalmente diferente al presente, la integración turca -de mayoría musulmana- no parecía irrealizable.
Sin embargo, el núcleo duro europeo se replegó. Francia, con Sarkozy (2007), tomó una posición claramente anti-turca, incluso sancionándose una ley que penalizaba toda negación del genocidio armenio; Alemania, con Merkel, más flexible pero no por ello menos dura, señala que no es necesario integrar a Turquía plenamente a la UE sino mantener una relación “privilegiada”. Se socavan las posibilidades turcas.
La crisis de los refugiados (2015) mejoró las relaciones turco-europeas. Se firmó un acuerdo en el que cualquier migrante que llegue de manera irregular a una isla griega debe ser deportado a Turquía. Todo ello a cambio de 3.000 millones de euros, eximir a los ciudadanos turcos de la necesidad de visado para viajar a la UE y avanzar en el proceso de adhesión. La ubicación de Turquía sigue generando una necesaria vinculación cercana con Europa.
Estados Unidos (EE.UU)
Compartiendo frontera con la antigua URSS, Turquía resultó fundamental durante la Guerra Fría al unirse a la OTAN; oficiando de estratégico enlace entre Europa, Rusia y Medio Oriente. En 1962, fue partenaire de Cuba en la famosa “crisis de los misiles”: los barcos soviéticos regresaron cuando se acordó el desmantelamiento de las bases de misiles que los EE.UU ya habían instalado en su territorio, ejecutado inmediatamente.
Conducida por el presidente Erdogan, de orientación crecientemente autoritaria tras la asonada de 2016 y mucha experiencia en el poder, Turquía atraviesa una seria crisis en los mercados: la lira ha perdido entre el 30% y el 40% de su valor, y se pronostica más déficit, inestabilidad y recesión.
Es una crónica anunciada: durante 2015, las relaciones con los EE. UU. se empezaron a deteriorar. Los norteamericanos emplearon kurdos para combatir al Isis en Siria. Estambul teme una revitalización del movimiento independentista kurdo –representan el 13% de la población turca y se reparten principalmente entre Turquía, Irán, Iraq y Siria-.
La detención de un norteamericano en Estambul, confirmada judicialmente en estos días, generó sanciones diplomáticas de EE. UU. A golpes de “tweets” el presidente Trump decidió duplicar los aranceles aplicados a las importaciones de acero y aluminio turcos, confirmando la mala relación bilateral. En tanto, Erdogan llama a unirse frente a una “guerra económica”.
Refugiados, graves conflictos civiles en una de sus fronteras, tentativa de golpe de estado y ataques terroristas. Pero se trata de un Estado importante, por su ubicación estratégica, trascendencia regional y tradición histórica, para soslayarlo.
EE. UU. y la UE representan el 80% del comercio exterior turco; aunque por lo pronto desde Estambul se estrechan relaciones con Rusia y China, y se amenaza con un posible retiro de la OTAN. Lejos de los valores europeos y estadounidenses, las relaciones entre Turquía y Occidente parecen haberse liquidificado. La arrogancia norteamericana, quizá más dirigida a exigir contraprestaciones en la chata UE, y la medianía en lideres europeos atrapados por la coyuntura doméstica -aunque seguimos esperando a Macron- están generando un serio problema en la puerta de Occidente. Un espacio crucial para la seguridad regional, ofrece más flancos que nunca.
