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Más que un cambio de gobierno, necesitamos un cambio de paradigma

Por Luis Esterlizi* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Una de las causas de la realidad que desde hace años sufre Argentina es la ausencia de tesis fundamentales, ya que sólo prosperan especulaciones e intereses particulares de grupos y corporaciones. Mientras la dirigencia más encumbrada esconde o minimiza la situación de crisis regional y mundial, no ceja en su empeño por dilapidar los dineros públicos, aumentar el déficit de las administraciones estatales y prometer obras y beneficios pensando en los fondos de inversión internacionales. Una fórmula que se repite agigantando una deuda que se seguirá pagando con mayor dependencia industrial y menor desarrollo social.

El deterioro institucional que se produce desde hace años parece haber alcanzado el punto más alto cuando la lucha entre las élites se centra sólo y primordialmente en ganar las elecciones sin que importe el cómo, el por cuánto, ni el qué artilugios se utilicen para lograrlo. El colmo es el intento por manipular la decisión de los votantes como si fuesen simples monedas de cambio. Por lo que se observa en el último tramo del proceso electoral, se sigue padeciendo la exaltación del electoralismo como si fuese una panacea al que la mayoría de la dirigencia adscribe, detrás de la muletilla de que el voto del pueblo es lo que vale, dejando de lado el factor fundamental que es el protagonismo social. El acto electoral que apenas dura unas horas podría ser importante si el pueblo eligiera, pero en el fondo no elige a nadie porque los candidatos ya fueron elegidos. Sólo le dejan la posibilidad de optar por uno u otro.

Cuando no existen propuestas creíbles, se carece de planes estratégicos, se especula con la disgregación social, se convive con la descomposición de los poderes del Estado y se utiliza el manejo autocrático en el diseño y ejecución de las políticas públicas, las elecciones no garantizan democracia ni aseguran un verdadero cambio de paradigma.

Por eso, el futuro gobierno recibirá el país con mayor pobreza y degradación social, frustración por la falta de un proyecto productivo e industrial sustentable, una economía desquiciada y el endeudamiento de las arcas públicas amenazando en el futuro, el crecimiento económico y el desarrollo social.

Sin embargo, el pueblo se expresa con una mayor dispersión de voluntades, poco apoyo y respaldo a los candidatos, escasa participación militante en la campaña y poca concurrencia a los actos proselitistas, siendo sólo espectadores de los resultados y futuros ausentes en la definición y ejecución de las políticas de estado. Los gobiernos surgidos de este proceso podrán tener legalidad según el modelo democrático pero no podrán sustentar legitimidad popular, carecerán de una representatividad y autoridad prestigiadas, aunque sigan gobernando a fuerza de poseer mayorías circunstanciales en los cuerpos legislativos.

Los cambios que se vislumbran son sólo formales ya que, de no mediar una innovación ética y moral, intendentes, legisladores, gobernadores o presidente, seguirán siendo como hasta hoy, expresiones funcionales a un democratismo vacío de pueblo, sustentando como hasta hoy una representación partidaria, hecho que éticamente los inhabilita para ser un referente incuestionable al servicio de la sociedad en su conjunto.

Una alternativa nacional y popular
El pueblo ha dado sobradas muestras de que anhela y busca un cambio de época que signifique integración social y armonía entre los sectores y partidos. Pero es el actual modelo y la crisis de dirigentes lo que contribuye a la disgregación social y la falta de comunión trascendente entre los argentinos.

Recordemos que es esencial en una democracia asignarle categoría principal a la participación protagónica del pueblo por medio de las políticas de Estado, como también la de establecer la armonía, el equilibrio y el consenso en el seno de los cuerpos legislativos y poderes.

Ello constituiría la aparición de una nueva dirigencia consustanciada con la participación de la comunidad, que es la que puede y debe proporcionar un juicio definitivo sobre las cualidades que se anhelan y donde gobernar para el pueblo se haga efectivamente con el pueblo.

Un gobierno que se dice democrático y que basa su estrategia en preservar sus prerrogativas independientemente de lo que reclaman los ciudadanos no hace más que identificar un modelo de democracia que por arcaico y obtuso conforma un cepo social que periódicamente se reinstala cada 4 años.

Por lo tanto, es la sociedad la que debe asumir la responsabilidad de cambiar de raíz el concepto de la representatividad y participar organizadamente mediante sus instituciones intermedias, para que las decisiones fundamentales en el país se correspondan con sus verdaderos intereses.

De no ser así, Argentina seguirá sufriendo los males de la decadencia generada por una autocracia al servicio de intereses de grupos y corporaciones que menosprecian el protagonismo popular e irresponsablemente dilapidan los dineros públicos malogrado reiteradamente las instancias propicias para que la realización y felicidad del pueblo sea el fin supremo de una democracia.

* Aquitecto, exministro de Obras y Servicio Públicos de Córdoba, actual vicepresidente segundo del Foro Productivo de la Zona Norte.

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