Por Silverio E. Escudero
Exclusivo para Comercio y Justicia
¿Cómo despedirte, querido Miguel? No puedo hacerlo sino resaltando tu condición de ciudadano comprometido.
Dejo de lado, deliberadamente, tu ministerio religioso que nos sirvió de marco a una rica como feraz discusión sobre los misterios de la fe, por mi condición de no creyente.
Sí, en cambio, puedo hacerlo con el corazón caliente, con las emociones a flor de piel y con los ojos cuajados de lágrimas, porque fuiste uno de los pocos que asumieron la lucha contra el terrorismo de Estado como bandera y la hiciste estandarte de tu responsabilidad de militante de la vida.
Una voz amiga llamó diciendo que habías muerto mientras me encontraba de viaje. Hice silencio en mi butaca y me invadió una inmensa soledad. Se había ido un hermano, mi hermano mayor. Un hombre en el sentido más cabal de la palabra. El que –con un puñado de amigos, todos hombres libres- fue capaz de enfrentarse a los que pretendieron instalar en nuestro país el terrorismo de Estado a partir de la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973.
Es ese Miguel Hesayne, quien el 5 de abril de 1975 el papa Pablo VI eligió obispo de Viedma y que ocupó su diócesis el 4 de junio de 1975. El que, a poco de andar, en septiembre, le cantó las cuarenta al general Juan Domingo Perón para decirle –cara a cara- que su idea de instaurar un somatén en la República Argentina era abrir las puertas a la restauración del fascismo. Diálogo áspero que reiteró con el radical Ricardo Balbín y Oscar Alende, presidente del Partido Intransigente: “Si no para esta locura Perón, ustedes son responsables de hacerlo”.
Y, uno de ellos, en una reunión privada, confesó: “Escuchamos absortos el reto del cura y nos tembló la pera”.
Igual advertencia les dejó caer en los oídos a María Estela Martínez de Perón –la primera mujer en ejercer la presidencia de la Nación- y al todopoderoso José López Rega.
Era el comienzo de un tiempo en el que la vida de los argentinos no valía un céntimo y la suerte de cada uno de los habitantes del país dependía del sistema de delación que había puesto en marcha la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), organización paramilitar y parapolicial “sostenida con los dineros del ministerio de Bienestar Social de la Nación”.
Producido el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, Miguel Esteban Hesayne -en cada misa, en cada sermón, en cada visita a la casa de sus feligreses- reafirmaba su compromiso. Siempre predispuesto a servir al necesitado.
Tanto que creó una red solidaria que los servicios de inteligencia de la Marina y de la Prefectura Naval no pudieron descubrir jamás.
Este cura decidido, cuentan algunos memoriosos, fue un factor determinante en la lucha que emprendió junto a Jorge Novak y Jaime de Nevares mientras otros, timoratos, fueron cómplices necesarios de los dictadores. ¿Hace falta recordar sus nombres?
Célebre fue su gesto –cuentan sus coterráneos- cuando un fuerte contingente naval comandado por el almirante Emilio Eduardo Massera desembarcó ante la casa arzobispal con la intención de tomarla. Hesayne salió a recibirlo y cuando el marino encaró entrar armado a la iglesia Hesayne lo paró en seco y le ordenó: ”A la Casa de Dios se entra desarmado” y el dictador obedeció.
Siempre lo recordaré sabio, vital, lúcido y comprensivo.
Seis o siete cartas y algunas fotografías desordenadas atestiguan nuestra relación.
Cuando apenas contaba con 79 años, monseñor Hesayne recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Su discurso de aceptación es una de las oraciones que merecen ser releídas una y otra vez. No sólo por su riqueza conceptual sino porque enriquece a todos y abre nuevas avenidas al pensamiento.
Fue una prolija disección de la realidad mundial. Un análisis certero de la globalización con sus pros y sus contras como proceso histórico, económico, social y cultural. Reclamó “exigir al Estado nacional su función propia para que el país no sea una simple selva salvaje de intereses financieros individuales”, así como “crear redes para construir un tejido social alternativo en este tiempo de desarticulación de la sociedad provocada por el individualismo neoliberal”.
Es menester que entremos en materia. Dejaremos que sea Hesayne quien diga lo que tenga que decir: “No hablemos mal del complejo fenómeno de la globalización (dijo el homenajeado ente una sala sorprendida). La debemos asumir para crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, cuyo nombre y realidad es el compartir, el partir ‘mí’ pan con los demás y con una sola preferencia: la del más necesitado”.
Incita a navegar contra la corriente. A encontrar las claves para imaginar un mundo diferente. Para “marchar unitariamente y atreverse a ser decididamente antineoliberal no esperar que fracase el NI y ser, a la vez, continuadores de aquellas mujeres heroicas, excepcionales, -encabezadas por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton- que se atrevieron a enfrentarse al mercantilismo esclavista de los siglos XVI y XVII, cuando nadie, ni en la sociedad ni en las iglesias, se atrevió a negar la supuesta negatividad del sistema esclavista dominante”.
Más allá de las propuestas, el prelado profundizó su mensaje: “Cuatro coordenadas deben tener presentes los cristianos en la era de la globalización, presentada como un torbellino que todo lo envuelve en una gran confusión y pérdida de valores humanos, dando como consigna ‘sálvese quien pueda’ la primacía del trabajo sobre el capital; la primacía de la ética sobre la técnica; la primacía de la persona sobre todo poder, y la primacía de la vida misma sobre cualquier otro valor”.
Las crónicas de los asistentes –habida cuenta de que los diarios regionales apenas si dejaron constancia de su presencia- destacan la profunda emoción que les ganó cuando Hesayne evocó al “al Gringo” Enrique Angelelli como el mártir de la Punta de los Llanos, muerto en sospechoso accidente en 1976.
Expresó además su voluntad de servir “de modo preferencial” a la juventud universitaria -era miembro de la Pastoral Universitaria del Episcopado Nacional-. “En ella -dijo- está la responsabilidad del mañana de una nueva civilización, de una nueva época que está surgiendo inexorablemente por el extraordinario proceso de mutación que está viviendo nuestro mundo”.
Reconociendo la incorporación a la sociedad de tecnologías de información y de la comunicación y de otras técnicas en los procesos productivos afirmó que las TIC aceleraron la “desmaterialización” y la “desnacionalización” de muchos productos y de muchas empresas. “Estas tendencias -añadió- han creado oportunidad para fundar empresas, a gente con ideas, conocimientos organizativos y relaciones humanas, y han facilitado la división internacional del trabajo y la expansión del comercio internacional en diversos grados”.
Pero Hesayne advirtió, en contrapartida, que la globalización en el mundo del trabajo fue perjudicial por la pérdida de ingresos de los asalariados a favor de los beneficios empresariales y de las retribuciones de los directivos. “En esta nueva organización del capital, los perdedores absolutos -de momento- son los trabajadores”, insistió.
Y dejó una lección más. De la existencia de dos bloques políticos después de la caída del muro de Berlín, se pasó a tres bloques económicos en el panorama socio-político mundial: Estados Unidos, la Unión Europea y Japón-Sudeste asiático. “No hay confrontación desde bloques políticos”, advirtió, sino que se enfrentan “tres centros económicos con diferencias políticas y, sobre todo, culturales”. Describió que el resto del mundo, salvo algunos países satélites, queda al margen de la prosperidad y con graves conflictos internos. China, por ese tiempo, aún no se había puesto en marcha.