Actualmente es frecuente escuchar que se hable de causalidades en lugar de casualidades. Tal vez algo de cierto haya en esa afirmación. Motiva esta referencia haber recibido un viejo libro de regalo. El ejemplar es de 1945; su autor, Miguel A. Rodríguez de La Torre; su título, Significado histórico de las calles de Córdoba, editado por Guillermo Kraft Ltda. Sociedad Anónima de Impresiones Generales, Buenos Aires, segunda edición.
Rescatado de aquellos naufragios de las cosas que se distribuyen a la muerte entre los herederos, cercanos o lejanos, llegó a mis manos para mi enorme valoración y aprecio por el aporte histórico que representa.
Alguna intriga permanece en mí luego de su lectura. En el prólogo hay una nota que señala: “El lector no encontrará explicación de los nombres de algunas calles, tales como Galeotti, Giaccaglia, Propietarios Unidos, Sabattini, etcétera porque carecen de toda significación histórica”. Me pregunto sobre el nombre Sabattini, en 1945; me sorprende, me parece incomprobable y anacrónico, toda vez que Amadeo Tomás Sabattini murió el 29 de febrero de 1960 y la normativa requiere -para nominar calles- que se trate de personas fallecidas. ¿Puede ser quizás otro Sabattini? Dejo aquí abierta mi inquietud para que expertos historiadores den respuesta precisa a este interrogante.
Algunos nuevos descubrimientos de la historia de esta ciudad amada. Varios nombres de calles que ya no existen porque fueron sustituídos en este continuo devenir de modas, de vencedores y vencidos, que nos atraviesa como pueblo. No he encontrado las calles que el autor denomina “Argonauta”, “Bartolo Firpo”, “Cabildo”, “Cantacara”, “Castropol”, “Eleazar Oliva”, “Exposición”, “Goicoechea”, “Peral”, “Wheelwright”. Esos nombres merecerán la revisión sobre los datos tan completos y precisos que aporta.
Un párrafo especial dedicaré al nombre de la calle Vélez, esa zigzagueante arteria que atraviesa irregulares manzanas de Alto Alberdi. Dice el autor: “(…) Denomínase así esta calle en homenaje a la memoria de don Bernardo Vélez Sársfield, hermano del codificador, que luchó con denuedo por la causa de la independencia, muriendo heroicamente en el desastre de Huaqui. Hijo de don Dalmacio Vélez y de doña Rosa Sársfield, había nacido en Amboy, departamento de Calamuchita y perteneciente por su sangre a una familia de noble estirpe. Hizo sus estudios en el Colegio de Monserrat y en la Universidad, en la que se examinó en el primer año de Artes en 1802. Dos años más tarde, el 27 de junio de 1804, se graduó de licenciado con altas clasificaciones. Apenas estallado el movimiento revolucionario, se alistó como oficial del ejército que marchó al Alto Perú. Estuvo así en la gloriosa acción de Suipacha librada el 7 de noviembre de 1810; en el combate de Yuraicoragua el 6 de junio del año siguiente y por fin en la funesta jornada de Huaqui el 20 de julio, donde sucumbió, con el grado de capitán, comandando los Húsares de la Paz, después de batirse heroicamente por espacio de cinco horas. Con su muerte desapareció una figura que era toda una promesa para el ejército de la patria (…)”.
Es imprescindible e ilustrativo consignar aquí la nota del autor a esta biografía: “(…) Poco tiempo después de su muerte la Municipalidad honró su memoria denominando ‘Patriota Vélez’ la calle que llevaba al paseo Sobremonte, o sea la actual 27 de Abril. Hoy se designa con el nombre del héroe una lejana calle de extramuros (…)”.
Buscando siempre a las mujeres, debo decir también que entre los 342 nombres de calles, mi obsequiosa amiga descubrió sólo dos nombres de mujeres. Tránsito Cáceres de Allende y Concepción Arenal. Sin embargo, envuelto en brumas y omisiones abreviadoras aparece otra mujer.
Se trata de la calle que se conoce como Haedo, que el autor analiza como transcribimos seguidamente: “(…) Llámase así esta calle en homenaje a la memoria de doña María Tiburcia Haedo, madre del ilustre general cordobés don José María Paz. Dama de altas virtudes cívicas y cristianas, doña Tiburcia Haedo fue una patriota insigne, que cual una madre espartana, alentó a su heroico hijo en los trances difíciles en que lo colocó, muchas veces, la suerte variable de las armas. Hija de don Felipe de Haedo y Arica y de doña Mercedes Roldán, nació en Córdoba, el 11 de agosto de 1767, uniéndose en matrimonio con don José de Paz, el 17 de octubre de 1790. Cuando estalló el movimiento de Mayo, reveló el temple de su espíritu ofreciendo a la patria sus hijos Julián y José María Paz, así como también sus sueldos y donando todas sus alhajas al gobierno revolucionario, que agradeció su gesto en una expresiva nota. Durante el largo cautiverio del ilustre general, fue ella quien alentó sus esperanzas y retempló su espíritu abatido. Falleció en Luján el 10 de febrero de 1839 y en el año del Centenario se acuñaron medallas recordatorias de su vida ejemplar(…)”.
¡Una mujer que se suma a las dos descubiertas, antes, entre las 342 arterias analizadas por el autor!
El primer dato que surge es que la concepción social generalizada tiende a pensar que los apellidos aluden sólo a varones.
Cada vez que una mujer logra vencer las penumbras que la ocultan, como una estrella, aparecen otras contemporáneas que conforman una constelación. Así sucedió con María Tiburcia Haedo, cuyo desempeño mereció reconocimiento en el año del Centenario de la Patria en 1910 mediante la acuñación de medallas de Patricias Argentinas.
En esa constelación aparecen más Patricias Cordobesas, como Juana del Signo, Manuela Castro, Paulina Jorge, Juana Rosa, María Escobar, Feliciana Argüello, María Saavedra, Sinforosa Virrarruel, Catalina Suárez, Ramona Sánchez, Ignacia Ferreyra, Cornelia Cabrera, Juana María Suárez, Jacinta Díaz, Rosa Juárez, Encarnación Villalba, Pilar Soria y Pilar Tisera, rescatadas por el padre Grenón en su libro Patriotas cordobesas. Algunas donaron alhajas, dinero, oro, ganado, ponchos, caballos, lo que pudieron, al ejército de la Independencia.
Entendemos el sentido de “patricias” como alusión a mujer noble, no por pertenecer a una élite o a una estirpe sino por su accionar pleno de nobleza.
Será necesario articular el diálogo entre la academia que investiga, la política que reconoce y la sociedad que asimila y transmite, para que esa presencia femenina recupere el protagonismo y sus conciudadanos y comprovincianos seamos celosos custodios de sus memorias y ejemplo cívico. Apelo a la necesidad de mirar nuestra historia más cercana, para ser conscientes de la trascendencia que cada integrante de la sociedad tiene en la construcción de la misma. Hay un destino común que nos une como Nación y todos aportamos, desde nuestro lugar, escribiendo algún renglón de la historia. Las “patriotas cordobesas”, como las llama Grenón, escribieron un importante párrafo y merecen el recuerdo.
Como comentario final, acerca de esta ciudad que transitamos, debe agregarse que la calle en cuestión María Tiburcia Haedo, es una de las que conecta avenida Santa Ana y Duarte Quirós, con giro autorizado en ambos sentidos. Mucho más ancha que sus paralelas Sol de Mayo y Echeverría, agrega a su enorme tránsito, que es de doble mano. Atravesada por calles de doble mano que sortean el diseño del Club Universitario se constituye en una auténtica autopista, con elevada siniestralidad, agravada por la absoluta carencia de semáforos. Seguramente los vecinos que la transitan camino a la escuela especial El Faro, al Dispensario Municipal N° 22, al Club Obrero, al Centro Vecinal, al Hogar de Día, a la Plaza 25 de Mayo, verían como un importante aporte que se arbitren los modos que otorguen mayor seguridad vial, así como también que se subsane la omisión en la cartelería que la nomina.
(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política