Por Samuel Paszucki / Contador – Mediador – Asociación Mediadores de la Pcia. de Córdoba
He presenciado diversas reacciones al finalizar una mediación. He sido testigo de alegrías, enojos, alivios, satisfacciones, indiferencias. He recibido bendiciones y agradecimientos verbales. Pero hasta ahora nunca una nota de agradecimiento por escrito. Ése fue el reconocimiento de Roberto a nuestra tarea.
Cuando en el expediente vimos el mismo apellido en las dos partes, supusimos que podían ser padre e hija o hermanos o tío y sobrino (parientes de sangre). Sólo Roberto, una de las partes, asistió a la primera reunión. De la otra no teníamos el acuse de recibo de su notificación. Él se presentó, abrió su portafolios, desplegó todo tipo de notas, carpetas y expedientes sobre la mesa de mediación. Y habló durante 75 minutos. Tanto era lo que necesitaba contarnos.
Roberto tiene 48 años y una larga historia de vida. En este momento es paciente externo de una institución de salud mental de nuestra ciudad, que lo contiene y apoya de una manera contundente y permanente. Estuvo internado alguna vez por su inestabilidad emocional.
Aprendió y es un idóneo en todo lo que se refiere a asuntos jurídicos, sobre todo procedimientos. Sabe perfectamente qué hechos lo pueden perjudicar jurídica y emocionalmente.
Lo que nos contó fue una interminable serie de acontecimientos, de intrigas casi palaciegas en su familia. Internaciones, desapoderamientos, ventas simuladas y el intento de sus hermanos de declararlo insano para así poder disponer de todos los bienes familiares y de los de su madre. Hermano del medio, rechazado por su familia, Roberto soportó estoicamente todos los embates, estuvo internado y hasta le tocó vivir en la calle. Ahora lo hace en una casa de su madre y se financia con lo que ella recibe como pensión por él (por su enfermedad). Tiene estabilidad emocional.
Nos enteramos de qué quería de la mediación: un régimen de visitas para ver a su madre, quien vive con su hermana menor. Cuando le preguntamos por qué sencillamente no iba y le tocaba el timbre a su hermana, nos contestó rotundamente que no lo tenía permitido por sus asesores terapéuticos, ya que era una de las causas que podrían resultar un retroceso en su tratamiento. Él quería un acuerdo por escrito, judicial, homologado por un juez, para que no hubiera lugar a dudas sobre su derecho a tener contacto con su madre.
Citamos nuevamente a su hermana Carolina, quien de hecho tenía la guarda de la madre. Pensábamos que probablemente no asistiría. Si realmente su intención era ignorar a Roberto y llevar las cosas a la larga esperando que él tuviera una recaída y seguir disponiendo de los bienes de su madre (así nos había contado Roberto), no le convenía venir.
A la segunda reunión tampoco vino. Los mediadores no teníamos acuse de recibo de ninguna de las notificaciones a su hermana.
Resolvimos hacer lo que es usual en estos casos: la llamamos por teléfono. En determinadas circunstancias esa llamada la hacemos de nuestro propio teléfono en frente del interesado. Así fue en esta oportunidad, con Roberto escuchando toda la conversación. Carolina dijo que con Roberto tenía todo resuelto. Le contestamos que seguramente habría algo pendiente ya que él estaba aquí. Al preguntarnos que quería, le informamos que para saberlo debería concurrir a mediación. Y la citamos. Y nos dio la impresión de que vendría. Roberto estaba mudo, asombrado. En ese momento nos agradeció lo que habíamos hecho y con qué profesionalidad. Y nos aseguró que ese agradecimiento lo haría por escrito.
A la tercera reunión vinieron ambos. A Roberto se lo veía muy nervioso. Él dijo que era porque no había visto a sus asesores para que firmaran la nota de agradecimiento. Nosotros suponíamos que en realidad era la presencia de Carolina lo que motivaba su nerviosismo.
La hicimos pasar a ella sola para escuchar su historia. Le comentamos que Roberto quería ver a la mamá. Ella dijo que la mamá no se podía movilizar sola, que ella debía trasladarla y estaba muy ocupada con los chicos. El día que los niños tenían libre de clases (los llevaba a la escuela, inglés, equitación) aprovechaba para las consultas médicas y odontológicas. Que si la visita sería a solas con Roberto, era peligroso, ya que él había llevado a su madre al banco en una oportunidad para hacerle firmar papeles. Le contestamos que podría fijar una visita a la tarde. Insistió en que aún así Roberto podría hacerle firmar todo tipo de papeles si él se quedaba solo con la madre. Luego de conversar, surgió la posibilidad de que ella podría disponer un tiempo los domingos por la tarde, cada dos semanas, para la visita. Cuando le comentamos que Roberto la quería ver una vez por semana, sugirió que quizá se podría turnar con un sobrino. La invitamos a retirarse.
Hicimos ingresar a Roberto, le comentamos sobre el régimen de visitas según lo conversado con Carolina y le dijimos que necesitaríamos otra reunión para averiguar si el sobrino podía colaborar. Nos dijo que era necesario que otra persona estuviera presente durante la visita con su madre, ya que debía quedar claro que él no le haría firmar ningún tipo de documentos a ella. Y que quería firmar el acuerdo ya, sin importar cuántas veces la viera. Así lo hicimos. Cada dos semanas Carolina llevaría a su madre a un bar cercano al country donde vivía, para que Roberto pudiera estar con ella. Con Carolina presente. Y firmamos.
Días más tarde, Roberto presentaba ante el Centro Judicial de Mediación la nota agradeciendo nuestra intervención.