Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
“Tenemos vocación de que el Mercosur sea un trampolín y no un corset o un lastre”, advirtió en marzo el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou. Cuatro meses después, en una nueva cumbre virtual regional destinada a formalizar el traspaso de la presidencia pro tempore de Argentina a Brasil, ratificó que Uruguay avanzará en acuerdos comerciales con terceros países, sin dejar el Mercosur. Alberto Fernández, con duras críticas, recogió el guante y la tensión se mantiene.
La idea de “flexibilizar” el Mercosur -librarlo de limitaciones normativas que condicionan la interacción- no es novedad. Formalmente, el bloque nacido en 1991 es una unión aduanera, lo que implica reconocer una zona de libre comercio para que los bienes puedan circular libremente. Además, negocia en bloque frente a terceros países y presenta una barrera común: el Arancel Externo Común (AEC), que conlleva para los Estados partes cobrar la misma tasa a la importación de productos extrabloque.
Aunque el Mercosur es una unión aduanera “imperfecta” o “incompleta”, pues su AEC no contempla la totalidad de los rubros objeto de transacciones, ni siquiera es una zona de libre comercio perfecta, al no establecerse el arancel cero en el ciento por ciento de las posiciones identificadas.
La propuesta de Lacalle Pou es un eufemismo para reducir sustancialmente el AEC que, si bien garantizó el crecimiento del comercio intrabloque en los 90, perdió fuerza debido a la crisis industrial de Brasil y Argentina, la fragmentación sociopolítica (principalmente en las dos “locomotoras” del bloque, que afectó el sentido de las políticas de Estado) y el cambio de condiciones económicas globales, con una significativa presencia de China en el mundo y la región.
¿Qué busca Uruguay? Que los terceros países reduzcan los aranceles para poder colocar sus productos de manera más competitiva, en especial en China (aunque también tiene acuerdos en marcha con la Unión Europea, Chile y otros).
A principios del siglo XXI, el país asiático representaba 3% de las ventas externas del Mercosur. Actualmente, la participación de China en las exportaciones totales de éste se multiplicó por 11 entre 2000 y 2019: de 2% a 22,1%.
Las intenciones de Uruguay son claras, según lo expresado por su canciller, Francisco Bustillo: “Si llegamos a un acuerdo de libre comercio con China y Argentina dice que no, igual va a entrar en vigencia”. China es el primer socio comercial de Uruguay. Carne, soja y celulosa son 82% del total de lo exportado al gigante asiático, que ha puesto en stand by la integración regional.
¿Puede Uruguay negociar por su cuenta?
Uruguay sostiene que puede negociar individualmente. Entiende que la Decisión 32/00 del Mercosur, que exige negociaciones conjuntas con terceros países o bloques, no se encuentra vigente. Pero el compromiso de negociar conjuntamente no lo establece dicha norma sino los tratados originarios del Mercosur. El artículo primero del tratado fundacional -de Asunción- decidió que los Estados parte decidieron conformar un mercado común, instrumento completado por el Protocolo de Ouro Preto de 1994 (que establece la Unión Aduanera). En el acuerdo fundacional se determina que el bloque establecerá un AEC y la adopción de una política comercial común con relación a terceros Estados.
Fuera de lo estrictamente jurídico, la flexibilización del Mercosur tiene anclaje interno en Uruguay. El gobierno de Tabaré Vázquez, de signo político distinto al de la coalición que encabeza Lacalle Pou, ya había realizado en 2018 estudios para determinar el alcance de la Decisión 32/00, con fines similares a los actuales.
La nueva pregunta del Mercosur es si China es un socio conveniente para su desarrollo. Los grandes objetivos de la integración argentino-brasileña en la década del 80 del siglo pasado, luego ampliada al Cono Sur, se relacionaban con el afianzamiento de los Estados de derecho en la transición democrática y la procura de la complementariedad para mejorar el intercambio intrarregional y la salida al mundo. La actualidad política del bloque hoy muestra otra etapa en la dinámica política (interna e internacional), y el nicho de oportunidades intrarregional parece agotado, sin nuevos desafíos.
En tanto, el intercambio comercial entre cada uno de los países del Mercosur frente a China crece a tasas superiores, comparando cualquier indicador. Esta realidad interpela al bloque y cuestiona su dinámica, pensada para otro contexto, en otro mundo.
Las relaciones bilaterales de los países del Mercosur con China difieren sustancialmente, ya sea desde el punto de vista político como económico, lo que impide por ahora alcanzar posiciones del tipo “4+1”, como se negoció con los EEUU en los 90. Con el apoyo de Bolsonaro y la anuencia de Paraguay (de buena sintonía histórica con Brasilia y con los gobiernos uruguayos de origen blanco), Lacalle Pou va a tensar las relaciones intrabloque en los próximos meses.
No parece Alberto Fernández dispuesto a proponer que el Mercosur negocie con China de forma conjunta. Ya el año pasado Argentina se retiró de las negociaciones de algunos acuerdos comerciales en curso, entre ellos el de Corea del Sur.
Las condiciones estructurales del Mercosur, y particularmente las de Argentina, admiten un juego limitado en cuanto a la diversificación productiva.
Los intentos de negociación para reducir el AEC fueron signados, hasta aquí, por el fracaso, sin soluciones a corto plazo.
En cualquier caso, la coyuntura no deja de ser una oportunidad para una discusión de mayor profundidad, que implique repensar al bloque (al menos su sentido y prestaciones principales) en el cambiante contexto regional y mundial.
(*) Docentes, UNC