jueves 14, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Por Julia

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Por Marta Belucci  / Abogada, mediadora

María y José se conocieron en el exterior por cuestiones laborales, en la época en que muchos argentinos salían del país procurando mejorar su economía. Comenzaron a convivir y nació Julia. La niña aprendió inglés, concurrió a la escuela e hizo amigos hasta los cinco años, cuando los padres retornaron a Córdoba; lo laboral ya no era satisfactorio. Las desavenencias empezaron al poco tiempo. Se separaron. María se fue sola al sur -donde vive parte de su familia- a buscar trabajo y vivienda. José quedó con Julia a su cargo. Fue necesario cambiarla de escuela pues a la que iba no lograba integrarse; manejaba más el inglés que el español y no progresaba. José buscó hasta encontrar finalmente un colegio que atendió esa situación y la integró. La niña se adaptó con avances en su rendimiento escolar y en su actitud ya que estaba cómoda y contenta.

José pidió la mediación para solicitar la tenencia de Julia. Habían transcurrido varios meses y María no regresaba; se contactaba por teléfono y él desconocía su domicilio. Fue notificada a la dirección donde se alojaría en Río Negro. El día de la audiencia José asistió puntualmente; nos comentó, ante la ausencia de María, que no tenía noticias de ella pero sí un teléfono. La llamamos y nos respondieron que María estaba camino a la audiencia. Hicimos una reunión privada con José. Se lo veía sereno, de pocas palabras, educado en sus expresiones; con un tono de voz bajo y no siempre mirándonos a los ojos nos relató lo sucedido; parecía dudoso y pedía ayuda sin decirlo específicamente.

María llegó alterada, como cuando uno llega retrasado a un lugar en el que la puntualidad es importante; se saludaron con José y tuvimos una reunión privada con ella.

Hablaba rápido, estaba inquieta, nos miraba con incomodidad y desconfianza. Contó la estadía en el extranjero, el regreso, la convivencia y la separación. Éste fue el límite en el que se desbordó, empezó a llorar por su separación de Julia, por el viaje al sur para buscar un buen trabajo y tenerla. Se la notaba angustiada: quería estar con su hija y aún no lo lograba. Le explicamos el motivo de la audiencia y entre llorando e imponiendo nos dijo que no quería darle la tenencia a José, que no firmaría nada, que la nena estaba con el padre hasta que ella pudiera tenerla. Las mediadoras resolvimos orientar el procedimiento exclusivamente hacia el interés superior de Julia, que estaba por encima de toda situación, y que sus padres se conducirían en consecuencia. Acordamos que la confianza de María y José en la mediación -y por ende en las mediadoras- era fundamental para conseguir su colaboración y lograr un acuerdo en beneficio de Julia.

Comenzamos minuciosamente, ocupándonos de las necesidades de la niña –afectivas, educación, salud, esparcimiento- al margen de las situaciones personales de y entre los padres. Les preguntamos si la nena estaba bien, si iba contenta y cómo andaba en el colegio, y María nos contó lo sucedido con el primero, el cambio favorable de Julia al ingresar al actual, sus buenas notas, sus amistades, que va a cumpleaños; todo lo sabe por sus conversaciones telefónicas. Legitimamos el rol de madre de María en el sentido de que todo ser necesita de su mamá, más aún cuando se es niño y que ahora Julia está con su papá, no con un desconocido, de quien también necesita y que por lo relatado se desempeña bien, la cuida y atiende sus necesidades. Éste, con voz calma, le ofreció a María que estuviera con Julia todo el tiempo que quisiera durante se permanencia.

Hablamos de la conveniencia legal de que el padre tuviera la guarda, ya que María no vivía aquí. Ella dijo entender el bienestar de Julia, pero que no firmaría la tenencia para José. Era un “no” rotundo. Decidimos cerrar la mediación.

Entonces fue cuando María cambió de actitud, preguntó cómo seguía el tema, se le explicó el procedimiento luego de finalizada la mediación. Preguntó si los acuerdos eran definitivos, y ella sola empezó a aflojar, hablando serena y pausadamente, como si reflexionara en voz alta. Aceptó que Julia estaba contenida, que ella debía resolver cuestiones personales y que buscaría trabajo aquí. Se quedaría por un tiempo en casa de su prima. Solicitó otra reunión, porque en realidad nada mejor que “resolver las cosas de nuestra hija hablando entre nosotros y con quienes nos pueden guiar”. Advertimos que su reflexión surgió a partir de que fuimos generando la confianza que ella necesitaba y que le permitió admitir la realidad y aceptar la mediación como beneficiosa para Julia. Fue importante decidir el cierre del procedimiento ante su negativa inflexible, recordándole a ambos que era voluntario y colaborativo. Conversamos sobre la conveniencia de una consulta terapéutica y también legal. Lo consintió y enseguida, más suelta, arreglaron con José la comunicación con Julia. Fijamos otra reunión.

A la segunda audiencia, ambos llegaron antes de la hora fijada. Entraron más distendidos; María, sonriente. Contó que estuvo con Julia todo lo que quiso, acompañándola a sus actividades tal como lo planeado, que la llevó a la casa de su prima. Se la veía bien; y a José también, hasta más expresivo. Ella comentó que hizo las consultas sugeridas y que sabía en qué condiciones le concedía la guarda de la niña al padre; estaba conforme porque en asuntos de familia nada es definitivo; al cambiar las circunstancias también puede acordarse de otro modo. Hicimos el acuerdo con la guarda a cargo de José y con una amplia posibilidad de comunicación entre la madre y la niña, resguardando sus obligaciones escolares y con la colaboración de María en todo lo relativo a Julia.

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