Por Luis Esterlizi (*)
En la complejidad de las crisis que afectan a varios países de nuestra América del Sur, actualmente sacudida por convulsiones sociales y grandes movilizaciones que exponen las condiciones indignas que durante años vienen sufriendo algunos ciudadanos, hay quienes simplifican una explicación al inferir que ellas se deben a influencias de intereses ideológicos familiarizados con el marxismo. Pero es bueno advertir que -si eso fuera así- es porque aprovecharían una realidad social deprimente e indignante, introducida por gobiernos emparentados con el neoliberalismo.
Es por eso que una observación más detenida y profunda nos llevaría a encontrarnos con algunas similitudes en dichos fenómenos sociales y que –como una acción de pinzas- están, por un lado el obrar denigrante de los gobiernos de diferentes signos ideológicos pero de un mismo manejo autocrático y, por otra parte, la irrupción de crímenes y violencia generadas por grupos extremistas que suelen ser también de diferentes signos ideológicos. En definitiva, son los pueblos que no pueden independizarse de tales maniobras y decidir democráticamente su propia realización impregnada de valores y virtudes nacionales.
El otro punto a destacar -que comentan diferentes medios de comunicación- es que la juventud es la que asume un rol preponderante, plantando la bandera de la participación social en la gobernanza de su país, bajo un sistema que les permita ser parte de las decisiones que determinan el rumbo de su nación.
Sin tratar de hacer un parangón pero advirtiendo que lo que nos sucede en nuestra patria en pleno proceso electoral muestra un escenario de neta confrontación bajo los conceptos del clasismo retrógrado y del racismo anticristiano. Se exponen licencias que magnifican las diferencias entre clases sociales, amenazando la convivencia de una comunidad integrada en su diversidad.
Un estudio etnográfico de nuestra identidad cultural como sociedad argentina seguramente nos definirá como una resultante de la integración de razas, religiones y clases sociales -distintiva y diferente de otros pueblos y comunidades- como si fuésemos una síntesis de la composición mundial.
Esta plusvalía muchas veces nos favoreció, sobre todo cuando pudimos aprovechar la riqueza étnica que traían las migraciones, integrándolas con sus valores y atributos en la construcción de una identidad cultural, laboral y productiva, auténticamente argentina.
Sin embargo, hubo momentos de decadencia, especialmente cuando ciertos sectores taladraron la conciencia con visiones sesgadas puestas a despreciar nuestra composición social, buscando destacar superioridades, desvalorizando o minimizando la bonhomía e idiosincrasia de una comunidad ancestral que siempre estuvo abierta a las migraciones, sin importar su procedencia y valorando su predisposición a proseguir su vida en nuestra bendita tierra.
Tal vez por eso, la madre de todas las causas que recurrentemente generaron estas crisis (y postergaron una y otra vez los sueños de grandeza, dignidad y realización de los que nos identificamos como argentinos) es esta especie de separatismo social, acompañado además por influencias internacionales que por medio de sus ideologías irreductibles y absurdas impidieron una y otra vez la armonía, el equilibrio y la conjunción de los distintos sectores y clases sociales en la construcción de un proyecto común.
Para completar este cuadro de crisis, aparece la especulación adherida a la declinación de una dirigencia que -aprovechándose de estas diversidades- se convierten en líderes de papel, por carecer de los valores de estadistas y ser incapaces de gobernar para y con la diversidad social. Porque no tienen en cuenta los compromisos asumidos por esta misma comunidad que en el transcurso de nuestra historia siempre se mantuvo unida en acciones concurrentes y consecuentes con la defensa de nuestro ser nacional.
Por lo expuesto, es fundamental recomponer el espíritu de la unidad de una sociedad integrada, responsable y plenamente consciente sabiendo que para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.
El desafío de la comunidad nacional
Es posible avizorar los momentos previos a un cambio de época, que esencialmente significa la construcción de instancias institucionales que se generan cuando las comunidades comienzan a edificar su propio liderazgo para constituirse como la categoría superior de la democracia, más aún cuando la crisis de sus dirigentes muestra la pérdida de los atributos respaldados por la ética, la moral y el compromiso social.
El modelo democrático no puede sostenerse más con el solo funcionamiento de sus estructuras partidarias ya que éstas prácticamente no existen por haber sucumbido ante las especulación y decrepitud de dirigencias ganadas por exacerbados personalismos y posiciones atadas a viejas concesiones y expresiones ideológicas. Como en varias etapas de nuestra historia, han resultado inútiles frente a la trascendente misión de unir a los argentinos en un mismo proyecto nacional.
El proceso electoral que vivimos sigue un formalismo atávico impuesto por una dirigencia partidaria que no puede desprenderse de su confuso funcionamiento, ya que sin estructuras, plataformas y programas de gobierno, lo primero que hace es dividir en partes a la sociedad mediante viejos planteos ideológicos, antes de potenciar las diversidades y disensos para consensuar en un ámbito de coincidencia nacional: qué proyecto de país y de sociedad queremos los argentinos.
Por tales circunstancias, los partidos políticos –por sí solos- están incapacitados para proponer tales procedimientos, porque es la misma dirigencia que por muchos años se ha apropiado de este régimen y no admite ni el compromiso y menos la participación responsable de una comunidad organizada que viene insinuando el rol que le compete a través de sus distintas entidades intermedias representativas de los sectores gremiales, empresarios, profesionales, educativos, sociales, etcétera.
De este somero análisis se desprende que la mayor de las responsabilidades -ante esta crisis de exposición mundial– debe ser asumida por cada comunidad si quiere recuperar su trascendencia y ser dueña del futuro sin confrontaciones internas que se lo impidan.
En Argentina, los distintos sectores deben integrarse tanto en el pensamiento como en la acción, prestigiando el papel que dichas estructuras representativas tienen por delante ante el complejo panorama que seguramente se nos presentará una vez elegido el próximo gobierno, ya que gane quien gane, el peso de todos nuestros problemas, requerirá el obrar de una comunidad organizada consustanciada con un proyecto de Nación.
Además, tenemos que tener presente que aquella dirigencia que no tenga una visión estratégica consecuente con dicha realidad mundial no nos puede imponer incursionar por aguas tempestivas ganadas por la especulación financiera y una guerra comercial impuesta por las grandes potencias, que afecta el patrimonio, la fortaleza y la autoestima del pueblo argentino, sin saber a ciencia cierta qué llevaremos en el barco ni a qué puerto arribar.
Por otra parte, ante quienes proponen un acuerdo entre trabajadores, empresarios y gobiernos es de sabio aceptar que para que todos los sectores, incluyendo los que no se nombran, se sienten en la mesa de dichos consensos debe acordarse en primer lugar el proyecto de mediano y largo plazo, ya que la desconfianza ha calado muy hondo en los argentinos para comprometer esfuerzos y sacrificios sin conocer hacia dónde dichas políticas de estado nos pueden conducir.
Esto pone en verdad que para no ser marioneta de nadie y de ningún interés extraño a nuestra idiosincrasia, el pueblo argentino organizado en su conjunto debe asumir tal responsabilidad siendo parte no sólo de la toma de decisiones sino también de la ejecución de las mismas.
Y esto debe entenderse como parte de una tesis esencial de alto contenido moral, de justicia y de profunda evolución social. Las movilizaciones de jóvenes en todo el mundo en defensa y cuidado del medio ambiente, en la búsqueda de energías alternativas que no afecten la salud de ser humano, acabar con la injusticia, el hambre y la pobreza, etcétera, son presagios de actitudes asumidas por nuevas generaciones corrigiendo las arbitrariedades y excesos que irracionalmente pudimos haber cometido.