Las heridas del conflicto de 2003 no terminaron de sanar. Después de una serie de gobiernos títeres o acusados de corrupción, el pueblo iraquí parece estar harto y exige de una vez vivir como merece
Por Gonzalo Fiore Viani
Especial para Comercio y Justicia
En medio del clima general de protestas en todo el mundo, una de las zonas más “calientes” del planeta, Medio Oriente, no ha sido ajena. Hace ocho semanas que las manifestaciones populares en Irak se han cobrado ya más de 300 vidas, según datos del Observatorio Iraquí para los Derechos Humanos y otros organismos como Amnistía Internacional.
El país sufrió la invasión estadounidense en el año 2003, que terminó con el derrocamiento y posterior ejecución de Saddam Hussein, quien gobernó con mano de hierro el país entre 1979 y 2003, y durante su mandato fueron especialmente perseguidos los chiitas y los kurdos. Entre 1986 y 1989 fueron asesinados, por ejemplo, 180.000 civiles kurdos.
Sin embargo, esta vez no parece haber un rol especialmente significativo de los conflictos entre etnias o religiosos, aunque las protestas han sucedido especialmente en regiones de mayoría chiita del país. Ya en 2018 se habían producido revueltas que terminaron con más de 200 muertos a manos de las fuerzas de seguridad.
El gobierno del presidente Barham Salih -de origen y pertenencia kurda- y del primer ministro Adil Abdul-Mahdi no ha sabido dar respuesta a los reclamos. El Ejecutivo tiene un perfil tecnócrata que no termina de lograr la popularidad necesaria para una gobernabilidad sin mayores inconvenientes.
Lo que desencadenó nuevamente las protestas fue el funcionamiento paupérrimo de servicios básicos como la electricidad. Las acusaciones de corrupción contra el gobierno iraquí son grandes. A pesar de que se anunciaron reformas, que incluyen el recambio prácticamente total de los miembros del gabinete gubernamental, los manifestantes no cesaron. Lo que se pide es la renuncia del gobierno de manera completa y un nuevo llamado a elecciones. Mientras tanto, Washington, que ha moldeado el sistema político iraquí pos-Hussein, se mantiene en silencio. Su influencia sobre el país ha ido en declive, al mismo tiempo que su interés geopolítico allí. La figura de Estados Unidos y su gobierno no han sido un blanco particular de las últimas protestas.
Las consecuencias de la guerra de Irak de 2003 no terminaron de sanar. Luego de una serie de gobiernos títeres o acusados de corrupción, el pueblo iraquí parece estar harto y exige de una vez vivir como merece.
El país es el quinto productor de petróleo del mundo -produce 4.700.000 barriles de crudo por día-. Aunque el grueso de su población no accede a sus beneficios económicos y paga cifras siderales por servicios extremadamente deficitarios. Irak, junto a Siria y Líbano, es uno de los países que más ha sufrido el enfrentamiento contra el Estado Islámico (EI, o ISIS).
Si bien la guerra contra este grupo extremista prácticamente ha sido ganada, el problema ahora es qué hacer con los ciudadanos extranjeros pertenecientes a la organización terrorista que han sido capturados. En mayo de este año, por ejemplo, Irak condenó a muerte a tres ciudadanos franceses miembros del EI. El año pasado se produjeron ejecuciones masivas de detenidos del EI, que han suscitado preocupación en activistas internacionales.
El gran ayatolá Ali Sistani, máximo líder espiritual de los chiitas, a diferencia de los ayatolaes iraníes, no participa activamente de la política del país. No obstante, se ha pronunciado en los últimos años sobre la necesidad de concentrar esfuerzos en derrotar al ISIS. En su sermón semanal del viernes pasado, declaró que “Irak no será el mismo después de las protestas”.
A su vez, en línea con los manifestantes, exigió una nueva ley electoral. Le reclamó al gobierno que no ha cumplido ninguna de las demandas populares; al mismo tiempo que pidió devolver la confianza ciudadana en el sistema permitiendo a los electores posicionar “nuevos rostros” en el poder. Sistani dijo: “Si quienes están en el poder creen que pueden evadir una reforma real por medio de la postergación, están equivocados”.
En un hecho prácticamente sin precedentes, decidió apoyar de manera firme las revueltas contra el gobierno. Ello ha envalentonado aún más a los iraquíes, quienes endurecieron sus reclamos contra el gobierno.
El interés de la comunidad internacional sobre Irak parece haberse desvanecido después de los años de la guerra. De la misma manera que sucedió en países como Afganistán o Libia, no hay grandes declaraciones sobre los derechos humanos o la situación política y social posteriores a las invasiones. Al igual que esos países, Irak lucha por no terminar de convertirse en un Estado fallido que no puede proveer los servicios básicos a sus ciudadanos. El mundo vive hoy una ola de protestas masivas, por la que nadie parece estar contento con quien lo gobierna.
A pesar de las distancias geográficas y las diferencias en lo que se pide, las similitudes de los métodos y la base sustancial de los reclamos son mucho mayores quee las que podrían esperarse a simple vista.
Hoy es muy difícil pensar los fenómenos de manera individual, por lo que es importante analizarlos de forma interconectada. Por ello, mientras en América Latina también se sale a la calle, es necesario no perder de vista lo que sigue sucediendo en el resto del planeta.