Claves para la reflexividad y la construcción social de nuevas identidades.
Por Javier De Pascuale – [email protected]
Cumplimos mañana un nuevo aniversario de Comercio y Justicia, nada menos que el número 74, y es la oportunidad para reflexionar sobre el sentido de lo que hacemos quienes sostenemos este diario que sigue siendo una rara avis, a medio camino entre un medio comercial y un medio social. Porque somos un poco ambas cosas: un medio comercial de gestión social, con una forma característica de ver la realidad, pensarla y comunicarla.
¿Dónde opera el espacio de los llamados medios sociales de comunicación en el mundo actual? Entendemos que en su gran mayoría lo hacen en el espacio intermedio entre el malestar individual y la protesta social; en los espacios públicos donde se recrean las marcas identitarias que expresaban a nuestros abuelos, nuestras familias y nuestras ideologías. Se trata, en muchos casos, de espacios sociales líquidos como la sociedad que los engendra. Espacios espontáneos, más o menos transitorios o permanentes pero con un sello común: poner en tensión aquel proceso, al parecer inexorable, de individuación, universalización y mercantilización de la vida que nos viene rodeando desde hace varias décadas.
La vida pide más
A lo largo y ancho del planeta, ya no sólo de nuestro país o de las regiones que habitamos en su interior, emergen claros signos del agotamiento de un orden social que por siglos otorgó un sentido único, homogéneo, primordial y dominante a la vida individual y colectiva de las personas en el mundo occidental.
De la mano de un incesante avance del régimen de mercado sobre los diversos planos de la organización social y a partir del profundo cambio en las coordenadas espaciales y temporales que delimitaban el marco de lo posible, socialmente hablando, la generación que habitó conscientemente la última década del siglo XX y la que se sumó desde el cambio de milenio a esta parte fue sufriendo una a una las terribles -pero también importantes- consecuencias de la caída de los postulados que marcaban un “orden social” que guiaba a la humanidad en la ancha avenida del progreso hacia la superación de las penurias individuales y sociales vía la ciencia, la tecnología, el acuerdo social, la democracia representativa, los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones intermedias.
Todas categorías hoy “devaluadas” por el avance de la universalización de las transacciones económicas, de las comunicaciones, de las guerras globales y otros flagelos humanos o de la naturaleza, también globales. O directamente anuladas por la mercantilización absoluta del trabajo, el amor, el sexo, el ocio, la cultura, el placer, el deseo, las relaciones humanas, la política…
Digamos, para resumir, que habitamos un mundo en transición, un mundo en plena crisis que ante todo es política y cultural, aunque no menos económica y ecológica. Crisis política que según precisa Zygmunt Bauman se expresa por la volatilización del poder (en particular los poderes de tipo nacional, o nacional-estatal, barridos por la ola globalizadora) y en la consolidación de una “política en fuga” hacia el único terreno que brinda certeza global: los mercados. Crisis cultural por la persistencia de un malestar social básico, relacionado con la incertidumbre sobre el futuro y sobre los sentidos que hacen “legible” la vida y los desafíos que ésta exige.
En esa sociedad estamos. Una sociedad presa de una mercantilización brutal casi inerme frente al poder global del dinero, que huye del sentido común, de las identidades comunitarias, tradicionales o nacionales; una sociedad caracterizada por el debilitamiento de las solidaridades sociales o colectivas. Una realidad que parece estática, establecida para siempre -pero que no lo es-.
El “malestar cultural” que nos invade por doquier también tiene consecuencias: se expresa en los números de la economía, en los fracasos del consumo global, en la crisis de las democracias representativas, en el descrédito de las elites dirigenciales de los sindicatos, de las organizaciones sociales y sectoriales, en el surgimiento de resistencias locales, movimientos nacionales y de nuevas identidades sexuales, políticas, culturales, de trabajadores, de economías, más que novedosas, increíbles.
La gente quiere dar más
En esa sociedad hay espacio para la reflexión, para el reclamo y la protesta. En ese espacio de la disconformidad es donde comienzan a emerger nuevas formas sociales, económicas, organizacionales, de hacer comunicación. Formas que son en sí mismas cuestionadoras del mercado y su industria cultural, pero que además asumen la posición de intermediar en la construcción social de nuevas identidades, en la construcción política de nuevos actores.
Medios sociales de comunicación que trabajan nuevas formas de racionalizar lo social y lo personal, que expresan con nuevas imágenes, con pasión, con acción y a veces también con un nuevo lenguaje, los gritos de resistencia, los intentos de construcción no mercantiles, los atisbos del cambio social. Medios sociales que a veces ni siquiera se plantean comunicar a otros ningún mensaje “oficial” de grupo alguno, que “apenas” son espacios de reflexión. Medios que se atreven a pensar en forma autónoma los impactos que causan sus propias acciones o las acciones de sus referentes inmediatos pero cuya mera evaluación ya produce un cambio identitario, puesto que los postula como grupo social diferenciado, como engranaje disfuncional de la rueda mercantil. Medios, espacios, realidades que son pequeñas pastillas azules que logran despertar a sujetos de una matriz que devoró toda la realidad pero que no nos terminó de devorar completamente como seres humanos.
Medios sociales de comunicación, espacios que a veces son más asamblearios y otros más jerarquizados, con organizaciones internas más caóticas o más racionales, con mayor o menor control social de miembros externos o internos, pero que en todos los casos son instancias democráticas, abiertas y en cambio, que rechazan lo mercantil y que postulan nuevos valores. Espacios públicos que trabajan centralmente por el reconocimiento de las diversidades y por la institucionalización de nuevas identidades -o por el redescubrimiento de viejas identidades arrasadas por el mercado-.
Es allí donde debemos establecer nuestra acción. Tras hacer una buena lectura de la realidad paradojal, contradictoria, que nos rodea, descubrir la persistencia de profundos movimientos telúricos en la base del sistema, para confirmar su existencia, gritar su victoria, reunirlos en red y fortalecer sus acciones. Porque esos espacios están prefigurando la nueva sociedad, la nueva humanidad y la nueva cultura que pueden emerger de la ruinas de la sociedad mercantil que el sistema de consumo capitalista construyó y que el propio sistema hipertrofió hasta el punto de ponernos a todos en riesgo, a las puertas de la guerra, de las intolerancias o del desgaste ambiental.
Con esa perspectiva trabajamos, hacemos comunicación muchos de quienes conformamos estos medios de gestión social, como Comercio y Justicia, que cumple 74 años y espera por otros 74, pero en un mundo mejor.