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Preservar las escuelas de la guerra

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 Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**

Por ahí se dice que lo urgente tapa lo importante. También, en no pocas oportunidades, que lo local destierra lo universal. Por nuestros problemas económicos, por el año electoral, parece que vivimos metidos dentro de la confusa, sufrida, ansiosa, expectante sociedad argentina actual.
No se puede escapar de la coyuntura pero sí ajustarla a sus límites racionales. Pasan otras cosas además de las preocupaciones diarias. Nos pasan y debemos sentir que nos pasan otras cosas.
Son cuestiones que compartimos con la sociedad global. Preocupaciones de la especie humana a la que pertenecemos. Signos de humanidad en un mundo que muchas veces no es humano.
Se dice que la primera baja en una guerra siempre es la verdad. Lamentablemente no es la única baja. Combatientes y no combatientes suelen serlo por igual. Y por mas que se intente “humanizar” la guerra y dejar fuera de su alcance a los particulares y bienes y edificios que los cobijan, esta parece una tarea imposible de conseguir.
Sin embargo, ningún esfuerzo es vano en busca de ese objetivo. Precisamente nuestro país, junto a Noruega y España, organizó la III Conferencia Internacional sobre Escuelas Seguras, que reunió hace días en Palma de Mallorca a representantes de gobiernos de todo el mundo para tratar el problema global de los ataques contra estudiantes, docentes y escuelas, así como la cuestión conexa del uso militar de escuelas.

A raíz de este acontecimiento, la organización Human Right Watch, realizó un informe en el cual puso en publicidad el estado de situación. Según el documento, las fuerzas armadas hacen de las escuelas y universidades bases o cuarteles militares, donde detienen e interrogan a personas, entrenan a combatientes, almacenan armas y municiones o apoyan de otro modo la iniciativa militar.
En este sentido Bede Sheppard, subdirector de Derechos del Niño de la entidad, sostuvo: “Cuando se desata un conflicto bélico, es común que las escuelas queden en el campo de batalla y que las aulas se conviertan en bases militares o búnkeres, o que se usen para guardar armas”. Sin embargo, como algo positivo expuso: “Cada vez son más las fuerzas militares que afirman que, con las políticas y medidas de planificación adecuadas, encuentran modos alternativos de desplegar a sus fuerzas sin tener que usar edificios educativos”.
Respecto al tema debemos señalar que muchos de los países asistentes a la conferencia de Palma de Mallorca ya han respaldado la Declaración sobre Escuelas Seguras, redactada en 2015 por iniciativa de Noruega y nuestro país. El instrumento constituye un verdadero compromiso político por el cual se exhorta a todos los países a adoptar medidas concretas para que alumnos, docentes y las escuelas estén más seguros en épocas de conflicto armado, y fundamentalmente de abstenerse de usar escuelas y universidades con fines militares.
Vale decir que esta iniciativa ha sido apoyada por otros organismos internacionales, como por la Organización de Naciones Unidas mediante su comité sobre derechos del niño, derechos de la mujer y derechos económicos y sociales, el Consejo de Paz y Seguridad de la Unión Africana y el Parlamento Europeo.
Todos ellos han instado a todos los países a respaldar la Declaración sobre Escuelas Seguras. Incluso el mismo Consejo de Seguridad de la ONU ha pedido a todos los países a adoptar “medidas concretas” tendientes a disuadir el uso de escuelas por fuerzas armadas y grupos armados.

Visibilizar este tipo de asuntos, darles la importancia que se merecen, dejar de sentir como ajeno aquello que no pasa en la cuadra de nuestra casa, sirve y mucho.
Para tomar conciencia de que ciertos hechos, como la guerra, son terribles y deben evitarse. Y cuando no se puede, tratar de minimizar sus efectos destructivos. Además, es un buen punto de partida para abordar otras cuestiones, nada lejanas a nosotros: el concepto de escuelas seguras respecto de todo tipo de violencia, avanzando desde lo más grave, el conflicto armado entre naciones, a las modalidades más domésticas del hábito humano por destruir, como la inseguridad que vivimos producto de la violencia de algunos.
Nosotros nacimos en una sociedad mucho más segura que la que viven o en la que vivirán nuestros hijos. Una en que las iglesias, las escuelas, el club estaban a salvo de cualquier tipo de depredación delictiva o muestra de vandalismo. Ya no es así. Razón de más para apoyar iniciativas más generales que pueden, más allá de su humanitarismo ínsito, ser muy útiles para visibilidad y brindar solución a problemas más domésticos.

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