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Paz, nuestra flor perenne

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Por Clara Olmedo , Pablo Sánchez Latorre, Iñaki Ceberio de León

Cada 21 de septiembre, en el hemisferio sur florece su estación más colorida, la primavera. Al mismo tiempo, la comunidad internacional celebra el Día Internacional de la Paz.
Este año, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha proclamado centrar los actos reflexivos y pilares de la paz en “los objetivos de desarrollo sostenible: elementos constitutivos de la paz”. No cabe duda de que sin sostenibilidad no habrá vida; ni tampoco paz.
Los indios hopi, en forma prístina, dicen que vivimos en una vida fuera del equilibrio y de la armonía; una vida loca sin sentido que corre tras la ilusión de un bienestar a costa de la mayoría de la población y la naturaleza.
El principio moral que informa a la mayoría de las religiones es la paz. Y también la paz ha sido el principio político estructural de la constitución de nuestra sociedad, tal como la predicamos.
El contrato social no es otra cosa que un pacto de la ciudadanía con el Estado para garantizar la paz general. Hacia finales del siglo XVIII nació una de las joyas del pensamiento occidental: La paz perpetua, un texto de Inmanuel Kant en el cual éste propone un modelo político que garantice la paz al ser humano. En su época fue considerado una entelequia.
Posteriormente, luego de dos guerras mundiales, empezó a materializarse esta idea con la creación de Naciones Unidas, organismo que aún hoy sigue, con intentos fallidos, alcanzar el objetivo esencial y más caro como es el de su propio nombre.
El escenario global sigue violento pero nos alienta saber que caminamos hacia los designios trazados por Kant en su imperativo ético de paz, aunque con serias adversidades.
Las amenazas son cada vez más alarmantes debido a la irracional carrera armamentística y a los desastres naturales causados por el desequilibrio ambiental, producto de una evitable crisis política.
Consecuencia del modelo occidental de explotación de los recursos naturales, se ha producido un trágico agotamiento del ambiente, lo que da una mayor exclusión porque un mayor número de personas disponen de menos recursos para sobrevivir y la cantidad de conflictos generados por la degradación y calentamiento global, inevitablemente nos enfrentará en un “todos contra todos”, quienes pretendamos obtener nuestros alimentos de un mismo espacio geográfico o beber de las mismas fuentes de agua.
Esta preocupación fue pronunciada por el Consejo de Seguridad de la ONU, en sesión celebrada el 20 de julio de 2011, en relación con el examen del impacto del cambio climático: “la posibilidad de que los efectos adversos del cambio climático puedan agravar a largo plazo determinadas amenazas para la paz y la seguridad internacionales ya existentes”.
De ahí el protagonismo de los organismos internacionales, cuyas normas -como la Declaración Universal de Derechos Humanos- tienen carácter constitucional en el caso argentino.
Así, el artículo 3 de dicha declaración enuncia: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad, y a la seguridad de su persona”. Y por ello es fundamental que la vida pueda desarrollarse de manera sustentable en espacio y tiempo.
En este marco se fundamenta también el artículo 41 de la Constitución Argentina, que sentencia: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley”.
En palabras de la ONU: “Los retos actuales planteados por la pobreza, el hambre, la disminución de los recursos naturales, la escasez de agua, la desigualdad social, la contaminación y degradación ambiental, las enfermedades, la corrupción, el racismo y la xenofobia, entre otros factores, suponen un desafío para la paz y generan un terreno fértil para el surgimiento de conflictos. El desarrollo sostenible contribuye de manera decisiva a disipar y eliminar estas causas de conflicto, además de sentar las bases para una paz duradera. La paz, a su vez, consolida las condiciones requeridas para el desarrollo sostenible y moviliza los recursos necesarios que permiten a las sociedades desarrollarse y prosperar”.
Finalmente, nos preguntamos qué acciones concretas deberíamos realizar desde nuestro lugar en el planeta, para contribuir a convivir en paz.
Pensamos que la flor de la paz mantiene su diversidad de colores y vida en la medida en que los actos cotidianos del individuo estén impregnados de un mandamiento ético.

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