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Marcel Gauchet: vigencia de un paradigma conservador

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Desconocido por las grandes multitudes, cuestionado por las elites intelectuales de Europa y América, el historiador, filósofo y sociólogo francés Marcel Gauchet, profesor del Centre de Recherches Politiques Raymond Aron, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), de París, y director de la publicación Le Débat (Histoire, politique, société), ha ganado por derecho propio el título de “Escritor Maldito” por haber desnudado las debilidades de Europa y cuestionar el comportamiento de su clase política.

La suya no fue una actitud oportunista para ganar espacios de prensa. Fue la conclusión de un largo período de reflexión que dio comienzo cuando integraba el grupo “Socialismo o Barbarie”, que orientaban el pensador turco Cornelius Castariodis y el francés Claude Lefort, de quien Gauchet fue uno de sus discípulos.

Las circunstancias políticas de Francia le dieron un puesto en la vanguardia antistalinista. Participó activamente del Mayo Francés, experiencia que le sirvió para transformarse en editor-fundador de una media docena de revistas de culto, aunque de vida efímera, que le sirvieron para forjar su fama de laborioso “armador de ilusiones editoriales”, como lo anatemizo el Partido Comunista Francés, enojado por sus cuestionamientos.

Esa ímproba tarea le trajo, a la postre, nuevas responsabilidades. Desde 1980 será jefe de redacción de la Revue Le Débat, fundada por el historiador francés Pierre Nora. Posición que le permite construir una sólida relación con Il est l’éditeur de Raymond Aron, Georges Dumézil, François Jacob, Michel Foucault, Emmanuel Le Roy Ladurie, François Furet, Jacques Le Goff… pour ne citer que quelques noms, entre otros.

Gauchet, en 1980, inicia una larga polémica con Michel Foucalt que, por momentos, se personaliza. Nuestro filósofo, en su primer libro -que contó con la colaboración de Gladys Swain- titulado La pratique de lésprit humain, refuta la Historia de la locura en la época clásica, de Foucault. Ése fue, según sus biógrafos, el momento cuando comienza a alejarse de sus antiguos amigos y se transforma en un enemigo cruzado del gobierno de Mitterrand.

No hemos podido, por cierto, desentrañar un verdadero galimatías, que nos permitiría descubrir las causas por las que el antiguo líder de la izquierda estudiantil muta para transformarse en referente obligado de la derecha francesa. Quizás las claves de esa transición se encuentren en su libro Le désenchantement du monde, publicado  en 1985, que le coloca en un lugar expectable en la historia del pensamiento. Comparte el mismo escaparate con La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber, y El proceso de civilización, de Norbert Elias, aquel sociólogo alemán que murió en Amsterdam, en 1990.

Preguntado sobre el valor de los derechos humanos, nuestro hombre, polémico, sostiene que “tenemos que distinguir entre la situación de las democracias estabilizadas y las democracias que aún no lo están. Yo no planteo que haya que descartar los derechos humanos como problema. Se trata ante todo de establecerlos y garantizarlos. Pero luego comienza el problema de saber si alcanzan para definir una política. Creo que hay que luchar en el sur por los derechos humanos y marchar en el norte contra las interpretaciones abusivas del tema.”

Atento a nuestra última experiencia electoral, “intentamos preguntarle” sobre el futuro de la democracia. La respuesta tiene un valor testimonial. La “apatía democrática, desde mi punto de vista -nos dice el filosofo francés-, es un fenómeno de protesta temporaria cuyas perspectivas políticas son limitadas. No creo que las amenazas estén en su derechización.

Está en la desagregación del tejido democrático y el vacío creciente del debate público. Las sociedades europeas, muy particularmente Francia, ya no son capaces de enfrentar sus problemas. Estas sociedades se hunden en sus impotencias, incluso en su impotencia intelectual, con efectos impresionantes que llamaría necrosis social. No sé cuál será el retorno de este camino, pero llegará tarde o temprano y temo lo que pueda pasar.

Las preocupantes conexiones entre democracia y totalitarismo es un problema a resolver. Jacob Talmón hablaba ya en 1950 de “democracia totalitaria”. Yo no descarto ninguna vía de análisis (…) simplemente no veo qué tienen de nuevo. En lo que tiene que ver con el retorno a Carl Schmitt, lo debemos tomar como una pregunta acerca de su validez o, en todo caso, como una forma de iluminar el presente. Estoy absolutamente contra todo tipo de censura ideológica o proscripción por “malpensante”. Hay que estudiar hasta las obras más peligrosas, precisamente para descubrir los mecanismos intelectuales que operan en ellas.”

Por último, en nuestro buceo en la obra de Marcel Gauchet para este informe descubrimos que para el filósofo francés la sociedad donde hay hombres a quienes se les debe garantizar individualmente los derechos, “es también la sociedad cuyo modelo dominante de organización tiende por todas partes a suponer y crear seres anónimos e intercambiables, cuyas características son colocadas fuera del circuito o asumidas como indiferentes. He aquí una de las contradicciones mayores de la cultura, que explica la profunda frustración experimentada por los individuos en una sociedad que sin embargo les deja una latitud sin precedentes históricos”.

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