Es diciembre de 1955. Roma está convulsionada. Fuentes vaticanas han dejado trascender que la dolencia que padece el Papa Pío XII – inquilino del Trono de Pedro desde el 2 de marzo de 1939- es terminal.
Las especulaciones crecen con el correr de las horas. Muchos, por razones de fe, cuestionan la noticia. Aseveran que el Papa es inmortal y hablan de una serie de milagros que se sucedían a su alrededor con sólo invocar su nombre a la hora de las plegarias.
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