Por Silverio E. Escudero
En el mismo tiempo en que Colón exploraba América, Ismail I fue proclamado líder, jefe y guía espiritual de la dinastía safávida, que sienta sus reales en Ardabil, una ciudad ubicada en el noroeste de Irán cuya fecha de fundación -si es que la tuvo- se pierde en los horizontes de leyenda
Decíamos en nuestra primera entrega que el dominio árabe sobre la antigua Persia duró hasta el año 1000. Diferencias intestinas entre los invasores y robo de favoritas, felicitaron la resistencia de los campesinos, las tribus nómadas, anacoretas y monjes itinerantes que fueron protagonistas de la reconquista y hacedores de una nueva revolución cultural.
Recuperaron su lengua, hábitos y costumbres e intentaron restaurar sus antiguos dioses, cuestión que no pudieron lograr por la profunda incidencia de las enseñanzas de Mahoma entre los habitantes de esa nación que imbrincó los dichos de Alá con las lecciones de moral de Zaratustra.
El retorno de las dinastías persas al poder conmocionó todo Oriente. Los griegos se reunieron de urgencia para unir fuerzas ante un eventual ataque. Los “nuevos” persas –valga el neologismo- eran ya hombres de Estado extraordinarios, beneficiando a los demás con la incorporación de la escritura, profundización del cálculo matemático y que, junto a la aportación de los científicos y filósofos persas, enriquecieron el mundo musulmán, con sus saberes sobre historia, medicina, literatura y filosofía.
Este salto cualitativo en los saberes del pueblo provocó alteraciones en las reglas del comercio, modificaciones en las unidades de medidas mientras sus exploradores e ingenieros abrían nuevos senderos, muchos más seguros que los que integraron la Ruta de la Seda, que -según la leyenda- competían en rapidez, volumen y calidad con los escasos barcos que se atrevían a circunvalar el África.
Los negocios prosperaron a partir de la seguridad que se brindaba a las caravanas que acrecentaron sus ganancias. Y suman –ahora oficialmente- como mercancía la venta de esclavos y la comercialización del “aceite de piedra” para calafatear navíos y toneles.
La casta sacerdotal y los guerreros, en tanto, siguiendo milenarios rituales levantan templos a las diosas de la fertilidad que encubrían auténticos lupanares, lugares elegidos para saquear a los viajeros imprudentes.
Habíamos anotado que los selyúcidas se hicieron con el poder entre el siglo XI y el XIII. Su imperio, efímero, cayó bajo hordas mongoles de Gengis Kan (1206) que no dejaron piedra sobre piedra. Una nueva oleada de invasores llegó junto a Tamerlán (El Rengo) (1380).
En un primer momento el ataque fue devastador, pero con el tiempo –como los romanos tras la conquista de Grecia- los mongoles asimilaron en un todo la cultura persa.
En el mismo tiempo en que Colón exploraba América, Ismail I fue proclamado líder, jefe y guía espiritual de la dinastía safávida, que sienta sus reales en Ardabil, una ciudad ubicada en el noroeste de Irán cuya fecha de fundación –si es que la tuvo- se pierde en los horizontes de leyenda.
Leyendas cuyo compendio es cuasi desconocido por estas latitudes y nada tienen que envidiar a Las Mil y Una Noches, ilustradas por maravillosas plumas artistas presas e iranios de todos los tiempos.
La colección central de la mitología persa es el Shahnameh de Ferdousí, escrito hace unos mil años. La obra de Ferdousí – que se titula El Libro de los Reyes o La Épica de los Reyes- es la epopeya en verso más extensa jamás escrita por un único autor¸ hecho que permitió preservar la lengua persa
Con los safávidas o safavíes empezó el renacimiento del Irán. El control del país se basó en un gobierno central poderoso. Tahmasp I (1524-1576), sucesor del primer sha safávida, tuvo que enfrentarse a los otomanos y en 1524 y cayó derrotado por el sultán Selim I, perdiendo la capital Tabriz. El Shah Abbas I (1587-1629) consiguió elevar a Persia al nivel de las naciones más avanzadas del momento. Firmó el Tratado de Constantinopla (1590) renunciando a la lucha contra los otomanos aunque derrotó a los uzbecos en Herat (1597), restableció el dominio sobre Irak y las ciudades santas del shiísmo. Georgia y algunas partes del Cáucaso pasaron a manos persas.
Shah Abbas I trasladó la capital a Isfahán y la convirtió en la más bella ciudad del mundo musulmán. Estimuló el comercio exterior con nuevas leyes, algunas, proteccionistas, como la de convertir el negocio de la seda en un monopolio estatal. Hubo otras disposiciones que animaban a los comerciantes europeos a establecer relaciones económicas más profundas con Irán. Sin embargo, ese gran objetivo no se pudo alcanzar. El oscurantismo católico levantó cientos de murallas; las mismas que hoy tienen nombre y apellido y condenan al hambre, la inanición, las enfermedades y la muerte a millones de seres humanos.
La crónica milenaria que hemos emprendido exige aún mayor síntesis. La muerte de Shah Abbas I produjo en toda Persia profundo dolor.Fue en el instante de mayot en que se construían fabulosas mezquitas y cientos madrasas (escuelas laicas o religiosas).
Deceso que produjo una interminable series de intrigas palaciegas que Shah Abbas II (1642-1666) no pudo contrarrestar. Quizás por la mala elección de sus ministros o “la indiscreción de sus favoritos” que hacían trascender lo que sucedía puertas adentro de los aposentos reales.
El sucesor de Shah Abbas II, Soleymán, (1666-1694) poco y nada pudo hacer para enderezar el rumbo del país. De 1732 a 1736, el último superviviente del linaje safávida, Abbas III, tomó el poder; al morir, el líder Nader Sha, de la dinastía afsharida ,
Tras la caída de la dinastía afsharida, los qayars (1779-1925) mantuvieron la unidad persa a pesar de las amenazas y la ocupación de llanuras y valles fértiles y ricas en petróleo y minerales por una alianza circunstancial entre la Rusia zarista e Inglaterra.
Reza Sha Pahlavi llegó al poder en Irán en 1921, cuando derrocó al Sha Ahmad Shah Qayar, de la dinastía Qayar. Fundó, en consecuencia, el linaje Pahlavi, que tuvo solo dos gobernantes. El mismo Reza, que se proclamó Sha en 1925, y su hijo, Mohammad Reza Pahlavi, quien huyó del país en 1979 con la victoria de la Revolución Islámica.
Es decir que los pahlevíes (1925-1979) fue la última dinastía persa que adoptó costumbres occidentales, cuya población vivía en la más profunda pobreza aunque el país sea uno de los más ricos del mundo debido a sus inmensas reservas de gas y petróleo.
Sha Mohammad Reza Pahlavi debió enfrentar enormes problemas políticos producto de la adscripción de su padre al nazismo. Una vez derrocado Adolf Hitler, los aliados le hicieron pagar a Irán parte de la fiesta. Las cláusulas secretas de la rendición no han sido develadas. Tampoco lo hará el régimen a los ayatolah, que fueron socios preferenciales del nacionalsocialismo y sostén del neonazismo en el mundo.
Estos conjunción de factores junto con la férrea dominación yanqui, llevaron al triunfo a la Revolución Islámica de 1979 dirigida por el ayatolah Ruhollah Musaví Khomeini (RMK) que contó, es su retorno indisimulables apoyos de los servicios secretos de Moscú y de China y el abrazo solidario del presidente Bill Clinton.
Después de la victoria de la revolución islámica los nuevos dueños del poder se esforzaron por tratar sacar a millones de iraníes de la pobreza. Irak, aupado por la industria petrolera y los traficantes de armas, encendieron una nueva guerra en el siempre golpeado Cercano Oriente.
Muerto Khomeini se reformó el sistema político de Irán que redacta una nueva Constitución basada en El Corán, recogidos en la Sharia (ley islámica). La organización administrativa reparte el poder en tres estratos: legislativo, ejecutivo y judicial, todos ellos están bajo la autoridad del Ayatolá Seyyed Ali Jamenei que disputa con Vladimir Putin el dominio del Este Europeo, para hacer suyas las fronteras que perdieron los turcos, el 11 y 12 de septiembre de 1683, por culpa de los panaderos vieneses.