Por Carlos Ighina
Tuvo que empacar sus cosas y con ellas cruzó la cordillera. Llevaba también la palabra elegante, el bordoneo atrayente de su guitarra, la armonía de sus movimientos de baile, la mesura y cordialidad de sus gestos. Con ese bagaje, Manuel Lucero se ganó los salones santiaguinos y el afecto de los chilenos.
Hubo de nacer, cuando corría 1814, en La Población, Departamento San Javier, en Traslasierra, caserío de orígenes coloniales que alguna vez fue conocido como “La Población de Vílchez”, no lejos del arroyo “Cruz de quebracho” y de la cascada “Los chorrillos”.
Lucero, quien había estudiado en el Colegio Convictorio de Monserrat y se graduó como bachiller y licenciado en derecho civil en la entonces Universidad de San Carlos, ejerció la docencia en esta última casa en cátedras de latín y filosofía, antes de complicarse en un movimiento contra el gobernador rosista Manuel López, conocido como Quebracho López, que le valió, precisamente, el destierro en Chile.
En 1847 pudo regresar al país, radicándose en la provincia de Jujuy, donde fue juez y donde nació, en Tumbaya, su hijo Leónidas, luego un médico abnegado en la joven ciudad de Bahía Blanca.
Sin embargo, nuevas cuestiones políticas derivaron a Lucero al exilio, esta vez en el Alto Perú, pero por poco tiempo, ya que los resultados de la batalla de Caseros le allanaron el camino del retorno. Con Mariano Iturbe en el ejercicio del poder en Jujuy, la vida de Lucero corría peligro y su derrotero debió extenderse a Perú y otra vez a Chile. Luego de la victoria de Urquiza, aliado a uruguayos y brasileños, Iturbe fue pasado por las armas.
De nuevo en Córdoba, Lucero participo en los hechos que motivaron la destitución del gobernador López y la designación en su reemplazo del doctor Alejo del Carmen Guzmán, con quien colaboró.
Pronto ocupó un escaño en la Sala de Representantes y sucesivamente fue nombrado vocal del Superior Tribunal de Justicia. Su momento político de mayor relieve no tardó en llegar cuando fue elegido diputado por Córdoba ante el gobierno de la Confederación Argentina, donde el general Urquiza lo distinguió con su aprecio y confianza.
Luego de ser, en 1855, uno de los constituyentes que intervinieron en la redacción de la nueva constitución de Córdoba, de regreso en Paraná, asumió la presidencia del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Entre Ríos, hasta que en 1861 se produjo el desbande a consecuencia del triunfo de Mitre en Pavón. Manuel Lucero, fiel a Urquiza, permaneció en la Mesopotamia ocupándose de la custodia y el ordenamiento de una documentación que sin él se hubiese perdido. Trabajó sin descanso y con loable lealtad, pero el asesinato de don Justo puso trágico final a sus desvelos y le indicó la senda que lo devolvió a Córdoba.
Recibido con respeto, poco a poco reconstruyó su protagonismo social y político, siempre dentro de sus modalidades austeras y discretas. Afable en su trato, bondadoso por naturaleza, su pensamiento liberal se manifiestó, no obstante, en una Córdoba de caracteres clericales, heredera de una universidad ligada a la iglesia, cuya única facultad, la de Derecho, creada en 1791, en tiempos del marqués de Sobre Monte, sentía todavía la fuerte influencia del derecho canónico. La erudición se expresaba en latín, pero un gran latinista, nacido en las soledades de Amboy, también serrano como Lucero e hijo asimismo de esa universidad, Dalmacio Vélez Sársfield, daba formas, en Buenos Aires, a las modernas instituciones de derecho civil, que aprobadas a libro cerrado compondrían el contenido del Código Civil Argentino.
Sexagenario y dueño de una experiencia política como pocos poseída en aquellas horas, paseaba su prestigio por una Córdoba todavía aldeana, cuyo máximo lauro eran sus campanas y la fama centenaria de su universidad, sobresaliente en las regiones colindantes de la América del Sur. Hasta ese momento, Guzmán era ministro de López, y producida la asonada había buscado “refugio en sagrado” en el convento de San Francisco, hasta donde llegó una comitiva, de la que formaba parte Lucero, para ofrecerle la gobernación.
Durante su gestión en Paraná, en 1856, Manuel Lucero fue autor de la Ley de Derechos Diferenciales, que confería a las provincias del interior autonomía en la recaudación arancelaria respecto de lo ingresado por el puerto de Rosario.
En 1858, el doctor Lucero fue electo nuevamente diputado nacional ante el gobierno de la Confederación Argentina. Esta vez lo hacía en representación de la provincia de San Luis, solar originario de los Lucero en América del Sur, ya que su presencia continental reconoce antecedentes genealógicos en La Florida, hoy Estados Unidos, como lo ha demostrado en un detenido estudio su nieto, el doctor Héctor Lucero.
Después de la batalla de Pavón y su desafortunado final para la Confederación Argentina, el doctor Lucero intentó retirarse a la vida privada, proyectando ejercer la profesión de abogado en la ciudad de Rosario, pero las persecuciones de que fue objeto por parte de los adictos a Mitre lo decidieron a regresar a Paraná para cumplir con la tarea que ya hemos indicado hasta el asesinato de Urquiza.
La próxima y fecunda etapa de su constancia de hombre idealista se realizaría en Córdoba y particularmente en su universidad.
(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera